27/05/2025
-Mi madre ya me ha buscado esposa -dijo el joven-; por que ésa es la costumbre en nuestra tribu, pero yo no la quiero; yo quiero casarme con la mujer que amo.
-pero ¿te corresponderá ella? -preguntó el etnólogo.
-creo que sí, porque no me habló. Nos encontramos en el mismo tren cuando volvíamos de la escuela. Y no me hablo. Si yo no le interesara, me hubiera hablado. por eso creo que sÍ me quiere, porque no me habló.
Y lo quería, en efecto. claro que también él la quería a ella. Y por eso tampoco le hablo; Y por eso sintió necesidad de un tercero que le sirviera de puente.
Lo instructivo de este caso es la patética escenificación del carácter indio, con sus honduras y sus impotencias. Apuesto a que, al leer este ejemplo, ustedes se sonrieron: todos.
Sí. Todos sonreímos. Porque nos parece original, o porque nos parece ingenuo. Pero la tragedia del indio está también aquí: en que nosotros nos reímos de lo que para él es terriblemente serio: el amor suyo, el modo de adorar, la tradición.
Pero el hecho de que los indios tienen corazón, sólo que no lo pasean, como nosotros, por las calles. Ni gustan de exhibirlo, ni tampoco serían capaces. Y acaso precisamente por eso, por sus máximas dificultades de expresión emotiva, tienen agudísimamente desarrollado el sentido intuitivo, digamos la capacidad detectora, como por sintonización, de los sentimientos ajenos: en concreto, del amor y del despegó, de la estima y del desprecio.