11/10/2025
Les quiero compartir una historia, es fantástica inventada... Espero les guste.
Capítulo I – El Despertar de Eira
Imágenes fugaces se suceden:
guerras entre naciones por recursos que ya no existen; cazadores posando orgullosos junto a cuerpos sin vida de criaturas majestuosas; aves de plumas iridiscentes encerradas en jaulas doradas, cantando melodías tristes que nadie escucha.
Máquinas Colosales taladores derriban bosques enteros —los pulmones del mundo— en nombre del “progreso”.
Ríos ennegrecidos corren como venas enfermas por un planeta que ya no respira.
Las ciudades crecen sin alma, y los niños nacen sin conocer el verde del musgo ni el olor de la lluvia.
El planeta tiembla.
Un murmullo atraviesa la tierra. Desde las raíces más profundas, algo antiguo se mueve.
La tierra exhala un último suspiro — un eco que viaja por grietas y raíces, atravesando continentes mu***os.
No son terremotos. Es el corazón del mundo que late una vez más, como si implorara ser escuchado.
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En lo más oculto de un santuario sepultado bajo kilómetros de roca, yace una figura dormida.
Su piel parece esculpida en mármol y musgo; su cabello, un río de hilos dorados entrelazados con pétalos secos.
Una luz verde esmeralda late débilmente en su pecho, al ritmo de un corazón que no pertenece solo a ella.
Una voz resuena en la oscuridad — cálida, triste, infinita.
No proviene del aire ni del suelo, sino del tejido mismo de la vida.
“Eira, hija mía… despierta.”
El eco recorre los cimientos del mundo.
Las piedras vibran. Las flores marchitas florecen durante un solo instante.
“Soy Gaia, la raíz y el latido del mundo.
El equilibrio se ha roto.
Los humanos han olvidado su origen.
Ya no recuerdan que fueron hijos de la tierra… y no sus dueños.
Es hora de que vuelvas.”
La figura abre los ojos.
Dos orbes azul verdoso brillan con un resplandor sobrenatural.
Al respirar por primera vez en milenios, el aire a su alrededor se agita como si la vida misma se estremeciera.
Eira Solvain despierta.
Confusión. Silencio.
Un mundo que no reconoce.
Toca el suelo con los dedos y siente la textura quebradiza de la tierra, como la piel de un anciano enfermo.
El aire pesa, cargado de polvo y ceniza.
Cada respiración le duele, como si el planeta mismo respirara a través de ella.
Sus párpados tiemblan.
La luz verde que late en su pecho se intensifica, llenando la gruta con un resplandor cálido.
Eira abre los ojos por completo.
El aire sabe a muerte.
Al incorporarse, siente cómo la tierra bajo sus pies palpita — no con vida, sino con dolor.
Camina fuera del santuario, temblando.
A su alrededor, el paisaje es un campo de ruinas: árboles marchitos que se doblan como esqueletos, lagos resecos, montañas grises sin alma.
Cada paso que da le muestra fragmentos de memorias ajenas: los magos que la crearon, la belleza de un mundo que ya no existe.
Ve a través de sus ojos — un pasado de bosques infinitos, cielos limpios, mares azules y criaturas que danzaban al compás del viento.
Pero ese recuerdo se desvanece como un sueño roto, reemplazado por el sonido de explosiones, fuego y gritos humanos.
“Ellos me crearon para proteger…
pero ¿a quién puedo proteger, si todo lo que amaban ya no existe?”
El viento sopla.
Y dentro de ese soplo escucha una voz que vibra en su alma, más nítida que antes.
“Tú eres mi hija, mi reflejo.
Eres la reencarnación de la naturaleza.
Eira Solvain… el último aliento de la vida.
Busca a los Guardianes de los Elementos.
Ellos guardan las llaves para restaurar el equilibrio.
Encuéntralos… antes de que yo desaparezca por completo.”
El nombre resuena en su mente:
Aire. Fuego. Agua. Tierra.
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El viento cambia.
En lo alto de un acantilado, un hombre de cabello plateado observa en silencio.
Su capa ondea con gracia, y sus ojos —color tormenta— siguen cada movimiento de Eira.
“Así que al fin… ha despertado,” murmura, con una mezcla de asombro y melancolía.
“Pero no recuerda… nada.”
Una ráfaga de aire desciende hacia ella.
Eira se detiene y mira alrededor.
“¿Quién está ahí?”
El viento calla, como si la observara con respeto.
Coren sonríe apenas, pero no se muestra.
Sabe que el equilibrio es frágil; acercarse antes de tiempo podría alterar su destino.
Entonces, el horizonte tiembla.
Una llama se alza en la distancia, rasgando el cielo.
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Entre los escombros de una vieja ciudad, Kaen detiene su entrenamiento.
El fuego que arde en su pecho, una llama espiritual heredada de su linaje, se agita como si algo lo hubiera despertado.
“¿Qué… es esta sensación?”
“Ese fuego… no puede ser…”
Sigue la energía hasta encontrarla.
Allí está Eira, caminando sola, confundida, cubierta de polvo y hojas.
Kaen se detiene.
Su mirada se endurece.
“No puede ser ella…”
“La Eira Solvain de las leyendas no titubearía.
No temería.
No… dudaría.”
Su linaje le enseñó una sola verdad:
“Cuando el mundo vuelva a llamarte, Eira Solvain será el Juicio Final de la humanidad.”
Así que cuando la ve, no la saluda…
La ataca.
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Llamas envuelven el aire.
El calor distorsiona la realidad, el suelo se agrieta bajo sus pies.
Cada golpe de Kaen deja marcas de ceniza que arden incluso después de extinguirse.
“¡Muéstrame el poder que dicen que posees!”
“La verdadera Eira no sangraría, no dudaría, no temblaría. ¡Tú eres una farsa hecha para engañar a los débiles!”
Eira apenas logra esquivar.
Su cuerpo tiembla. Cada movimiento despierta un eco dentro de ella, una energía que no comprende.
“¡Detente!” grita, con una mezcla de miedo y furia.
Pero su voz se pierde entre las llamas.
El fuego ruge… y de pronto, se apaga.
No porque el aire lo venza, sino porque lo comprende.
Un torbellino se forma entre ambos.
El viento danza con fuerza, y una figura desciende del cielo.
“Eso es suficiente, Kaen Ryuujin.”
El fuego retrocede, obedeciendo una fuerza más antigua que el propio tiempo.
Coren aterriza con calma, el viento gira a su alrededor como si el aire lo reconociera como su dueño.
Kaen gruñe, con la mirada encendida.
“No te interpongas, Coren. Esa cosa no es Eira. Solo una sombra sin alma.”
Coren lo mira con serenidad, pero su voz corta como una hoja.
“¿Y desde cuándo juzgas el alma por su fuerza?”
Kaen aprieta los puños.
“¡No ves su debilidad!”
Coren da un paso adelante, el aire vibra con cada palabra.
“El fuego no deja de ser fuego por vacilar, Kaen.
Solo los que temen su poder saben lo que realmente arde dentro.”
El viento sopla.
La tierra tiembla.
Y, por un instante, flores marchitas vuelven a florecer a los pies de Eira.
Coren mira a Kaen, firme.
“Tú ves debilidad.
Yo veo renacimiento.”
Kaen calla.
Su fuego titubea, convertido en brasas.
Da un último vistazo a Eira —que tiembla, confundida— y se aleja sin mirar atrás.
“Si realmente es ella… lo sabremos pronto.”
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Eira observa el horizonte.
El viento acaricia su rostro, cálido, reconfortante.
“¿Por qué me temen… si lo único que quiero es sanar?”
El viento no responde, pero en su susurro se esconde una promesa silenciosa:
el mundo aún no ha decidido si quiere ser salvado.