13/11/2025
MI PAPÁ Y LA ADVERTENCIA DEL GUARDIAN DEL MONTE ✨
Mi papá, Efrén, era de esas personas que no solo amaban el campo, sino que eran parte de él. Gente humilde, pero trabajadora, con una sabiduría que no se aprende en los libros. Él amaba la cacería, y no había sendero ni vereda en el Cerro de Iguala, aquí en Guerrero, que él no conociera. Por eso, siempre que salía de cacería, a veces solo o con amigos, él era el guía. Su palabra era ley en el monte.
Un día, mi papá y sus amigos se fueron a cazar. Llevaban consigo un b***o para aligerar el peso de las cosas de acampar y estaban listos para pasar la noche.
Mientras se adentraban en las veredas, la atmósfera se volvió extraña. Un viento fuerte y anormal comenzó a soplar, y la paz habitual de la sierra fue reemplazada por una profunda e inexplicable inquietud. Mi papá, que sabía leer la tierra, sintió el peligro y le dijo al grupo que no podrían quedarse, que mejor se regresarían, pues el viento no dejaría acercarse al venado, ya que podría olfatear su presencia.
En el silencio tenso de la montaña, mi papá dijo: «¡Vámonos!»
Y así lo hicieron. Levantaron todo lo más pronto posible e iniciaron su caminata por las veredas que mi papá conocía muy bien y que él sabía que eran seguras. Mi papá siempre caminaba frente al grupo, y de pronto se detuvo en seco y en alerta.
Se toparon de frente con el Guardián del Campo, una figura que mi papá recuerda como un Señor de blanco con una vara en la mano y descalzo.
La presencia de aquel ser, envuelto en misterio, fue una advertencia directa. Mi papá entendió al instante: estaban en un lugar prohibido, invadiendo el territorio que aquel Guardián custodiaba. La presión y el aire cargado se hicieron insoportables.
Sin dudarlo, mi papá tomó la decisión más sabia y, con gran valor, le preguntó:
—¿Quién eres? ¿Por qué andas descalzo?
Apuntando con su arma, el hombre, que se veía muy humilde, solo respondió:
—¡Voy para el ojo de agua, tengo sed! ¡O tú regálame agua!
Mi papá no pudo negarse porque al verlo de frente vio su humildad y sufrimiento, y comprendió que ese ser no era de este mundo. El ser tomó el agua, pero no pudo beberla y la regresó a la cantimplora.
El ser les dio las gracias y les dio una advertencia: que no siguieran sobre la vereda en que caminaban y les señaló otro camino casi escondido. También les advirtió que no regresaran. El ser siguió caminando y se perdió en la oscuridad.
Pero mi papá y sus amigos no hicieron caso a las advertencias. Ellos siguieron de frente por el camino que mi papá estaba trazando. De repente, uno de los amigos, el más joven de los cinco, dijo: «¡Tengo sed!»
Sin que mi papá pudiera evitarlo, el joven tomó la cantimplora en la que el ser había tomado y regresado el agua. Mi papá no alcanzó a quitársela y este le dio un sorbo. Mi papá se la arrebató y le dijo:
—¡No seas tonto! ¿Que no ves que el señor bebió aquí y regresó el agua? ¡Bueno, que no estás atento a la situación!
El joven se sorprendió y solo dijo:
—No... no me di cuenta, Chulita.
(Porque así le decían a mi papá: La Chulita). Mi papá solo tiró el agua de la cantimplora y dijo: «¡Vámonos rápido, porque esto no está bien!»
Como pudieron, bajaron del Cerro de Iguala, Guerrero, pero mi papá presentía que las cosas no iban a estar nada bien. Llegando a la casa, mi papá se bañó, se cambió y le contó todo a mi mamá, y fue ahí cuando yo me di cuenta de lo que le había pasado. Por muchos días, mi papá y mi mamá estuvieron comentando lo sucedido. El encuentro con el Guardián dejó una marca que no se podía borrar fácilmente.
Poco después de regresar a la ciudad, el mal que los había perseguido se manifestó: uno de los amigos de mi papá cayó gravemente enfermo. Al parecer, tuvo que ir con alguien para que pudiera curarlo de la dolencia. Era repentina y severa, la consecuencia directa de haberse topado con el misterio del cerro.
Ante la impotencia, mi papá, el hombre de campo que había aprendido a leer la tierra, entendió que no importaba cuánto conociera un lugar. Siempre se debe mostrar respeto, pedir permiso y obedecer cuando un guardián se te aparezca.
Y el amigo de mi papá se curó con oración y limpias. Así fue como, por la fe sencilla y poderosa, el amigo se curó.
Esta historia no es solo un cuento de misterio. Para mí, es la prueba de que mi papá, Efrén, era un hombre que sabía dónde terminaba la sabiduría del monte y dónde empezaba la protección divina. Me enseñó que, por muy oscuro que sea el camino, a veces la única herramienta que se debe tener es fe.
Las últimas palabras de mi papá se quedaron plasmadas en mi mente... las palabras no fueron para mí, sino para él: «Un día y un paso a la vez».
Pero esa es otra historia de mi papá, Efrén (La Chulita).
En recuerdo de (la chulita) mi papá una de las muchas aventuras que conservo en mi mente 🩷
De tu hija Ma.Elena ❤️✨