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03/01/2025

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En el pequeño pueblo de San Nicolás, enclavado en las montañas densas de Chiapas, las noches eran tan oscuras que parecí...
17/10/2024

En el pequeño pueblo de San Nicolás, enclavado en las montañas densas de Chiapas, las noches eran tan oscuras que parecían devorar la luz de las estrellas. En una casa de adobe al borde del precipicio, vivía Alejandro, un niño de apenas diez años, pero con ojos que cargaban más peso del que le correspondía. Desde que tenía memoria, Alejandro podía ver cosas que nadie más veía. Sombras que se arrastraban entre los árboles, susurrando su nombre, demonios que acechaban en las esquinas de su habitación y aparecían al borde de su visión, desdibujados, pero siempre presentes.

Su primo Marcos, tres años mayor, había llegado hacía unos meses para quedarse con la familia. Su madre lo envió desde la ciudad, esperando que el aire puro y la tranquilidad de San Nicolás le devolvieran la paz que, según decían, había perdido. Marcos no era el mismo desde hacía un tiempo. Había empezado a hablar de "ellos", de los demonios que lo perseguían y que no lo dejaban en paz ni de día ni de noche. Al principio, sus padres lo llevaron a médicos y curanderos, pero nada parecía funcionar. Así que, con la esperanza de que las montañas lo calmaran, lo enviaron al pueblo con su tía.

Desde el primer día, Alejandro supo que los demonios que atormentaban a Marcos eran reales, porque eran los mismos que lo habían perseguido a él toda su vida. Pero a diferencia de su primo, Alejandro había aprendido a ignorarlos, a no mirarlos directamente, a no dejar que sus susurros envenenaran su mente. Sin embargo, Marcos no tenía esa fortaleza. Cada noche, Alejandro lo escuchaba gritar en su habitación, implorando que lo dejaran en paz, mientras su tía rezaba en la sala y encendía veladoras, esperando que el mal se alejara.

Una noche, mientras el viento rugía como bestia herida entre los árboles, Alejandro despertó al escuchar pasos en el pasillo. Sabía que era Marcos. Siempre podía sentir cuándo su primo estaba cerca. Pero esa noche, algo era diferente. Había un silencio espeso, pesado, que parecía absorber todos los sonidos del mundo. Se levantó de su cama y, con los pies descalzos, caminó hasta la puerta de su habitación, abriéndola con cuidado.

En el pasillo, las sombras eran más densas de lo habitual, casi como si las paredes se hubieran estrechado. Alejandro vio a Marcos de pie frente a la ventana del final del pasillo. Estaba inmóvil, mirando hacia afuera, pero su cuerpo parecía tensarse, como si estuviera siendo sostenido por hilos invisibles. Y entonces lo vio. A su lado, desdibujada y flotante, había una figura alta, delgada, con cuernos que sobresalían de su cabeza y ojos vacíos como pozos sin fondo. Era uno de los demonios que ambos habían visto tantas veces, pero nunca tan cerca, nunca tan real.

Marcos comenzó a susurrar, palabras incomprensibles que se mezclaban con el viento que se filtraba por las rendijas. Alejandro quiso gritar, correr hacia él, pero sus pies no respondían. Estaba congelado, incapaz de moverse, obligado a presenciar lo inevitable. La figura se inclinó hacia Marcos, susurrándole algo al oído, y el cuerpo de su primo comenzó a relajarse, como si hubiera encontrado una especie de paz retorcida.

—Marcos, no... —logró susurrar Alejandro, pero su voz fue devorada por la oscuridad.

De repente, sin previo aviso, Marcos abrió la ventana de par en par. El viento helado inundó el pasillo y, en un movimiento rápido y preciso, su primo subió al borde de la repisa Todo sucedió en un parpadeo. Marcos se lanzó al vacío antes de que Alejandro pudiera hacer algo. El sonido de su cuerpo chocando contra las rocas abajo resonó como un trueno distante, pero lo que más aterrorizó a Alejandro no fue el impacto, sino el silencio absoluto que siguió.

Durante lo que pareció una eternidad, Alejandro se quedó de pie en el pasillo, mirando la ventana abierta, el viento sacudiendo las cortinas como si estuvieran poseídas. Sabía que "ellos" seguían ahí, observándolo. Sabía que el mismo destino podría esperarlo si no era lo suficientemente fuerte. Pero esa noche, en el pequeño pueblo de San Nicolás, Alejandro comprendió que los demonios no solo perseguían a los débiles. Estaban siempre presentes, esperando el momento adecuado para atacar, alimentándose del miedo y la desesperación.

Desde entonces, cada vez que Alejandro pasaba frente a la ventana donde su primo se había lanzado, sentía su presencia, su mirada vacía desde el fondo del abismo. Pero lo peor de todo no eran los demonios que lo observaban desde las sombras. Era el hecho de que, en el fondo de su ser, sabía que algún día también lo tentarían a él... y no estaba seguro de poder resistir.

El Ángel de la Oscuridad El Encuentro en las SombrasDiego era un joven explorador de lo paranormal, conocido en su peque...
15/10/2024

El Ángel de la Oscuridad

El Encuentro en las Sombras

Diego era un joven explorador de lo paranormal, conocido en su pequeño círculo de amigos y seguidores por su pasión por lo desconocido. Había pasado años investigando fenómenos sobrenaturales, visitando lugares embrujados y comunicándose con presencias más allá del mundo terrenal. Su curiosidad era inagotable, y su deseo de comprender lo que estaba oculto a los ojos de los demás lo llevaba a lugares cada vez más oscuros.

Una noche, mientras estaba en su casa revisando foros de discusión esotéricos, encontró un mensaje extraño en su bandeja de entrada. Un hombre, que se hacía llamar Elías, le hablaba de una figura celestial que había encontrado en un antiguo texto olvidado. Decía que era un arcángel llamado Chamuel, un ser de luz cuyo propósito era guiar a las almas perdidas hacia la paz y el entendimiento. Elías aseguraba que había sido visitado por este ser, y que Chamuel le había revelado verdades sobre el universo que ningún humano había comprendido hasta ahora. Intrigado, Diego decidió investigar.

Chamuel, según Elías, era un arcángel poco conocido, pero su misión era noble y pura. Su símbolo era un círculo de luz dorada, y su energía envolvía a quienes lo invocaban con una sensación de paz y amor. Diego no pudo evitar sentir una mezcla de escepticismo y fascinación. Los seres de luz, según lo que él sabía, no se manifestaban tan fácilmente, y la descripción de Chamuel era demasiado perfecta para ser verdad. Sin embargo, su curiosidad lo superó, y comenzó a investigar más a fondo.

Diego se sumergió en la investigación, buscando referencias en libros antiguos y grimorios que contenían información sobre entidades angélicas. Fue en un viejo manuscrito, que databa del siglo XVIII, donde encontró una referencia vaga a Chamuel. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue que las descripciones no coincidían con lo que Elías le había contado. Chamuel era mencionado, pero no como un arcángel de luz, sino como una entidad engañosa, un ser de energía oscura que había sido desterrado del reino celestial por su naturaleza corrupta. Era un ser que se alimentaba del engaño, tomando la forma de un arcángel para atraer a las almas vulnerables y consumir su energía.

Diego sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo no cuadraba. Decidió que la única manera de descubrir la verdad sería intentar contactar con Chamuel por sí mismo. Preparó un ritual siguiendo las instrucciones del manuscrito antiguo, que advertía claramente que invocar a este ser podría tener consecuencias devastadoras. A pesar de las advertencias, su curiosidad lo empujaba hacia adelante.

En la noche de luna nueva, con velas encendidas y un círculo de protección dibujado en el suelo, Diego comenzó a recitar las palabras del manuscrito. La atmósfera en la habitación se volvió pesada, el aire parecía vibrar con una energía oscura y antigua. De repente, las luces parpadearon y una figura comenzó a materializarse en el centro del círculo. Era imponente, con una forma humanoide envuelta en sombras, pero con alas que brillaban débilmente con un resplandor dorado.

"Soy Chamuel," dijo la voz profunda y reverberante de la figura. "He venido a ti porque sé que buscas la verdad."

Diego sintió un n**o en el estómago. Algo en la presencia de aquel ser lo incomodaba profundamente, aunque su apariencia era similar a lo que Elías había descrito. Sin embargo, había una oscuridad latente en su energía, algo que no podía ignorar.

"¿Por qué has venido?" preguntó Diego, su voz temblando ligeramente.

"Para guiarte," respondió Chamuel, su tono suave y tranquilizador. "Soy un ser de luz, y he venido para mostrarte el camino hacia la verdadera iluminación. A través de mí, podrás ayudar a muchos. Solo necesitas confiar en mí."

A pesar de las palabras amables del supuesto arcángel, Diego no podía sacudirse la sensación de que estaba siendo observado por algo más oscuro, algo que se escondía tras esa fachada de luz.

Lo que Diego no sabía es que ese sería el primer paso en un juego mucho más peligroso de lo que jamás había imaginado. Chamuel no era un ser de luz, sino una entidad de energía oscura que buscaba engañar a quienes deseaban desesperadamente creer en la luz. Y Diego estaba a punto de convertirse en su primer peón.

(Continuará...)

El susurro del finalPostrado en la cama, Juan se encontraba a solas con sus pensamientos, una mezcla de recuerdos, miedo...
15/10/2024

El susurro del final

Postrado en la cama, Juan se encontraba a solas con sus pensamientos, una mezcla de recuerdos, miedos y aceptación. El colchón bajo su cuerpo parecía hundirse más con cada día, como si quisiera tragarse el poco aliento que le quedaba. Las cortinas, apenas entreabiertas, dejaban pasar un rayo de luz dorada, que bañaba la habitación con una calidez nostálgica. Cada pequeño detalle a su alrededor cobraba un significado más profundo, más eterno. El zumbido del ventilador, el crujir de la madera bajo los pasos de sus amigos cuando lo visitaban, incluso el suave gemido de su perro, Lucas, a los pies de la cama.

El distanciamiento de su familia era una herida que latía con fuerza, más punzante que el dolor en su cuerpo debilitado. Sus hijos, una vez tan cercanos, ahora eran solo sombras que se comunicaban a través de mensajes escuetos, si acaso. Su esposa, Teresa, había dejado de entrar en la habitación más allá de un simple “buenas noches” o un apurado “¿necesitas algo?”. Al principio, ese alejamiento lo llenó de amargura, pero con el tiempo, algo cambió en su interior. En el silencio de las largas noches, encontró una sabiduría distinta. La soledad dejó de ser un enemigo y se convirtió en su compañera, una que no exigía, no esperaba, solo estaba presente.

Lucas, el viejo pastor alemán que había rescatado hacía años, parecía ser el único que aún lo miraba con los ojos del pasado. El perro se echaba a su lado, como si supiera que los días de su dueño estaban contados, como si quisiera acompañarlo hasta el final. Juan agradecía la simple presencia de Lucas, un testigo silencioso de su vida, alguien que no lo juzgaba por sus errores ni se alejaba ante la inminencia de la muerte.

Los días eran largos, pero las noches eran más profundas. Era en esos momentos, cuando todo se aquietaba, que el miedo volvía a surgir desde lo más hondo. Era un temor visceral, como un escalofrío que recorría su cuerpo de pies a cabeza. ¿Qué habría más allá? A pesar de la fe que siempre había profesado, había noches en las que dudaba, en las que ese vacío desconocido lo miraba de vuelta. Pero no estaba solo en esos pensamientos.

Sus amigos de toda la vida, Raúl y Esteban, lo visitaban cada semana. Entraban con sus bromas y carcajadas, como si nada hubiera cambiado. Pero Juan sabía que ellos también lo sentían, ese peso en el aire, esa despedida silenciosa que flotaba en cada conversación. Aunque intentaban ocultarlo con chistes y anécdotas, había momentos en los que sus ojos se llenaban de tristeza. Y sin embargo, sus visitas le traían una paz inesperada. Ellos eran el recordatorio de una vida bien vivida, de los buenos momentos que nunca se desvanecerían del todo.

Mientras escuchaba a Raúl hablar de su última aventura en la pesca, Juan cerraba los ojos. Las palabras se desvanecían poco a poco, y en su lugar, quedaba una sensación de tranquilidad. Como si el mundo estuviera reduciéndose a ese pequeño cuarto, a la cama, a Lucas y a la brisa suave que entraba por la ventana. Estaba aprendiendo a soltar, a no aferrarse.

Y así, en ese primer día de muchos, comenzó a aceptar que su tiempo estaba llegando a su fin. Pero no con miedo, no con desesperación. Sino con la certeza de que, al final de todo, habría algo más. Algo que siempre había intuido en lo profundo de su corazón.

Continua........
Capítulo 2: Las huellas en el silencio

CUÁNDO LLEGA TU HORAMariana era una anciana que vivía sola con su mejor amigo un perrito criollo llamado Luca y su nieta...
15/10/2024

CUÁNDO LLEGA TU HORA
Mariana era una anciana que vivía sola con su mejor amigo un perrito criollo llamado Luca y su nieta Liz ellos eran los únicos que la acompañaban todo el tiempo ya que sus hijos la habían dejado a su suerte.
Rara vez la visitaban, Mariana había enfermado
Al grado de ya no poder levantarse de su cama,
Una tarde mientras Liz aseaba la casa escucho que su abuela platicaba con alguien.
-– viejito que bueno que ya llegaste ahorita le digo a tu nieta que te sirva de comer.
Luca se puso inquieto y empezó a rasguñar la puerta de la recámara de Mariana.
Liz pensó que había escuchado mal y decidió preguntarle a su abuela:
––abue con quién estabas hablandó?
-con tu abuelo hija ya le serviste la comida de seguro viene cansado de tanto trabajar.
Liz no sabía que decirle
Estaba confundida pues su abuelo tenía años de haber fallecido.
Pasaron los días y Mariana mostró mejoría pero seguía extrañamente mencionando a seres queridos que ya habían fallecido Liz pensaba que su abuela ya alucinaba por la edad.
Una noche cuando Liz estaba apunto de acostarse a dormir escucho que Luca le ladraba desesperadamente a algo.liz pensó que tal vez era algún vecino y salió a ver qué pasaba Luca salió encarrerado y empezó a ladrarle a algo en aquella inmensa obscuridad.
En eso escucha que su abuela gritaba que no se quería ir que la dejarán en paz .
Liz corrió a ver a su abuela para tratar de calmarla.
-abue que pasa que tienes? Porque gritas quien te quiere llevar?
–tu abuelo mi mamá doña Lucía y mi hermano cuco quieren que me valla con ellos y yo no quiero hijita dile a todos esos que están afuera que se callen quiero dormir.
Liz empezaba a asustarse pues afuera no había nadie más que Luca ladrandole a la nada.
Luca se la paso ladrando toda la noche.
Al día siguiente Liz fue a la recámara de su abuela para avisarle que sus hijos habían venido a visitarla,
Pero Mariana no respondió había mu**to durante la noche.
Luca todo el tiempo estubo ladrandole a los espíritus que rondaban la casa de Mariana y que solo el y su ama veían.
Cuenta la gente, que cuando están por morir algunas personas sus seres queridos fallecidos se hacen presentes y los acompañan hasta el final.

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