26/08/2025
La renuncia del senador Néstor Camarillo Medina al PRI marca un momento crítico para el partido que alguna vez dominó la política mexicana. Con su salida, el PRI pierde su asiento en la Mesa Directiva del Senado, un golpe no solo simbólico, sino profundamente político. Esto refleja la crisis histórica que atraviesa el tricolor, ahora reducido a solo 13 senadores y superado incluso por el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) como cuarta fuerza política.
El impacto es claro: el PRI pierde capacidad de negociación y representación estratégica, mientras Morena y sus aliados consolidan su poder en el Congreso. La renuncia de Camarillo, anunciando una “agenda ciudadana independiente”, también evidencia cómo figuras clave buscan desligarse de un partido percibido como desfondado y sin rumbo. Además, hay rumores de que Camarillo podría estar explorando un futuro en Movimiento Ciudadano, lo que agrava la pérdida de liderazgo dentro del PRI.
Este momento podría ser visto como el preludio del fin definitivo del PRI en la política nacional, algo que viene gestándose desde hace años. Su declive comenzó con la derrota presidencial de 2000, y desde entonces ha sido incapaz de reinventarse como una fuerza relevante. La falta de ideología clara, su asociación con corrupción y su incapacidad para atraer nuevos sectores sociales como jóvenes o clases medias han acelerado su caída. Hoy, más que un partido funcional, parece un negocio político dirigido por una cúpula cada vez más desprestigiada.
¿Es el fin definitivo? Tal vez no inmediato, pero el PRI parece encaminado a convertirse en una fuerza marginal, incapaz de influir en las decisiones políticas reales. Su agonía interna y política lo deja dependiente de prerrogativas, plurinominales y acuerdos con el gobierno, sin capacidad de recuperar gubernaturas ni espacios de poder significativos. El partido que gobernó México durante 70 años ahora enfrenta un futuro incierto que podría ser irrelevancia total.