
04/07/2025
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“ “El Reino de la Niebla Blanca”
Una fábula moderna de ambición, mentiras y juventud olvidada
Alfredo Glez S.
Érase una vez, en un lejano y exuberante reino llamado Niebla Blanca, donde las montañas eran altas, los ríos eran profundos y los secretos aún más. En este lugar mágico, no habitaban dragones ni hadas, sino narcos encantados y políticos disfrazados de héroes.
Durante muchos años, los Señores de la Pólvora —poderosos hechiceros del negocio oscuro— dominaron los caminos del reino. Viajaban en carruajes veloces, lanzaban billetes como si fueran confeti y hablaban en lenguas de humo. A cambio de su hechicería, dejaban en los pueblos una maldición: jóvenes dormidos en vida, con los ojos vacíos y el alma ausente.
Pero entonces, aparecieron los Cazadores del Congreso, caballeros con relucientes armaduras de traje y corbata. Juraron ante el espejo del pueblo acabar con los Señores de la Pólvora. “¡Luchamos por la juventud!”, gritaban en sus discursos, mientras las cámaras mágicas de los medios registraban cada gesto heroico.
Sin embargo, la verdad (como en todo buen cuento) estaba escondida en la torre más alta.
Lo que los aldeanos no sabían era que muchos de esos valientes caballeros no querían destruir el reino de los narcos. No, su ambición era otra: querían la llave del castillo. Querían sentarse en el trono dorado del negocio millonario. Querían el oro, no la paz. Por las noches, en salones secretos, pactaban con los mismos hechiceros que decían perseguir.
Mientras tanto, en las aldeas, los jóvenes seguían cayendo como hojas en otoño. Las escuelas se convertían en ruinas, los hospitales en fantasmas, y los parques en santuarios del silencio. Nadie escuchaba los suspiros de las madres, ni los sueños rotos de los niños.
Un día, una pequeña campesina llamada Esperanza se levantó. No tenía corona, ni espada, ni ejército. Solo tenía la verdad. Caminó por los campos del reino, recogiendo historias, nombres, rostros. Y cuando tuvo suficiente, alzó la voz con la fuerza del viento. Dijo que los verdaderos monstruos no llevaban capuchas, sino corbatas. Que la guerra no era por justicia, sino por billetes. Que salvar a los jóvenes no era un plan, sino un pretexto.
Muchos intentaron silenciarla. Pero ya era tarde.
Las palabras de Esperanza se esparcieron como semillas. Y aunque no hubo un “felices para siempre”, el pueblo comenzó a despertar. Algunos políticos huyeron al descubrir que el espejo ya no mentía. Otros, bajo presión del clamor popular, empezaron a construir caminos distintos.
Y así, en el reino de Niebla Blanca, se abrió una nueva página. Una en la que los cuentos de hadas no escondían la verdad, sino que la revelaban.
Moraleja:
A veces, los lobos se visten de salvadores. Pero la verdad, como la esperanza, siempre encuentra una grieta por donde colarse.
Cualquier similitud con alguna realidad actual es mera coincidencia y este cuento es creado desde una fibril y loca mente atiborrada de noticias de un mundo dé Matrix de la ciencia ficción.
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