01/05/2025
La identidad tabasqueña. Filosofía en torno a la Flor Tabasco
René Brondo Ricárdez
01/05/2025
A raíz de tantas opiniones y posturas respecto a lo que una embajadora debe ser, me siento casi obligado a abordar el tema desde lo que podría ofrecer la filosofía. Voy a tener que dar varios rodeos y espero que se entienda el motivo, ya que, aprovechando la efervescencia de la algarabía, he leído por días lo que significa ser tabasqueño. Es como si ese título tuviera un alma o una esencia que nos define. Sin embargo, resuena el eco de las discusiones hechas hace un siglo, cuando muchos filósofos ya evaluaban esa pregunta. Y solo imaginen que el tema de “lo mexicano” estaba presente en la obra de Samuel Ramos que murió en 1959. Hace tantas décadas. Tiempo en el que ya habían surgido los filósofos hiperiones –o del Grupo Hiperión- para tratar el mismo asunto.
A lo que quiero llegar es que, al menos para los amantes de la filosofía y los estudios sociales mexicanos, ya existe un bagaje teórico y conceptual para dar cuentas de algo que no solo aplica para el mexicano en general, sino para el tabasqueño en particular. Y podemos hablar sobre varios autores que explican qué es lo mexicano y, con eso, llegar a una propuesta de qué es ese tipo de mexicano del sureste tan único que es el tabasqueño. Podemos referirnos a León-Portilla, José Gaos, Bonfil Batalla y hasta Octavio Paz –disculpas si personalmente no es de mi agrado su idea de que el mexicano es el hijo de la chingada Malinche.
En fin, de tantas propuestas, algunas más urbanas-citadinas, europeístas, gringuistas y otras más indigenistas, pensemos en que precisamente el problema de muchas de esas ideas cometen el error de definir al mexicano en una idea tan cuadrada que termina creándose un estereotipo, así como el del indio bajo el nopal. Así que por un lado el tema está en que no podemos decir que ser mexicano sea algo fijo y rígido, algo estático, que comúnmente llaman “esencia”. Aparte de eso, el mexicano es el producto de historias, guerras, decisiones políticas, comunidades y más asuntos que surgen de una tensión de dos mundos de los que nunca podemos decidirnos por uno.
Andamos en un vaivén entre el mundo moderno y el tradicional campesino indígena, o entre un mundo imaginario de progreso contra el mundo profundo de nuestra herencia ancestral, o entre un mundo acomplejado por querer aspirar a moldes extranjeros contra la personalidad que puede heredarnos nuestro entorno tan localista. Porque sí, el tabasqueño es muy localista, y es justo por eso que llega a pensar nuestra identidad como un personaje de caricaturas que no tiene derecho a transformarse. Pero, como ya di a entender, vivimos en un entre-mundos, en la tensión por un lado de la herencia ancestral indígena campesina y, del otro lado, la innovadora idea de Conquista colonialista modernizadora.
El mexicano ha convivido con ello desde hace 500 años (si es que pensamos que había un México antes de tener el nombre). Ahora sí, aterricemos –o copiemos- esa misma reflexión aplicándola en Tabasco. Así que no, no somos habitantes del mundo precolonial de los olmecas o los yokotanob, pero hay un esfuerzo para poner en diálogo a esas dos realidades. Es un diálogo tenso, difícil, escurridizo y, más que nada, es una relación tóxica. También está presente en las comunidades indígenas, ¿o creen que en Cupilco eran católicos antes de los españoles?
No vamos a un ritmo parejo de cómo somos influidos por un mundo y por el otro, ya sea entre individuos, municipios, etc. Y digo todo esto para que se entienda el problema de cuando alguien se aferra a decir que uno como tabasqueño tiene que ser solo de esta manera y, por lo tanto, una embajadora debe ser y actuar solo de esta forma. Que si el pozol no va con azúcar, pataste, chile, cacahuate, horchata y quién sabe qué más. Que si te atreves a pecar agregando eso, pierdes tu identidad choca. Y yo lo entiendo, tenemos nuestra propia pasión como los alemanes del romanticismo hablaban del Völkisch, el folklor. Es imposible leer a un poeta tabasqueño de los de antes y no darse cuenta de que sus versos están ahogados en admiración por la cultura local –Amparo Magaña es un ejemplo- y por algo inseparable de la cultura que es la naturaleza tan desbordante de nuestro Edén –son ejemplos Efrén Vázquez, Ángel Suárez y muchos más.
Tenemos por máximo poeta para presumirle al mundo a Pellicer y no reclamamos que era de familia campechana, el reclamo surge cuando una embajadora toma decisiones o tiene una historia fuera de la cajita imaginaria que a quién sabe quién se le ocurrió. Gozamos por la expulsión de los franceses. Y en este tema vive tanto la idea de que un tabasqueño tiene que tener ciertas características geográficas y hasta genéticas. Pero embajadoras las hay de comunidades indígenas, rancherías, ciudades. Existen las que se identifican con su ranchería y las que viven en otros países, a veces hasta por tener doble nacionalidad y eso no les quita el hecho de que siempre formarán parte de esa identidad tan reñida.
Es que somos producto de una extensa historia. No todos tienen el mismo color de piel, altura o tipo de cuerpo. Es normal, la identidad no recae en eso. Ni siquiera el hablar choco es el mismo en todo el estado, basta con poner atención a cómo cambia de Jalpa de Méndez a Comalcalco y de ahí a Cunduacán, ya no hablemos de cuando llegas a Teapa. Y no solo en la comunicación hablada, también en otras formas de nuestra expresión. La influencia puede venir de muchos países tomando en cuenta que vivimos tiempos donde las fronteras se hacen cada vez más imaginarias con la llegada del mundo virtual. Ahí sigue la tensión entre lo tradicional y lo moderno, pero lo moderno ya no es lo que fue hace décadas, ya el miedo al cambio no está en si la embajadora dejó de usar mantas para su p***a y usa lonas, ahora es porque se atreve a promocionar su municipio con la máxima calidad que puede ofrecer la tecnología de hoy y la moda del momento.
Y solo como ejercicio del shishero pónganse a ver cómo la mayoría de esas quejas y opiniones –usualmente de perfiles sospechosos- tienen que ver con ese miedo a aceptar que hoy son otros tiempos, los de la embajadora 2025, no 1964 –por decir un número, ni sé quiénes participaron en ese año. Se quejan porque las muchachas no encajan con su idea folclórica de lo que es una tabasqueña, pues ni que fueran una artesanía o el personaje de un parque turístico. Y si baila, que se va a descalabrar, o si no baila, que no le den la banda. Cuando noten eso en ese sencillo ejercicio, acuérdense de que somos un producto histórico, somos la disputa entre dos realidades casi opuestas que nos conforman aunque no las aceptemos del todo.
No lo niego, hay una imagen sobre un Tabasco deteriorado que, en sus memorias, contaba con una gastronomía magnífica, manifestaciones culturales tan valiosas y un entorno selvático del que se enamoran los escritores. Luego por eso parece que Tabasco solo producía poemas costumbristas (es un género literario, no un insulto, ya he tenido que aclarar). Pero esa imagen tiene que ser dinámica, Villahermosa ya no es San Juan Bautista, Paraíso está asimilando a la refinería como elemento de su identidad. De la misma forma, el monocultivo que desde cierto tiempo identificó al municipio se está desvaneciendo a causa de las nuevas formas de vida, por eso mismo no podemos añorar un pasado que es tan difícil recuperar ni creer que es embajadora la que nos provoque más melancolía de aquel trópico ardiente. Y en todo esto no pretendo decir que tal cosa es la esencia de lo tabasqueño, porque estaría cayendo en el mismo error. En treinta años, los municipios vivirán otras condiciones y desde ellas se va a promocionar al estado siempre verde.
Un asunto aparte es quién gana el concurso. Para decir que una embajadora es parte del top personal entran muchas cosas además de la belleza, el porte, la elegancia, la simpatía, la soltura o el dominio de la oratoria –y los elementos que esté olvidando. Felicidades a los discursos que también evolucionan, los que tienen cadencia contemplativa en lugar de rimas infantiles y los que dejan de reproducir el tan repetitivo estilo asiático, ahora la oratoria se acerca más a los TedTalk, por ejemplo; y terminan mostrándose como un no-discurso. Pero es que hasta AMLO usaba la oratoria, ese hablarcito tan desesperante fue el extremo del discurso meditado. Y aprovechando la mención al gobierno, cabe aclarar que hay quienes conviven con la resignación de que siempre o casi siempre ha habido corrupción –quiero pensar en mi ingenuidad que ciertos años han ganado a pulso-, lo cual se ha visto más descarado en ciertos años.
Hoy existe el marketing, la marca personal y más herramientas que no encuentro el sentido de eliminarlas para el fomento cultural del estado. El éxito está en saber integrar lo ancestral con lo moderno en cuanto a la Flor Tabasco se refiere. Con todo lo dicho, me limito a resaltar algo conciso. Somos historia. Somos naturaleza y cultura en movimiento. Somos habitantes de un entre-mundos, el Nepantla del que habla Guillermo Hurtado. El tabasqueño es nativo de un umbral en el que chocan dos realidades casi paralelas durante una breve intersección. Salgamos de los barrotes autoimpuestos más innecesarios, ser choco se dice de muchas maneras.
Gracias por leer hasta el final. Esta reflexión se hizo para los que aún leen sin perder la concentración a los 10 segundos. ¡Y arriba Tabasco, c*ño!