17/11/2023
Perro
Les enseñé mis dientes de perro rabioso y salieron corriendo con sus botas de casquillo, se quejaron de mi violencia mientras me daban con picana en la costilla de dónde provengo. Era una niña y ya conocía la inmundicia y crueldad del mundo. Reían mientras tasajeaban la carne de mis muslos, y siempre callé. Crecí llena de cicatrices, pero aprendí a ladrar y a correr. Un día vino a mí la sabiduría de Goya, y decidí quemarlos en una hoguera. Recibí sus insultos, sus risas de suspenso, pero mi venganza sería mejor. Crecí como el perro más grande y más salvaje, y nada me importó después. Extraje uno a uno sus dientes, los pulvericé y me los tragué, rasgué con mis garras sus caras y ahora habitan por las calles sin poder mirar a nadie a los ojos, porque delatan que en ellos hay maldad. Les dejé en su espalda mis huellas de plomo y ahora su caminar es pesado, casi imposible. Me quitaron el miedo, y al hacerlo se quedaron con él. Pudriendo sus almas infrahumanas, deplorables, asesinas. Ten piedad, me pedían. Pero soy un perro, y los perros no tiene piedad de los gatos que persiguen, como los gatos no tienen piedad del ave que vuela llevando el polen, ni el ave tiene piedad del gusano que se convierte en mariposa. No los maté, porque seré todo menos un perro asesino. Solo les terminé de morder los dedos, para que nunca volvieran a sentir. Me convertí en un perro y aprendí a morder.
Magda Medrano