01/10/2025
Fomentando la lectura 📚👍🏻
Soy taxista en desde hace más de 15 años.
He llevado de todo: borrachos, estudiantes, curas, incluso médicos saliendo de guardia.
Pero jamás imaginé llevar a alguien que ya no debía estar aquí.
Eran como las 9:20 de la noche.
Estaba por terminar mi jornada cuando un hombre me hizo la parada frente al mercado.
Vestía camisa blanca, pantalón oscuro y tenía la mirada algo… perdida.
Se subió sin decir palabra.
—¿A dónde lo llevo, jefe? — le pregunté.
—A Zapoapan —respondió con voz suave—. Por la iglesia, hasta la última casa de la vereda.
No me pareció raro. Es una comunidad tranquila, aunque algo retirada.
Todo el trayecto fue en silencio.
Él solo miraba por la ventana, como si buscara algo entre los árboles.
Me pareció raro que no usara celular, ni diera señales de vida.
Cuando llegamos, me pidió que lo dejara justo frente a una casa con portón viejo y farol fundido.
—¿Son $120, verdad? —me dijo.
Metió la mano en el pantalón, como buscando su cartera.
Y entonces… se desvaneció.
Así.
Desapareció.
Como si nunca hubiera estado ahí.
Ni una palabra. Ni un grito. Ni una sombra.
Solo quedó la puerta del taxi abierta y el aire helado entrando.
Me bajé a toda prisa. Caminé hasta la casa y toqué.
Salió una mujer mayor. Le conté lo ocurrido, aún temblando.
—Disculpe, señora… traía a un pasajero que dijo vivir aquí. Era moreno, flaco, con una cicatriz en la ceja. ¿Lo conoce?
Ella se quedó pálida.
—¿Cómo dice que era?
Le repetí la descripción.
Y entonces murmuró, sin despegar la vista del suelo:
—Ese es mi hijo.
Pero él... se desvivio hace cinco días.
En un accidente, volviendo del trabajo.
Justo por el camino en el que usted lo trajo.
Sentí que el corazón se me caía al estómago.
Ella me llevó al altar que le habían puesto en la sala.
Y ahí estaba la foto: el mismo rostro.
La misma camisa.
La misma mirada perdida.
Esa noche no volví a trabajar.
Y desde entonces, jamás recojo a nadie por las noches.