17/11/2025
Un país que se negó a callar
La manifestación del pasado 15 de noviembre expuso algo que el gobierno intenta ocultar tras discursos oficiales y versiones cuidadosamente editadas: la ciudadanía está harta, está organizada y no piensa retroceder. Lo ocurrido ese día en el Centro Histórico no fue un “incidente aislado” ni una “reacción necesaria para mantener el orden”. Fue una muestra clara de cómo el Estado, frente al descontento social, recurre primero a la fuerza y después procura manipular la narrativa para justificarse.
Durante la movilización, se reunieron familias completas, médicos del bloque de batas blancas, personas adultas mayores, jóvenes de la generación Z y grupos que enfrentan urgencias reales —como quienes requieren medicamentos oncológicos o mejores condiciones en terapias intensivas—. Todos marchaban pacíficamente. Sin embargo, fueron los primeros en verse envueltos en nubes de gas lacrimógeno.
La violencia no comenzó del lado de los manifestantes. Se detonó cuando la autoridad decidió que el diálogo era incómodo y que la fuerza era más útil. La policía, rebasada por la magnitud de la protesta, pidió un alto al fuego… y minutos después rompió su propia tregua. Mientras la gente respetaba la pausa, la autoridad la aprovechó para reorganizarse, traer refuerzos y desatar una represión más intensa. Aquello no fue contención. Fue una emboscada.
La versión oficial insiste ahora en responsabilizar a la ciudadanía. Hablan de “provocadores” y “agresiones”, pero omiten quiénes estaban ahí: niñas y niños, abuelos, personal médico, estudiantes, familias enteras que terminaron atrapadas en calles estrechas o corriendo entre el gas. También omiten las detenciones arbitrarias, los golpes, los levantones y el caos provocado por una estrategia basada en el miedo y no en el orden.
Lo que ha cambiado —y que hoy incomoda al poder— es la amplitud de las voces inconformes. Médicos, estudiantes, familias, personas vulnerables y jóvenes que se niegan a normalizar que manifestarse sea respondido con fuerza y mentiras.
Por eso es esencial que la versión ciudadana no se diluya ante el discurso oficial. Quienes estuvieron presentes deben compartir videos, imágenes y testimonios para contrarrestar la manipulación institucional.
El 15 de noviembre marcó un punto de quiebre. Ese día el Estado reprimió, pero también dejó ver que tembló. Porque cuando el poder tiembla, es señal de que la sociedad ya despertó.