16/07/2025
📖 TEORÍA DEL WILEBALDO📖
*Hoy, en nuestro recuento librero te presentamos la primera parte de este padecimiento bibliópola. Se comienza con los antecedentes del caso. Gracias por tu lectura.
1a parte de
"Teoría del Wilebaldo"
Por R. Rueda
En las últimas semanas, su vida era un libro destrozado por la humedad y la polilla. Nunca fue capaz de preguntarse acerca de las causas que lo habían conducido hasta allí. Sólo era posible maldecir su propia existencia, pensar que la mala suerte era algo que siempre descargaba su furia contra los libreros como él, quien a veces se levantaba con el mejor de los ánimos, dispuesto a recuperar, una por una, las cosas que había perdido en los arrebatos de la inconsciencia: la confianza de sus compañeros de trabajo, el respeto de los clientes de la Mateo Porte, la estimación de los comercios vecinos con los que estaba endeudado, el fortuito cariño de una joven lectora, los cuidados de Ersebet, la fotógrafa; varios libros extraídos con decidida culpabilidad de La Casona Librera, los cuales remataba a los bibliópolas de la Santa Veracruz; su antigua vida en un hogar iluminado, plantas, cama, prendas limpias y, al principio de todo, Gabriela.
Wilebaldo se paraba a veces con una energía natural comparable a cuando tenía la fortuna de aspirar, sobre un espejo, dos o tres líneas de su obra predilecta. Ansioso indagaba y olía los montones de ropa sucia en busca de las piezas menos utilizadas. Con media cubeta de agua se acicalaba lo mejor posible y utilizaba el residuo para el aseo dental. Cada día proyectaba llevarse algunos trastes sucios para lavarlos en la Mateo Porte, pero las prisas siempre echaban a perder sus planes. En ocasiones no lograba juntar las monedas para el viaje en el metro y hacía el trayecto a pie. Si había charcos, comenzaba a decaer el ánimo, porque le molestaba que el agua se le metiera por las suelas agujereadas. Miraba a los oficinistas desayunándose en los puestos callejeros a lo largo de Balderas y sentía los primeros estrujamientos de la rabia, entonces decretaba que no volvería a pasar una mañana sin desayunar. Tendría que intentar otro préstamo, acaso sustraer un libro más, el último, se juraba; uno que le permitiera acallar al hambre por algunos días. Quizás una primera edición o uno de esos de pasta dura y editorial europea que tanto valoraba el cretino de Tito. A lo mejor dos o tres de la Serie del Volador. Tendría que investigar cuáles eran los de más alto costo y luego, entretejiendo una red de eventos distractores, guardarlos en su mochila y ocupar la hora de comida para llevarlos con Jerry Zapata, ese libro viejo del hurto bibliográfico, quien siempre le recomendaba darle un buen golpe al patrón: "No sólo voladorcitos, mi Wili, tú puedes entrar al Agujero del conejo. Tráeme de ahí unos códices, o el Altazor que guarda en el cajón del escritorio, hazlo y te pagaré tanto como para que recomieces, lejos de aquí. No sientas remordimiento por ese ca**ón acaparador".
Jerry Zapata sabía llenarle la cabeza de reprobables pensamientos, pero Wilebaldo siempre llegaba a la conclusión de que jamás le haría algo así al patrón, a Lord R., quien era, a fin de cuentas, el padre que siempre quiso.
Continuará...