
20/07/2025
Coma, Venganza y Fuego
Autor: Marciel G. Elixir de Miedo
Una fiesta elegante. Luces tenues, música suave de fondo. Ricardo, trajeado, copa en mano, se ríe con una mujer joven y exuberante. Elena los observa desde la escalera. No hace escándalo. Ya no. Solo respira profundo. En el piso de arriba, Sofía, su hija, pinta en su habitación, auriculares puestos. El cuadro: una mujer caminando entre sombras.
A LA MAÑANA SIGUIENTE
Elena sirve café. Ricardo entra tambaleándose, lentes oscuros, resaca evidente.
ELENA
(limpia sin mirarlo)
—¿Te divertiste anoche?
RICARDO
—No empieces, Elena. Era una cena de negocios.
ELENA
—¿Negocios con perfume barato y risas fingidas?
RICARDO
(gruñe)
—No tienes idea de lo que es cargar con todo esto. Tú solo estás aquí. Viendo pasar la vida.
ELENA
—Yo estuve aquí... cuando llorabas en el baño, cuando te arrestaron en Cancún, cuando casi pierdes la empresa. No me vengas con que "tú cargas".
Ricardo se acerca con una sonrisa cínica.
RICARDO
—¿Sabes qué cargas tú? Resentimiento. Y arrugas.
CUARTO DE SOFÍA – TARDE
Sofía dibuja en su libreta. Elena entra con una sonrisa triste.
SOFÍA
—¿Peleaste con él otra vez?
ELENA
—Solo hablamos. Como siempre.
SOFÍA
—Mamá... te mereces otra vida.
ELENA
(le acaricia el cabello)
—Eres la única razón por la que me quedé.
UNA NOCHE
Sofía maneja su coche. Lluvia intensa. Llama a su madre por manos libres.
SOFÍA
—Mamá, se me está empañando el vidrio... No veo nada...
Cruza una intersección. Luces. Gritos. Un impacto brutal.
EN UN RESTAURANTE DE LUJO
Ricardo está con su amante. Su teléfono vibra. Varias llamadas de Elena.
Amante (riendo):
—¿La bruja otra vez?
Ricardo (molesto):
—Siempre exagera… seguro se le acabó el vino.
No contesta. Elena, desesperada, sigue marcando. Sin respuesta.
DE MADRUGADA EN EL HOSPITAL
Elena llora frente a una cama. Sofía, inconsciente, tubos conectados, cara ensangrentada. Un médico intenta consolarla. Los doctores fueron claros: no había esperanzas.
EN CASA – AL DÍA SIGUIENTE
Ricardo entra tambaleando. La casa está en silencio. Elena lo espera en el pasillo.
RICARDO
—¿Qué haces despierta? Son las... ¿qué hora es?
ELENA
—La hora en que enterraste a tu hija sin matarla.
RICARDO
—¿De qué hablas?
ELENA
—Está en coma, Ricardo. Sofía está rota... Y tú estabas... riendo. Con una cualquiera.
Silencio. Ricardo se quita los lentes. Por primera vez parece afectado. Pero no pide perdón.
RICARDO
—Yo... no sabía.
ELENA
—Exactamente.
Ricardo vuelve a irse de la casa.
Elena, sola frente al espejo. Ojos hinchados. La cámara gira lentamente mientras saca de una caja vieja una libreta forrada en cuero oscuro. Antigua. Usada. Abre la primera página.
VOZ DE ELENA
"El dolor tiene memoria. Y la tierra, hambre."
"La tierra que devuelve lo que se le arranca."
Entre los papeles, un ritual antiguo.
Elena ya no reza. Ya no pide. Ahora invoca.
Traza símbolos con ceniza y clava las uñas en la tierra húmeda.
ELENA (voz rota):
—Si hay algo allá abajo… si hay algo que escucha… préstame tu poder. No por justicia, no por piedad. Por venganza.
La tierra tiembla. Las velas se apagan. Algo despierta.
Un gusano negro, largo, húmedo. Ella no gritó.
El gusano salió del jardín, subió por Elena y se introdujo por su boca.
Desde entonces, dejó de dormir. Dejaba comida a un lado sin probarla. Las enfermeras empezaron a evitarla. Decían que hablaba sola, que murmuraba cosas raras al oído de su hija. Que una vez una lámpara explotó cuando Elena se sentó a rezar.
Hasta que lo encontró. A él. A su esposo. Abrazado con la amante, riéndose de algo en una esquina de la ciudad. Nadie notó su presencia. Se acercó sin hacer ruido. Silenciosa, como si flotara.
Y entonces sucedió.
El gusano salió por su boca. Cayó al suelo con un pequeño sonido pegajoso. Caminó en línea recta, directo hacia los pies de la amante. Se detuvo. Subió por su pierna, desapareció por su ombligo. Elena solo observó. No dijo nada.
La amante se puso rígida. Un segundo después, sonrió mostrando unos colmillos nuevos, largos, torcidos. En un movimiento brutal, desgarró la garganta de Ricardo con las manos. Después, se incendió. Nadie entendió por qué. Las llamas la consumieron sin que nadie pudiera apagarlas. Elena no se quedó a mirar. Corrió.
Llegó al hospital. Entró a la habitación.
Su hija estaba despierta.
—Hija… tu papá…
—Lo sé —respondió la niña sin sorpresa, sin lágrimas.
ALGUNAS HORAS ANTES...
La niña, en coma, abre los ojos dentro de su mente. Está sola. Todo es blanco, menos la figura que se sienta al pie de su cama: un demonio de ojos vacíos. No se mueve. Solo la observa.
—No te la lleves a ella —dice la niña—. Llévame a mí.
El demonio ladea la cabeza. Escucha.
—Te propongo algo —continúa ella—. Dos personas han hecho mucho daño. Llévate a ellos. Libera al mundo de hombres como esos.
Silencio.
El demonio sonríe.
—Hecho.
FIN