21/07/2025
DESPEDAZADO POR SUS VERDUGOS.
Durante los años más oscuros de la persecución religiosa en México, uno de los capítulos más dolorosos se vivió en el estado de Tabasco, donde el gobierno local, encabezado por Tomás Garrido Canabal, impuso un régimen de terror contra todo lo que representara la fe católica.
Durante la persecución, Tabasco fue un verdadero desierto espiritual: los templos fueron destruidos o convertidos en cuarteles, las imágenes sagradas fueron quemadas, y los fieles se vieron obligados a ocultar hasta el más mínimo signo de fe. Incluso el saludo común de "Adiós" era castigado por el gobierno, porque recordaba a Dios.
En medio de este panorama de horror surgió la figura heroica de un joven laico indígena llamado Gabriel García.
Nació el 18 de marzo de 1906, en Macuspana, Tabasco. Desde muy pequeño demostró un profundo amor a Dios. En su casa, su padre Genaro García tenía un humilde altar con imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual Gabriel cuidaba con esmero y adornaba con flores silvestres.
Aunque no tuvo acceso a la escuela debido a la pobreza y al trabajo en el campo, Gabriel tenía un gran deseo de aprender a leer. Por las noches, a la luz de una vela de sebo, sus hermanos le enseñaron a leer, y pronto comenzó a estudiar por sí mismo libros religiosos: el Catecismo de Ripalda, la Teología Popular del padre Morell, la Preparación para la Muerte de San Alfonso María de Ligorio, La Imitación de la Santísima Virgen, el Tesoro Escondido, la Historia Sagrada, entre otros.
A los 15 años, Gabriel ya se había convertido en un autodidacta en religión. Reunía a otros muchachos del pueblo para enseñarles el catecismo y leerles libros piadosos, explicándoles su contenido de manera sencilla. Esto le dio gran facilidad de palabra y lo preparó para una misión mayor.
Cuando tenía 20 años, Gabriel viajó a Villahermosa, donde conoció a Leonardita Sastré de Ruiz, una piadosa celadora del Apostolado de la Oración. Ella lo formó en esa espiritualidad, le entregó hojas, mensajeros y diplomas del Apostolado y le dijo algo que Gabriel tomó como un llamado divino:
“Dios lo quiere para propagar en Tabasco el Apostolado de la Oración.”
Desde ese momento, Gabriel dedicó su vida a difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, organizando horas santas en rancherías, orando con la gente, enseñando el catecismo y acompañando espiritualmente a los fieles que no tenían sacerdotes.
Los primeros viernes eran días especialmente intensos: cientos de personas acudían desde las riberas de los ríos a orar toda la noche. Rezaban el Rosario, leían la Pasión de Cristo y Gabriel explicaba los textos con fervor.
La persecución continuaba. El entonces gobernador Ausencio Cruz acusó a Gabriel de “oficiar en carácter de sacerdote”, porque reunía a la gente para orar y propagaba el Apostolado de la Oración.
Gabriel fue amonestado primero por la autoridad municipal de Macuspana, pero como no dejó de organizar las horas santas, fue denunciado y detenido.
Lo ataron de pies y manos, lo embarcaron en una lancha por el río rumbo a Villahermosa, pero en realidad no lo llevaron a juicio: la orden era asesinarlo en secreto.
El Padre Macario Fernández Aguado, sacerdote michoacano que se encontraba escondido en un jacal a la orilla del río, al ver pasar la lancha que llevaba a Gabriel, le dio la absolución a distancia. Esa fue la última bendición que recibió.
En la madrugada del primero de octubre de 1930, Gabriel fue “tasajeado” (despedazado) por los agentes de Garrido. Luego arrojarían sus restos al río, para evitar cualquier entierro religioso.
Al día siguiente, su hermano Severo García fue al lugar, encontró el suelo ensangrentado donde su hermano fue asesinado y recogió la tierra empapada de sangre. Esa tierra la enterró religiosamente, como reliquia del martirio.