25/09/2025
EL HOMBRE QUE PLANTÓ ÁRBOLES PARA VOLVER A RESPIRAR
Cuando lo diagnosticaron con EPOC, Julio Costa tenía 58 años y fumaba desde los 14. Trabajaba como mecánico en un taller de Rosario, Argentina, y el médico fue claro:
—Tus pulmones están al límite. Si no cambias de vida… en unos años necesitarás oxígeno las 24 horas.
Julio salió del hospital en silencio. Caminó por cuadras enteras sin rumbo, como si su sombra ya pesara más que él. No sabía qué era peor: dejar de fumar, dejar el taller… o empezar a sentirse un enfermo.
Esa noche no durmió. Miró sus manos manchadas de grasa. Pensó en su hija, que se había ido a vivir a Córdoba. Y en su nieto, al que apenas conocía. “No me quiero morir sin abrazarlo sin máquinas”, pensó.
Al día siguiente, hizo algo inesperado: caminó hasta el vivero del barrio.
—¿Tenés algún árbol que purifique el aire? —preguntó.
La mujer, sorprendida, le dio una muda de jacarandá.
—Dicen que es de los que más ayudan… y además florece hermoso.
Julio lo plantó en la vereda de su casa. A pulmón, con una pala vieja y sin guantes. Cada mañana, lo regaba. Y cada vez que le daban ganas de fumar… salía y lo miraba.
—Si ese arbolito puede crecer, yo también puedo cambiar —se decía.
Dejó el tabaco. Cambió de trabajo. Empezó a caminar. Y cada mes, compraba un árbol más.
Un año después, había plantado 17.
Jacarandás, ceibos, aguaribay, tilos. Algunos en su calle, otros en baldíos, otros frente a escuelas.
La gente empezó a notarlo. Un niño le preguntó un día:
—¿Por qué plantás tantos árboles, don?
—Porque necesito volver a respirar.
La historia se corrió de boca en boca. Algunos lo llamaban “el jardinero del barrio”. Pero él nunca quiso elogios. Solo silencio. Tierra. Agua.
—Plantar un árbol me da lo que no me da un ci******lo: esperanza —dijo una vez, cuando un canal local le hizo una nota.
A los 63, su hija volvió de Córdoba con su nieto. El niño, de seis años, lo miró asombrado:
—¿Todos estos árboles son tuyos?
—Nuestros —respondió Julio—. Vos los vas a ver crecer más que yo.
Y le enseñó a regarlos.
Hoy, Julio tiene 66. Y más de 100 árboles plantados en distintos barrios de Rosario. No tiene redes sociales. No vende nada. No quiere fama.
Solo dice:
—Me falta aire todavía. Pero cada hoja nueva me devuelve un poco.
Frente a su casa, el primer jacarandá ya da sombra. Y cuando florece, todo se tiñe de violeta.
Una vecina, al pasar, le dijo una vez:
—Gracias por darnos aire.
Julio sonrió.
—Gracias a ustedes por no talarlos.
Porque a veces no basta con dejar de hacer daño.
A veces hay que sembrar vida, para volver a respirar.