Elixir de Miedo

Elixir de Miedo ¡Bienvenidos a la morada del misterio y lo paranormal! Sumérgete en el escalofriante mundo del terror

TAVITO VIENE A VERME.Tavito era un niño de 5 años, se caracterizaba por su nobleza y su actitud servicial.Un día la madr...
11/09/2025

TAVITO VIENE A VERME.
Tavito era un niño de 5 años, se caracterizaba por su nobleza y su actitud servicial.
Un día la madre de Tavo, decidió cambiarlo de kinder, porque el otro ya les quedaba muy lejos, Tavito, triste pero emocionado, se preparó para su primer día de clases.
Durante el receso no tuvo mucha suerte para hacer amiguitos, solo un pequeñito se le acercó a platicar.
¿Cómo te llamas? Dijo Tavito.
-Many, respondió el niño.
Comenzaron a jugar y platicar, se acercaba la hora de salida y Many comenzó a llorar.
¿Qué tienes Many, no te da gusto que por fin viene mamá por ti?
- Mi mamá ya no viene por mi, me he parado en la puerta, esperando a que la miss diga mi nombre para salir, pero nunca lo dice, regreso con miedo a la casita y me escondo toda la noche, para que la oscuridad no me dé miedo.
La maestra gritó el nombre de Tavito, este se fue a la entrada donde su mamá lo esperaba.
En casa le contó a su mamá, lo que Many le había dicho, la mamá le dijo: "seguro es una broma, no hagas caso, todas las mamás siempre vamos por los niños".
Día 2 en el kinder.
Durante las clases Tavo, nunca veía a Many, solo lo encontraba durante el receso y a la hora de salida.
Este día many estaba llorando
¿Qué tienes Many, por qué lloras?
-Ya no quiero seguir aquí, me he tratado de salir, pero no puedo, es como si estuviera encerradito y no puedo regresar a mi casa, extraño a mi mami, a mi pecesito y mi cama.
Tavito le dijo: - Mi mamá dice, que todas las mamis siempre vienen por los niños.
-La mía no. Dijo Many. - La mía no ha venido desde hace muchos días.
La maestra comenzó a notar actitudes raras de Tavito, entonces mandó a llamar a la madre y le dijo:
-He notado que Tavo habla sólo, no socializa con nadie, en hora de recreo y salida, se encierra en la casita del patio y habla solo ahí dentro, nadie quiere ser su amigo, les da miedo que Tavo hablé solo.
La madre dijo:
-Hablaré con Tavo, mañana regresaré con usted y le platico lo que me diga.
En casa la madre de Tavito, habla con él, sobre todo lo que está pasando en la escuela; al terminar la plática, la madre sorprendida, pero segura, creyó en la palabra de su hijo, diciéndole:
-Esto se lo vas a contar a tu maestra el día de mañana, yo te creo y yo te voy a acompañar.
Llegó el día de clases y la maestra se sentó para escuchar lo que Tavo tenía que decirle, y fué:
"Yo no hablo solito, mi amigo Many es el que siempre está conmigo en la casa, el tiene miedo porque su mamá no ha venido a buscarlo a la escuela, quiere ir a su casa y extraña a su mamá, si quiere vamos y que él se lo diga".
La maestra paralizada, le dijo a Tavito:
-Yo te creo, puedes ir a jugar al patio, me voy a quedar con tu mamá.
Entonces la maestra relata lo siguiente:
-Many era un pequeño de 4 años, estaba en este kinder hasta hace un año, que falleció, el murió en esa casita de un paro cardíaco fulminante, la madre estaba debastada, los doctores no pudieron hacer nada y desde entonces, no supimos nada más de su mamá, la escuela mandó apoyo psicológico a la casa de many, pero la madre se negó a recibirla, me sorprende mucho que Tavito sepa de many, esto pasó hace un año y es imposible que el supiera de este niño, porque aún no estudiaba ahí y para los niños, Many se cambió de escuela.
La madre de Tavo con más seguridad, decidió apoyar a su hijo.
-Tavo dice que tiene una misión, que Many le ha pedido buscar a su mamá, para que venga por él a la escuela y se pueda ir a su casa; yo quiero apoyarlo, me pueden dar la dirección, le prometo que si la mamá de many no quiere hablar, no molestaremos más.
La maestra después de ver que lo que pasaba no tenía explicación, accedió a darles la dirección, para que Tavo pudiera seguir con su misión.
Luego de que la maestra le dió la dirección a la mamá de Tavito, asistieron por la tarde a verla.
Al tocar la puerta, una mujer demacrada, pálida, fachosa, con ojos hinchados y un oso de felpa en su mano, abrió la puerta con mal humor.
Tavito al ver ese oso, inmediatamente dijo:
"Ese debe ser puchis". La mamá de many cerró inmediatamente la puerta y entre llanto sólo gritó:
-¡LARGO!
Al día siguiente volvieron a insistir, con la misma ropa del día anterior, abre la puerta y antes de cerrarla Tavito dice:
-Espere, mamá de Many, yo conozco a Many y él me pidió que le dijera algo a usted.
La señora se agacha y le dice:
-¿Estudiabas con él?
La madre de Tavo le explica, que el niño llegó apenas a ese kinder y no se conocían antes, pero que la maestra y los niños, lo miraban hablar solo y en pequeño afirmaba que hablaba con Many.
Así pasaron varias semanas, mientras Tavo le mandaba recados de Many a la madre, esta comenzó a sanar muchas heridas, al comenzar a saber cosas de su fallecido hijo.
Tavito le dijo:
-"Señora, Many quiere que vayan por él a la escuela, todas las mamis van por sus hijos y Many ya se quiere ir, extraña a puchis, su camita, su hora de cuentos y su beso de buenas noches".
Después de tanta convivencia y detalles que Tavo le daba, la madre de many accedió a ir a la escuela por él.
Temprano Tavito y Many se encontraron en la casita de siempre, platicaron por última vez, rieron y compartieron su último intercambio de palabras.
La maestra comienza a nombrar a todos los alumnos por los cuales habían llegado, Marcos, Alex, Hannia... Así sucesivamente hasta que menciona: Tavito y Many, sus mamás han llegado.
Emocionado Many corre a la puerta, abraza a su maestra, a quien le recorre un frío en el vientre.
Many se acerca a su mamá, a quien no había visto en mucho tiempo, la madre pudo sentir esa conexión única con su hijo, se agacha y un escalofrío apasible recorre su cuerpo, aunque no podía verlo, ella podía sentir a su hijo, abrazándola.
Tavito vió alejarse a su mejor amigo Many y su madre, con una gran sonrisa en ambos, Tavo solo dice:
-De nada.
En la casa de la madre de Many, ella sigue la rutina de cuando tenía vivo a su hijo.
Llegan a casa, acomodan su mochila en la sala y se sientan en el mueble a platicar como ha ido en su escuela, después sirvió dos platos de comida, se sentaron en la mesa y ella comió, como si nada estuviera pasando.
Pasaron un día común, como cualquier otro, a pesar de no poder verlo, ella podía sentirlo, sentía ese frío, pero lleno de amor; no quería que el día acabara, pero las horas pasaron y llegó la hora de despedirse.
La noche había caído, la madre fue a la habitación de many, que estaba levantada y lista para recibirlo, la madre se sienta a la orilla de la cama, lee un cuento, como solía hacerlo: "Este era un niño, que tenía que hacer un largo viaje, pero su mamá no podía acompañarlo, él tenía miedo, pero entonces descubrió algo muy importante, que su mamita siempre lo iba a amar, aunque él no pudiera verla y aunque pase mucho tiempo o poco, la mami siempre volverá por él". Saca de un costado de ella, a puchis, el osito de felpa de su hijo, entre lágrimas le desea las buenas noches.
En ese momento, la madre dejó de sentir ese frío que la acompaño en todo el día.
Many, había conseguido paz y se había marchado para continuar amando a su mamá, en el más allá.

El Jinete del Camino LargoEsta historia fue escrita por Marciel G., Elixir de Miedo, inspirada en la historia enviada po...
11/09/2025

El Jinete del Camino Largo
Esta historia fue escrita por Marciel G., Elixir de Miedo, inspirada en la historia enviada por: Gabriel Martínez
Cinco de la tarde. El sol es un ma****lo de cobre que golpea la nuca. El aire no se mueve; tiembla sobre la tierra caliente. Salomón clava la pala en el suelo y se endereza. Un crujido en su espalda. La camisa de trabajo, una segunda piel de sudor y polvo, se le pega al cuerpo. Mira el surco, largo y recto. Hecho.
Una regla no escrita en el pueblo: a las seis, el miedo sale a caminar. Supersticiones de viejos, siempre pensó. Pero hoy, algo se siente distinto. Una quietud incorrecta. El zumbido de los insectos parece haberse apagado.
Toma una decisión. No por el camino corto que atraviesa el maizal. El largo. El que rodea el campo.

El camino es una cicatriz de polvo entre mezquites retorcidos. Las botas de Salomón levantan pequeñas nubes a cada paso.
Crunch. Crunch. Crunch.
Es el único sonido. Un ritmo constante que lo ancla a la realidad. Las sombras de los árboles se estiran, garras negras que arañan la tierra anaranjada por el sol poniente.
Crunch. Crunch. Crunch... Shhhhfff.
Salomón se detiene. El segundo sonido no fue suyo. Fue un arrastre. El roce de algo pesado sobre la hojarasca.
Se gira de golpe. El camino, vacío. Largo y desierto hasta donde se pierde en la bruma de calor. Nada. Solo el viento que empieza a levantar, meciendo suavemente las ramas de los mezquites.
Se obliga a soltar el aire que no sabía que estaba conteniendo. Un animal. Un coyote, quizá. Sigue caminando. Pero ahora, la nuca le pica. Siente el peso de una mirada. Acelera el paso.
Crunch-crunch-crunch... Shhhhfff... crunch-crunch.
Los sonidos se superponen. El arrastre está más cerca. Más pesado. No es un animal. Un animal se escondería. Esto lo está siguiendo. Con una paciencia deliberada.
Vuelve a parar en seco. El corazón le bombea en los oídos, un tambor sordo que ahoga cualquier otro sonido. Se voltea, más rápido esta vez.
Nada.
Pero el aire ha cambiado. Se ha vuelto denso. Pesado. Como respirar dentro de un cuarto cerrado. El cielo, antes naranja, ahora tiene un tono violáceo, como el de un golpe. La noche está cayendo demasiado rápido.
Intenta dar un paso, pero sus piernas pesan como si estuvieran llenas de plomo. El aire le quema al entrar. Una presión invisible le aprieta el pecho. El mundo se inclina. Los árboles se ondulan. Náusea. Un calor que sube desde el estómago. Cae de rodillas junto al tronco de un árbol mu**to. El suelo áspero raspa sus manos. Solo quiere cerrar los ojos. Que pare.
Y entonces, lo ve.
Su punto de vista: desde el suelo, mirando al frente. Lo primero que entra en el cuadro son dos cascos. Negros, pulidos como vidrio volcánico, hundidos en el polvo. A su lado, un segundo par de patas. No son de caballo. Son delgadas, cubiertas de escamas grises y superpuestas. Terminan en tres garras curvas y amarillentas que se clavan en la tierra.
Salomón no puede moverse. No puede gritar. Su cerebro intenta procesar la imagen. Patas de caballo y patas de gallo, paradas juntas a un metro de él. Sabe, con una certeza que le congela la médula, que no debe levantar la vista.
Una voz resuena. No llega a sus oídos. Se instala directamente detrás de sus ojos, vibrando en su cráneo.
—¿Necesitas ayuda?
La voz es grave, como piedras raspando en el fondo de un pozo. Salomón aprieta la mandíbula. El sudor frío le resbala por las sienes.
—¿Te ayudo? —repite la voz. Ahora hay un filo en ella. Impaciencia.
Quiere levantarse. Quiere arrastrarse. Pero su cuerpo es una estatua de carne. Solo puede mirar esas patas imposibles.
—¿Quieres mi ayuda? —El tono ya no es una pregunta. Es un gruñido bajo, una amenaza.
La furia y el pánico estallan en su pecho. Toma todo el aire que puede, un sorbo agónico, y lo expulsa en un solo grito.
—¡NO!
El aire a su alrededor parece ondularse, como por una explosión de calor. Un sonido, que no es una risa, sino una mezcla del relincho de un caballo y el cacareo de un gallo, lo golpea como una fuerza física. Las patas se mueven. Lento. Se alejan.
Cuando el sonido de su propio corazón deja de ensordecerlo, Salomón levanta la vista.
Un hombre a caballo. La montura es un bloque de oscuridad, un animal enorme cuyas patas delanteras son de caballo y las traseras, las de un gallo gigante. V***r blanquecino escapa de sus ollares. El jinete lleva un sombrero de ala ancha que le oculta el rostro en la penumbra. Casi todo. Una sonrisa es visible debajo del ala. Una línea blanca y demasiado ancha en la oscuridad. Dientes que no son humanos, afilados como fragmentos de hueso.
—Adiós, Salomón —dice el jinete. La voz arrastra su nombre como si lo saboreara.
Y la escena se corta a negro.
INT. DORMITORIO DE SALOMÓN - NOCHE
Salomón abre los ojos. El techo de su cuarto. Un trapo húmedo en su frente. El olor a romero quemado llena el aire. Su esposa, Isadora, está a su lado, apretándole la mano. Sus ojos están hinchados. Alrededor de la cama, las caras de los vecinos, murmurando.
Lo encontraron al borde del camino, inconsciente, ardiendo en fiebre.
Desde entonces, Salomón no ha vuelto a pisar ese sendero. A veces, por la noche, se despierta con el eco de esa voz en su cabeza y la imagen nítida de una sonrisa bajo el ala de un sombrero. El miedo ya no sale a caminar a las seis. Ahora vive con él. Esperando.

QUERIDA SUEGRA Tenía 25 años cuando terminé mi carrera de medicina y antes de acabar el año conocí a la mujer más bella ...
10/09/2025

QUERIDA SUEGRA
Tenía 25 años cuando terminé mi carrera de medicina y antes de acabar el año conocí a la mujer más bella y tierna del mundo. Tenía 40 años, algo mayor que yo, pero eso no me importaba, y ella al verme sintió lo mismo que yo. Fue un flechazo al instante y empezamos a salir para conocernos mejor. Pasaron tres meses y a veces me preguntaba por qué una mujer dulce y muy guapa estaba sola a esa edad, pero no quise preguntar para no ser indiscreto. Dos semanas después le dije que quería conocer a su familia, pero ella no estaba muy de acuerdo. Con tanta insistencia de mi parte se resignó y dijo que sí. Unos días después llegué a su casa y al abrirme la puerta, me recibió una mujer muy guapa, hasta podría decir que más guapa que mi novia, y con una voz dulce me dijo:
—Pasa, mi hija ya baja.
Me quedé asustado al ver que esa mujer más bien parecía la hermana de mi novia, pero no quise hacer ningún comentario. Al bajar mi novia, me presenta a su madre y verlas cerca me pareció que eran hermanas. Solo quedé asustado. Entre risas y tragos, me dijo mi suegra:
—Fue un gusto conocerte, espero que nos visites de nuevo.
Cuando mi novia salió afuera a despedirme, le pregunté qué hacía su madre para verse tan joven. Mi novia me dio un beso en la boca y me dijo:
—Otro día hablamos.
Pasaron meses en nuestro noviazgo, hasta que al final le propuse matrimonio y ella, contenta, aceptó. Nos casamos y nos fuimos a vivir con mi suegra. Una semana después de nuestra boda, empecé a sentir que alguien nos observaba en nuestra habitación y las luces estaban apagadas. Tenía mucho miedo. Al día siguiente, otra vez sentí la misma presencia, pero esta vez me tocó los pies, luego el rostro. Pero fui listo y puse un foco bajo la almohada por cualquier cosa. Cuando alumbré su cara, ahí estaba una mujer con los ojos rojos, el rostro gris y una enorme boca que la abrió cuando la luz la alumbraba y en eso desapareció.
No pude dormir toda la noche y al día siguiente hablé con mi esposa y mi suegra sobre lo sucedido. Se me hizo extraño que al terminar de contar lo sucedido, mi esposa miró con muy mala cara a su madre y su madre se rió y dijo:
—Son imaginaciones tuyas, yerno, no pasa nada.
No dije más y me fui a trabajar. Horas más tarde, al llegar a casa, escuché a mi esposa discutir con su madre. Ella le decía:
—Con él no lo hagas, madre. Yo no te lo voy a permitir porque lo amo.
Y su madre respondió con una voz diabólica:
—Es la ley, hija, y la tienes que cumplir.
En eso quedé frío y pensando: "¿Ley de qué? ¿A qué se refiere?" Cuando entré a la casa, no hice preguntas ni comentarios. Mi suegra volvió de nuevo con esa voz dulce diciéndome:
—Bienvenido, yerno, qué gusto verte. Los dejo solos.
No le respondí nada y al caer la noche le dije a mi esposa que había escuchado a su madre discutir con ella y le pedí que me dijera qué estaba pasando. Ella se puso a llorar y me dijo:
—Cuando yo era pequeña, mi papá dejó a mi mamá por una mujer más joven y le dijo que la dejaba porque ya estaba vieja y fea.
Le dije que eso se me hacía raro porque su madre era muy bella y joven y no aparentaba en lo absoluto la edad que tenía. Ella me pidió que la dejara terminar y siguió contando:
—Mi mamá entró en depresión cuando papá se fue y se puso muy triste. Entonces hizo un pacto con el diablo. Él le dijo que le pediría cualquier cosa con tal de que la hiciera joven. El diablo le dijo que le iba a dar juventud si le arrancaba el corazón a los hombres con los que yo me casara y se los daba de ofrenda. Me he casado diez veces y mi madre los ha matado a todos para cumplir el pacto. Ahora quiere matarte a ti para seguir joven y bella.
Al contarme esto, me dio un frío horrible y le pregunté:
—¿Cómo podemos parar esto?
Y ella me dijo:
—Si me arrancas el corazón o yo misma lo hago, mi madre envejecerá en un dos por tres.
Le dije que cómo iba a matar a la mujer que amo y le sugerí que descansáramos y que mañana buscaríamos una solución. Horas después, sentí que alguien abrió la puerta y escuché unos pasos lentos. Sabía que era ella. Sentí un corte en las manos y encendí la luz rápidamente. Era mi suegra con un cuchillo. Se me tiró encima y quería clavármelo en el corazón, pero traté de impedirlo. Ella era más fuerte que yo. En eso vi que su rostro se iba arrugando y perdiendo sus fuerzas. Su pelo se puso muy blanco y cayó al suelo, arrastrándose porque por su vejez no podía caminar. Vi a mi esposa con su corazón en las manos, razón por la cual mi suegra envejeció. La tomé en mis brazos y me puse a llorar. Sus últimas palabras fueron "te amo." Al morir mi esposa, mi suegra se arrastró al suelo porque quería llegar al cuerpo de su hija. Pero en eso apareció una sombra negra y le arrancó la cabeza a mi suegra y ella murió.
Le hice un entierro digno a mi bella esposa porque gracias a su acto de amor estoy vivo, pero todas las noches siento que mi esposa viene a darme un beso y todas esas mismas noches sueño que mi suegra se está quemando en un brasero.

Un señor estaba bien fregado… sin dinero, sin trabajo y con tres chamacos llorando por tortillas.De pronto, ¡pum! Se apa...
10/09/2025

Un señor estaba bien fregado… sin dinero, sin trabajo y con tres chamacos llorando por tortillas.
De pronto, ¡pum! Se aparece el diablo.
—Mira, compa, te voy a hacer un trato: durante 20 años no te va a faltar nada. Tendrás comida, feria, salud, todo… pero el día que se cumplan los 20, vengo por tu alma.
—¡Va! —dice el don sin pensarlo, porque ya tenía hambre hasta el alma.
Y sí… el trato se cumplió: vivieron a toda madre. Comían carne, iban a la playa, los niños en escuela privada, hasta perrito de raza tenían.
Peeeero…
Una mañana, el señor estaba tomando café con pan y le dice la esposa:
—Viejo… ¿no te acuerdas qué día es hoy?
—¿Lunes?
—¡No, menso! ¡Hoy se cumplen los 20 años! ¡Va a venir el diablo!
El señor se puso pálido.
—¡Ay nanita! ¡Ya valí queso!
La señora, bien viva, le dice:
—¡Disfrázate! ¡Hazte güey! Mira, ponte esta almohada en la panza, rasúrate el pelo, ponte estos lentes… ¡igualito no te va a reconocer!
Y órale, el viejo quedó irreconocible: calvo, panzón y medio bizco.
Minutos después… trueno, rayos, olor a azufre... ¡se aparece el diablo!
—¡Vengo por lo que es mío! ¿Dónde está el alma que me pertenece?
La señora, bien cínica:
—Ay, señor Diablo, pues... se fue al Oxxo, y ya no volvió. Yo creo se fue pal’ norte.
El diablo se enoja, patea una maceta:
—¡Me engañó ese desgraciado! ¡Maldito mortal!
Y cuando está por irse, voltea y ve al viejito disfrazado, sentado, nervioso.
—¿Y este?
—Ah, ese es mi primo, señor Diablo, se llama Toño…
El diablo lo mira bien y grita:
—¡Pues de puro coraje... me llevo a este! ¡Por panzón y pelón!
¡Y zaz! Que se lo lleva.

EL SILBIDO QUE ME HIZO CREER ‼️Tenía 15 años y vivía en un pueblo chico donde todos hablaban de la leyenda del Silbón, e...
10/09/2025

EL SILBIDO QUE ME HIZO CREER ‼️

Tenía 15 años y vivía en un pueblo chico donde todos hablaban de la leyenda del Silbón, ese espectro que carga huesos en la espalda y se anuncia con un silbido que te congela la sangre. Yo no creía nada de eso… pensaba que eran cuentos para asustar chamacos.

Una noche de fiesta, me fui con mi familia a un poblado vecino. Había tomado unas copas de más y, terca, decidí regresarme sola a casa. Para hacerlo tenía que cruzar el bosque, un lugar donde el viento siempre silbaba entre los árboles, como si respirara con vida propia.

Apenas entré, el aire se volvió helado, me calaba hasta los huesos. Yo trataba de hacerme la fuerte, pero entonces escuché un silbido lejano. Se me erizó la piel porque recordé lo que decían los viejos:

“Si lo escuchas cerca, está lejos… pero si lo escuchas lejos, ya lo tienes encima.”

El miedo me agarró de golpe. Me acordé también de otro consejo: “Si lo oyes, tírate a los arbustos y hazte la dormida.”Sin pensarlo, me lancé entre las ramas espinosas.

Fue entonces que lo vi.

Una figura enorme, casi humana, con un sombrero de palma tan ancho que le cubría la cara. Silbaba al compás del viento, lento, profundo, y yo sentía que sus ojos invisibles me taladraban desde la sombra. El s**o lleno de huesos que cargaba en la espalda sonaba como maracas macabras con cada paso.

De pronto, se escuchó una risa de niño que se fue alejando hacia lo profundo del monte… y el silbido comenzó a sonar más fuerte, como si se marchara lejos. Yo seguí tirada, paralizada, sintiendo cómo las hormigas me subían por las piernas, hasta que amaneció.

Cuando mi familia me encontró al rayar el alba, estaban desesperados: en la entrada del bosque habían desaparecido dos muchachos esa misma noche. Solo quedaron unas pisadas enormes marcadas en la tierra húmeda. Decían que el Silbón se los había llevado para completar su maldición.

Desde entonces no me río de ninguna leyenda. Porque esa noche yo lo vi, lo escuché… y casi me elige a mí.

📌 ¿Tú te atreverías a cruzar solo un bosque donde silban los mu**tos?

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El Grano NegroEsta historia fue escrita por Marciel G., Elixir de Miedo, inspirada en la historia enviada por: Eyda Ball...
10/09/2025

El Grano Negro
Esta historia fue escrita por Marciel G., Elixir de Miedo, inspirada en la historia enviada por: Eyda Ballesteros

En esa parte del campo, la tierra tenía memoria y mal genio. No era un suelo fértil, era una costra sobre un hueso viejo que se negaba a dar nada. Anselmo lo sabía. Cada día, el sol no calentaba, cocinaba la chapa del techo de la galería hasta que crujía, y el polvo que levantaba el viento no era fino, era un polvillo graso que se pegaba a la piel sudada y sabía a metal en la parte de atrás de la garganta. La casa no era antigua, estaba cansada. Las paredes de adobe sudaban una humedad que olía a salitre y a ratón, sin importar cuántas veces Isadora pasara el trapo con creolina.
Aquella noche, el calor no bajaba. Se había quedado pegado a todo, denso como un caldo. Anselmo estaba en el catre, con los ojos abiertos en la oscuridad, escuchando el zumbido de un mosquito solitario cerca de su oreja. Era el único sonido, aparte de la respiración tranquila de Isadora. Esa tranquilidad lo irritaba. Era la paz de quien acepta. Y él ya no aceptaba. Miró por el cuadrado de la ventana y vio sus tierras, un manchón de negrura inútil bajo un cielo sin estrellas. Un tumor. La idea le llegó sin más, cruda y simple: que se pudriera todo. O que diera frutos, aunque fueran venenosos. Le daba igual.
Fue entonces cuando llamaron a la puerta.
Tres golpes. No de nudillos. Sonó como si alguien hubiera golpeado la madera con un trozo de carne cruda. Un impacto blando y pesado.
Isadora se removió. —¿Qué fue eso?
—Un perro, mujer. Vuelve a dormirte.
Anselmo se levantó. No sentía miedo. Sentía una curiosidad mórbida, la misma que hace que uno toque el borde de una herida para ver si todavía duele. Cruzó el salón y el piso de tierra apisonada se sintió tibio y blando bajo sus pies. Abrió la puerta sin preguntar.
Afuera había un hombre montado a caballo. No era un charro ni un fantasma. Parecía un capataz, con la ropa cubierta de un polvo que no era de ese camino. La camisa y el pantalón eran oscuros, pero no por el color de la tela, sino porque parecían perpetuamente húmedos. El caballo era un animal de labor, un criollo robusto, pero había algo incorrecto en él: no tenía herraduras. Sus pezuñas, hendidas como las de una cabra, se hundían levemente en la tierra sin hacer ruido.
—Anselmo —dijo el hombre. Su voz era normal, un poco rasposa, como la de alguien que fuma tabaco barato—. La tierra no te quiere.
—La tierra no quiere a nadie —contestó Anselmo.
—Pero puede aprender. Puede obedecer. Yo puedo hacer que te dé tanto que te ahogues en la cosecha. Que las calabazas se te partan de gordas y el maíz te crezca más alto que la casa.
El hombre se bajó del caballo. Olía a corral, pero también a algo más, algo dulzón y fermentado, como fruta que se pasa en el árbol.
—¿Y el precio? —preguntó Anselmo, porque sabía que en esa vida nada, nunca, era gratis.
—Una nimiedad. El primer fruto de cada cosecha. El primer ternero que nazca. La primera sandía. Solo el primero. Para mí.
Extendió la mano. Anselmo la estrechó. La piel del hombre era porosa y ligeramente pegajosa, como la de un sapo. El trato se cerró sin más ceremonia. El hombre montó y se fue, y la tierra reseca no guardó ni una sola marca de las pezuñas de su caballo.
La plaga de la fertilidad comenzó a la semana siguiente. No fue un milagro, fue una invasión. El pozo, que siempre daba agua con sabor a barro, empezó a manar un líquido claro, casi dulce, pero si se lo dejaba reposar, una fina capa de verdín iridiscente se formaba en la superficie. Las plantas de tomate no daban frutos, reventaban en ellos, una masa de pulpa roja que atraía nubes de moscas. El maíz creció tan alto y denso que el centro de la milpa se volvió una zona oscura y sin aire, donde el suelo siempre estaba fangoso. Los jornaleros entraban allí a trabajar y salían pálidos, diciendo que el aire era pesado y que se oían cosas moverse entre las cañas.
Anselmo cambió. Se volvió vigilante, paranoico. Se pasaba el día recorriendo los límites de su propiedad, tocando los frutos enfermos de abundancia. Su piel tomó un tono cetrino. Isadora veía cómo las gallinas ponían huevos con dos yemas, cómo una de las cabras parió un cabrito con las patas traseras vueltas al revés, y sentía que la casa se estaba llenando de una vida febril, de una salud que era una enfermedad.
El día que todo colapsó, el aire estaba quieto y amarillo. Mi madre, Elara, llevaba la comida a los hombres. Vio a su padre en medio del campo, junto al viejo acantilado que servía de lindero. Estaba gritando.
No había nadie con él, pero Anselmo estaba siendo atacado. Del suelo, un remolino de polvo y hojas secas se levantó a su alrededor. Pero no era solo polvo. Eran insectos mu**tos, pétalos podridos, tierra negra y húmeda que se le pegaba al cuerpo como una cataplasma viviente. Pequeños zarcillos de raíces, finos como alambres, brotaron de la tierra y se enroscaron en sus tobillos, tirando de él hacia el borde del precipicio. El campo que había alimentado lo estaba devorando, compostándolo en vida.
—¡Me chupa, Isadora! ¡La tierra me está chupando! —aullaba él, mientras arañaba el suelo que se deshacía bajo sus dedos.
Isadora corrió, ciega de terror. Pero no rezó. Hizo algo más viejo.
—¡LA CAMISA, ANSELMO! ¡AL REVÉS! ¡ENSÉÑALE QUIÉN MANDA!
Se arrancó el escapulario que le colgaba del cuello y se lo tiró. La reliquia casera, un trozo de paño sudado y fe, cayó sobre el pecho de su marido.
El efecto fue instantáneo. El remolino de podredumbre se desplomó. Las raíces se marchitaron y se hicieron polvo. Anselmo quedó libre, temblando en el suelo, cubierto de una pasta oscura que apestaba a descomposición.
Hubo un momento de silencio absoluto. La paz después de la fiebre. Y entonces, todos lo vieron. A unos metros de ellos había un duraznero que esa temporada se había cargado de una fruta obscenamente perfecta. El durazno más grande y sonrosado de la rama más baja tembló. Una grieta negra apareció en su piel de terciopelo. La fruta se abrió como una boca y de su interior no brotó jugo, sino un chorro espeso de un líquido negruzco, lleno de gusanos blancos que se retorcían y caían sobre la tierra que su dueño había comprado tan barata. El primer fruto. La cosecha estaba pagada.

El Gato con manos humanas..En las sombras del pueblo olvidado, dos almas cansadas, un joven y un anciano, llegaron a un ...
10/09/2025

El Gato con manos humanas..
En las sombras del pueblo olvidado, dos almas cansadas, un joven y un anciano, llegaron a un pozo que parecía contener los susurros de los tiempos antiguos. Juntos, cantaron canciones desgarradoras mientras se adentraban en una historia que se desplegaría ante ellos como un oscuro cuento de hadas.
Sentados junto al pozo, el anciano, con ojos opacos y arrugados por el peso de incontables secretos, comenzó su relato. Había un niño, un recolector de deseos y tragedias, que extrajo agua de ese pozo, y con ella, emergió el gato. Sus patas no eran garras, sino manos humanas, una aberración que invitaba a la locura.
El niño, inconsciente del peligro, le ofreció un pequeño pájaro al gato. Sin dudarlo, el felino lo devoró entero con avidez. Fue entonces cuando algo cambió en él. Su mirada se volvió furiosa, y el gato se lanzó sobre el niño. En un abrir y cerrar de ojos, la cabeza del gato se transformó, adquiriendo la forma del rostro inocente del niño.
El anciano, con una expresión de nostalgia y oscuro deleite, continuó su relato. Explicó cómo el gato con manos había encontrado una manera de convertirse en humano, absorbiendo partes de aquellos con los que se cruzaba. Había acumulado rostro, brazos y piernas, pero siempre le faltaba algo esencial, la ...
En ese momento, el joven, con ojos centelleantes, atacó al anciano. Arrancó brutalmente su lengua y, mientras la sangre se derramaba, el joven se retiró diciendo la palabra "lengua". Resultó que el joven no era lo que parecía; era el mismo gato, con el poder de absorber la esencia de aquellos a los que atacaba.
Con la lengua del anciano en su poder, el joven gato se alejó, dejando atrás un silencio sepulcral en el pueblo. La historia del gato con manos continuaba, ahora con un nuevo capítulo lleno de oscuridad y misterio. El pozo, testigo silente de incontables secretos, permanecía en el centro de todo, un portal hacia un pasado retorcido y una realidad distorsionada. Fin.
"Tomada del cortometraje 'The Cat with Hands', creado por Robert Morgan.
Estilo adaptativo de narración aquí proporcionado por Elixir de Miedo.

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