
20/09/2025
SU PADRE LA CASÓ CON UN MENDIGO PORQUE NACIÓ CIEGA, Y ESTO FUE LO QUE PASÓ
Zainab nunca había visto el mundo, pero sentía su crueldad en cada respiración.
Había nacido ciega en una familia que valoraba la belleza por encima de todo.
Sus dos hermanas eran admiradas por sus ojos cautivadores y su delicada apariencia, mientras que Zainab era considerada una carga, un secreto vergonzoso que debía ocultarse tras puertas cerradas.
Su madre murió cuando ella tenía solo cinco años, y desde ese momento, su padre cambió.
Se volvió amargado, resentido y cruel, especialmente con ella.
Nunca la llamaba por su nombre.
Simplemente se refería a ella como "esa cosa".
No quería que Zainab estuviera en la mesa durante las comidas, ni que los invitados la vieran.
Creía que Zainab estaba maldita.
Y cuando cumplió veintiún años, su padre tomó una decisión que destrozó lo que le quedaba del corazón. Una mañana, su padre entró en la pequeña habitación donde Zainab estaba sentada en silencio, pasando los dedos por las páginas de un viejo libro en braille.
Dejó caer un paño doblado sobre su regazo.
"Te casas mañana", dijo secamente.
Zainab se quedó paralizada. Sus palabras no tenían sentido.
¿Casada? ¿Con quién?
"Con un mendigo de la iglesia", añadió su padre.
"Eres ciega. Él es pobre. La pareja perfecta".
Zainab sintió que la sangre le abandonaba la cara.
Quiso gritar, pero no le salieron las palabras.
No tenía elección.
Su padre nunca le había dado opción.
Al día siguiente, se casó en una ceremonia pequeña y apresurada.
Por supuesto, nunca vio la cara del hombre, y nadie se atrevió a describírselo.
Su padre la empujó hacia el hombre y le dijo que se tomara de su brazo.
Ella obedeció, como un fantasma dentro de su propio cuerpo. La gente se reía a sus espaldas:
“La chica ciega y el mendigo”.
Después de la boda, su padre le entregó una pequeña bolsa con ropa y la empujó hacia el hombre.
“Ahora es tu problema”, dijo, dándose la vuelta sin mirarla.
El mendigo, que se llamaba Yusha, la guió en silencio por el camino.
No dijo nada durante un buen rato.
Finalmente, llegaron a una pequeña cabaña destartalada a las afueras del pueblo.
Olía a tierra húmeda y humo.
“No es lujoso”, murmuró.
“Pero aquí estarás a salvo”.
Se sentó en la vieja estera del interior, conteniendo las lágrimas.
Esta era su vida ahora: una mujer ciega casada con un mendigo, viviendo en una cabaña de barro y esperanza.
Pero algo extraño sucedió esa primera noche.
Yusha le preparó el té con manos delicadas.
Él le dio su propia manta y durmió junto a la puerta, como un perro guardián para su reina. Le hablaba como si realmente le importara, preguntándole qué historias le gustaban, qué sueños tenía y qué comidas la hacían sonreír.
Nadie le había preguntado esas cosas antes.
Los días se convirtieron en semanas.
Yusha la acompañaba al río cada mañana, describiendo el sol, los pájaros, los árboles, de una manera tan poética que podía verlos en su mente.
Cantaba mientras Zainab lavaba la ropa, y cada noche le contaba historias sobre las estrellas y tierras lejanas.
Por primera vez en años, ella rió.
Poco a poco, su corazón comenzó a abrirse.
Y en esa pequeña y peculiar choza, sucedió algo inesperado: Zainab se enamoró.
Una tarde, al tomarle la mano, ella le preguntó:
"¿Siempre fuiste mendiga?".
Yusha dudó. Luego, en voz baja, dijo:
"No siempre".
Pero no añadió nada más, y ella no lo presionó.
Hasta que un día.
Zainab fue sola al mercado a comprar verduras. Yusha le había dado instrucciones precisas, y ella las recordaba a la perfección.
Pero a mitad de camino, alguien la agarró del brazo de repente.
"¡Rata ciega!", se burló una voz.
Era su hermana, Sofía.
"¿Sigues viva? ¿Sigues fingiendo ser la esposa del mendigo?"
Las lágrimas inundaron los ojos de Zainab, pero se mantuvo firme.
"Estoy feliz", dijo.
Sofía rió con crueldad.
"Ni siquiera sabes quién es realmente. Es una basura. Igual que tú".
Y entonces susurró las palabras que le rompieron el corazón a Zainab:
"No es un mendigo. Zainab, te han engañado".
Zainab regresó a casa tambaleándose, completamente confundida.
Esperó hasta la noche, y cuando Yusha regresó, volvió a preguntar, pero esta vez con valentía.
"Dime la verdad. ¿Quién eres realmente?" Y entonces, Yusha se arrodilló ante ella, le tomó las manos y dijo:
"Se suponía que aún no lo sabías. Pero ya no puedo mentir más".
Su corazón latía con fuerza.
Yusha respiró hondo.
"No soy un mendigo. Soy el hijo del jefe de la comunidad"...👇👇👇