Amaury Sánchez G.

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Empresario , Economista, Técnico en Salud Pública
Analista Político
Comunicador

Claudia Sheinbaum: “vamos por el camino correcto”Por Amaury Sánchez G.Analista y columnista especializado en Estado, gob...
14/10/2025

Claudia Sheinbaum: “vamos por el camino correcto”
Por Amaury Sánchez G.
Analista y columnista especializado en Estado, gobernanza y desarrollo social. Estudia el ejercicio del poder con mirada humanista y racional, inspirado en el pensamiento de Narciso Bassols.

El Zócalo: del símbolo al mensaje político

13/10/2025
Morena Jalisco: Entre la Sumisión y la DesviaciónPor Amaury Sánchez G. Si alguien pensó que la política era aburrida, so...
13/10/2025

Morena Jalisco: Entre la Sumisión y la Desviación

Por Amaury Sánchez G.

Si alguien pensó que la política era aburrida, solo tiene que mirar a Morena en Jalisco. Lo que era un partido con bandera de transformación hoy parece un remedo de lo que criticaba: clientelismo, obediencia ciega y el arte de disfrazar oportunismo con discursos de unidad.

La reciente renuncia de Brenda Carrera a la bancada no fue un berrinche ni una escenita de teatro: fue un grito de auxilio para quienes todavía creen que Morena nació para servir a la gente, no a intereses personales. Y no estuvo sola: el diputado Alejandro Puerto también se bajó del barco, dejando en claro que la bancada, de haber sido con la coalición, se deslinda de Morena. Porque aquí en Jalisco —como en todo México— los partidos Morena, Verde, Hagamos, Futuro y PT marcharon juntos en coalición. Tristemente, en cuanto ganaron, todos se deslindaron de Morena. Solo el PT, de vez en cuando, se anima a mostrar una sonrisa cómplice, recordando que alguna vez caminó con el proyecto.

Ahora queda la gran expectativa: que Carrera se mantenga independiente. Si decide saltar a otro partido, su mensaje de coherencia se perdería, y con ello, parte de la credibilidad que ganó al salir de un grupo atrapado por intereses personales. Su decisión será un espejo de cuánta ética política puede mantenerse en un escenario donde los principios se miden por conveniencia.

El Doc y el Profe: Feudos disfrazados de liderazgo

Si algo caracteriza al poder en Jalisco es su habilidad para construir feudos disfrazados de liderazgo. El Doc y el Profe son los nombres que ahora circulan como sinónimo de control territorial absoluto. Para ellos, la lealtad no se mide por principios, sino por obediencia. Y la obediencia, en este país, siempre viene acompañada de una nómina, un cargo o la promesa de un programa social que nadie supervisa.

Carrera, Puerto y algunos otros no quisieron formar parte de ese esquema. Desde la tribuna, Carrera describió a la bancada como “mediocre, gris y pusilánime”, y enumeró los programas olvidados: la pensión Mujeres Bienestar, la beca Rita Cetina, Salud Casa por Casa, vivienda para el bienestar, Vive Saludable y Vive Feliz. No es casualidad: es la evidencia de que un proyecto de transformación puede morir de rutina administrativa y de abandono de las prioridades sociales.

El dilema de la 4T en Jalisco

Morena nació para romper esquemas, para devolver la política al pueblo. Pero hoy parece más preocupada por alinearse con MC que por sostener los ideales de regeneración. La renuncia de Carrera y Puerto deja al descubierto que la bancada no actúa como equipo: actúa como un conglomerado donde la lealtad se mide por conveniencia.

En medio de este caos, los diputados Candelaria y Alberto Alfaro son como faros en una noche de tormenta. No se alinean con la lógica del poder que todo lo absorbe, y siguen defendiendo que la Cuarta Transformación llegue a Jalisco con coherencia y sin concesiones.

Coaliciones que se desdibujan

Aquí, los partidos de coalición —Verde, Hagamos, Futuro y PT— actuaron como aliados en las campañas, pero al primer signo de poder se deslindaron. Solo el PT parece recordar que alguna vez caminó con Morena, y lo hace con sonrisas esporádicas, como quien recuerda una fiesta de hace años. El resto se olvidó de la 4T y se dedicó a practicar el deporte nacional: la política de conveniencia.

Entre obediencia y principios

El riesgo para Morena es claro: un partido que premia la sumisión y castiga la crítica termina convertido en un instrumento de poder ajeno, y no en un motor de transformación. Jalisco, que debería ser laboratorio de cambios, se ha convertido en ejemplo de cómo las estructuras locales pueden secuestrar un proyecto nacional.

Carrera y Puerto decidieron salirse del club antes de que el costo de permanecer fuera de lugar fuera demasiado alto. Mientras, Candelaria y Alfaro muestran que defender principios cuesta, pero mantiene viva la esperanza. Y mientras esperamos que Brenda Carrera se mantenga independiente, su credibilidad seguirá intacta; si decide saltar a otro partido, esa coherencia política que hoy la distingue podría diluirse en un salto oportunista.

Epílogo con bisturí político

La verdadera lealtad no se mide con aplausos mecánicos, ni con cargos cómodos, ni con sonrisas a medias. Se mide defendiendo lo que se prometió: justicia social, ética pública y transformación real.

Si Morena en Jalisco no cambia de rumbo, terminará como tantos otros partidos que prometieron renovación: con un avión lleno de pasajeros resignados, un piloto feliz y un destino que ya nadie eligió. Solo queda esperar que los pocos que todavía creen en la 4T mantengan el timón firme: Candelaria y Alberto Alfaro.

Porque en la política de Jalisco —y de México— los secuestradores no usan pasamontañas: usan coaliciones que se desdibujan, discursos de unidad que olvidan sus principios… y diputados que deben decidir si seguir fieles o saltar al primer partido que les sonríe.

Manual para odiar al puebloPor Amaury SánchezI. La fábrica del desprecioDe vez en cuando, las redes sociales paren un te...
13/10/2025

Manual para odiar al pueblo

Por Amaury Sánchez

I. La fábrica del desprecio

De vez en cuando, las redes sociales paren un texto que no busca informar ni argumentar, sino escupir. Uno de esos engendros digitales lleva por título “Complejidades Chairas”, un compendio de insultos, clichés y resentimientos que presume lucidez mientras chorrea intolerancia por cada párrafo. Su autor, anónimo y orgulloso de su anonimato, cree haber descubierto la fórmula para despertar al pueblo: insultarlo.

En ese panfleto se afirma, sin rubor ni una sola fuente, que este gobierno “ha robado más que todos los anteriores juntos”, que “se destruyó toda democracia” y que los seguidores del presidente son “croqueteros aneuronales”. Todo dicho con la misma pasión con la que uno discute en la fila del Oxxo después de tres cafés y dos noticieros de opinión.

Pero más allá del folclor verbal, “Complejidades Chairas” revela algo más profundo: la necesidad de una clase media frustrada que, incapaz de entender por qué perdió poder simbólico y político, decidió convertir al pueblo en enemigo. Esa es, en esencia, la nueva derecha mexicana: una comunidad de ofendidos que confunden sarcasmo con inteligencia y desprecio con pensamiento crítico.

II. La falacia del insulto

Llamar chairo al otro no es una definición política: es un insulto de clase. Es la forma posmoderna de decir naco o prole, pero con barniz ideológico. Alguien se inventó la palabra para no tener que debatir: basta soltarla para clausurar la conversación.

El texto en cuestión dice que el “chairo” padece “incapacidad mental de pensar por sí mismo”. Lo irónico es que quien lo escribe repite, sin pensar, los argumentos prefabricados de una derecha que lleva cuarenta años llamando ignorante al pueblo cada vez que elige algo que no conviene a los privilegiados.

¿Recuerdan cuando en los noventa, si uno criticaba al TLC, lo llamaban atrasado? ¿O cuando se cuestionaba al Fobaproa y te decían que no entendías de “macroeconomía”? Ahora basta con defender la soberanía energética, apoyar programas sociales o pedir impuestos justos para ser “chairo”. No es una discusión sobre ideas, es una guerra de estigmas.

III. Los números que no cuadran

Pasemos del insulto a los hechos, aunque duela.
El panfleto afirma que “en sólo siete años este régimen ha robado más que los 80 del PRI y los 30 del neoliberalismo”. Eso equivaldría a decir que la corrupción de López Portillo, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto —más el Fobaproa, Odebrecht, la Estafa Maestra, los moches y los sobornos del PAN— caben en un tamal de morena. No hay estadística que lo sostenga; solo la fe ciega del que odia.

Los datos reales: según la Secretaría de Hacienda, la deuda pública total pasó de 10.9 billones de pesos en 2018 a alrededor de 17.4 billones en 2025. Sí, aumentó; pero eso no es “robo”, es endeudamiento, y gran parte se explica por la pandemia, la inflación global y el aumento en inversión social e infraestructura.

El mismo panfleto habla de la “desaparición de los fideicomisos” como si fueran templos de pureza. Olvida que muchos eran cajas chicas opacas, sin vigilancia ni auditoría. Hoy, sus fondos están sujetos al presupuesto público. ¿Mal ejecutado? En algunos casos sí. ¿Desaparecido? No.

Y sobre la supuesta “reducción drástica del presupuesto para necesidades vitales”, basta revisar los informes trimestrales: el gasto en protección social creció más del 5 %, y el de educación casi 2 %. El gasto total del gobierno aumentó 9.6 % en términos reales respecto al año anterior. No es una panacea, pero tampoco el apocalipsis que pintan los profetas del odio.

IV. El espejo neoliberal

Quienes ahora se desgarran las vestiduras por la “deuda histórica” olvidan que el Fobaproa, creado en 1995, sigue costando más de 45 mil millones de pesos al año. Ese sí fue un robo institucionalizado: el Estado pagando las deudas privadas de banqueros y empresarios. Nadie se rasgó la camisa entonces.

Los mismos que ahora gritan “¡Dictadura!” callaron cuando se usaron las instituciones como agencias de contratación partidista. Callaron cuando se reprimió Atenco, cuando se militarizó el país con Calderón, cuando se privatizó la energía eléctrica, el petróleo, el agua y hasta las pensiones.
Hoy, de repente, se descubren demócratas de clóset.

El texto “Complejidades Chairas” no busca despertar conciencia; busca restaurar el viejo desprecio de quienes se creían dueños del país. El problema no es la crítica —que siempre es necesaria— sino la arrogancia clasista que la recubre.

V. Ser chairo es un acto de conciencia

Seamos claros: ser “chairo” no es una religión ni una ceguera. Es, en su mejor versión, una forma de conciencia política.
Significa creer que la justicia social no es limosna, sino derecho. Que la soberanía energética y alimentaria son condiciones para existir, no caprichos ideológicos. Que el Estado debe servir de contrapeso ante un mercado que, sin regulación, convierte la pobreza en negocio y la desigualdad en sistema.

El panfleto que aquí analizamos desprecia todo eso porque parte de una premisa falsa: que el pueblo no piensa, solo obedece. Pero la historia dice lo contrario. El pueblo mexicano ha resistido invasiones, fraudes, crisis y traiciones. Pensar que sigue ciegamente a un líder es desconocer su propia memoria.

Ser chairo, si lo quieren ver así, es negarse a repetir la comedia neoliberal que nos vendió progreso mientras nos dejaba sin ferrocarriles, sin industria nacional y con el salario más bajo de América Latina.

VI. El odio como proyecto político

El texto “Complejidades Chairas” no es una rareza: forma parte de una campaña más amplia de deshumanización. Si repites muchas veces que el otro es tonto, tarde o temprano te convences de que no merece derechos. Es la vieja fórmula del fascismo: reducir al adversario a caricatura para justificar la violencia simbólica (y luego, si se puede, la material).

Cuando llaman “vividores” a los beneficiarios de programas sociales, lo que realmente dicen es: “Yo merezco más que tú”. Es el credo del clasismo mexicano: todo pobre es sospechoso de flojera, todo rico es prueba de mérito. Y como no soportan que el Estado redistribuya un poco de lo que antes se concentraba en unos cuantos, inventan una épica del mérito ultrajado.

Por eso, más que una discusión económica, lo que el panfleto refleja es un resentimiento moral: la molestia de quienes ven a los humildes subir un escalón sin pedir permiso.

VII. De los datos al sentido común

La ironía más grande es que mientras el autor de “Complejidades Chairas” denuncia la “falta de medicinas” y el “abandono de hospitales”, probablemente apoyó gobiernos que desmantelaron el sistema público de salud desde los noventa. Fue entonces cuando se fragmentó el IMSS, se endeudó el ISSSTE y se permitió que hospitales privados hicieran negocio con fondos públicos.

Hoy el reto sanitario es enorme, sí, pero no empezó en 2018. Se arrastra de décadas de privatización silenciosa, de doctores con contratos eventuales y de farmacias convertidas en ministerios de salud.
Esa amnesia selectiva es el verdadero problema del discurso opositor: no debate el presente, borra el pasado para sentirse moralmente superior.

VIII. Cuando el insulto sustituye al argumento

En política, insultar al pueblo es como escupir hacia arriba: tarde o temprano te cae encima.
Cada vez que un comentarista llama “borrego” al votante de la 4T, pierde la oportunidad de entender por qué la mitad del país confía en un proyecto que, con todos sus errores, al menos los mira. El neoliberalismo los ignoró durante 30 años y ahora exige gratitud.

López Obrador puede gustar o no, pero su movimiento reintrodujo una palabra que la élite odiaba: pueblo. Y eso les duele más que cualquier cifra del PIB. Porque el pueblo, en su imaginario, debía ser cliente, no sujeto político.
De ahí el pavor: cuando el pueblo piensa, vota y opina, deja de ser servidumbre.

IX. El verdadero lavado de cerebro

No fueron los “chairos” quienes se tragaron el cuento del progreso eterno, sino los tecnócratas que vendieron el país a pedazos creyendo que era modernización.
Nos lavaron el cerebro con palabras como eficiencia, competitividad, flexibilización laboral, reformas estructurales, apertura comercial. Detrás de cada una había un recorte, una privatización o un despido.

Y ahora, cuando el pueblo exige que el Estado vuelva a tener rostro, los mismos que lo desmantelaron gritan “dictadura”. Es el síndrome del ladrón que, al ver cerrarse la puerta, acusa al dueño de la casa de secuestrador.

X. Cierre: la dignidad de pensar con el corazón

El autor de “Complejidades Chairas” dice que cuando se acaben los programas del Bienestar, “los chairos despertarán”.
Yo le diría: cuando se acabe tu odio, tal vez empieces a pensar.

Porque odiar al pueblo no es valentía ni lucidez: es miedo.
Miedo a que la democracia deje de ser privilegio.
Miedo a que la historia ponga a cada quien en su sitio.
Miedo a descubrir que los de abajo ya no quieren seguir abajo.

El verdadero reto no es convencer a los que odian, sino seguir construyendo un país donde no haya que pedir perdón por ser pueblo.
Y si eso es ser “chairo”, que me apunten en la lista con tinta roja, junto a los tercos que aún creen que México vale más que sus prejuicios.

“La carta y la sombra: el intento de Lemus por corregir con tinta lo que perdió en palabra”Por Amaury Sánchez G. Hay car...
10/10/2025

“La carta y la sombra: el intento de Lemus por corregir con tinta lo que perdió en palabra”

Por Amaury Sánchez G.

Hay cartas que no buscan comunicar, sino disimular. Son esas misivas escritas no con tinta, sino con cálculo; redactadas más para justificar el pasado que para dialogar con el presente.
La que ayer envió el gobernador Jesús Pablo Lemus Navarro a los coordinadores parlamentarios del Congreso de Jalisco pertenece a esa especie.

En ella, Lemus —ese político que suele vestir de ciudadano, pero actúa como virrey—, pretende tender un puente sobre un río que él mismo dinamitó. Habla de diálogo, de altura de miras, de consensos… pero lo hace siete meses tarde y después de haber desdeñado a los mismos diputados a quienes hoy invita a “platicar per-so-nal-mente”.

La política, como la dignidad, no se mendiga en el último minuto.

El intento de intervenir con guantes de seda

En su carta, el gobernador parece descubrir, de pronto, el valor de la independencia legislativa y el deber del diálogo republicano.
Pero detrás del halago, asoma la intención: “meter las manos” en un proceso que, jurídicamente, ya no le pertenece.

La Reforma al Poder Judicial se encuentra en una fase procesal avanzada; fue dictaminada, leída y encaminada a la votación.
El diálogo que el Congreso decidió abrir es interno, no transversal, y responde a la lógica parlamentaria, no a una cortesía política con el Ejecutivo.

Pretender ahora “reabrir el diálogo” desde Casa Jalisco equivale a querer editar una ley desde un escritorio ajeno. Es un gesto de nostalgia por aquel viejo presidencialismo de los setenta, donde los gobernadores mandaban cartas con aroma de decreto y los legisladores respondían con sumisión y aplausos.

Solo que esos tiempos —al menos en teoría— ya murieron.

La lección institucional que Lemus ignora

En toda República madura, el principio de la división de poderes es el eje que impide que la política se vuelva monólogo.
Cuando un Ejecutivo interviene en el proceso legislativo con el pretexto del diálogo, se acerca peligrosamente a la frontera del autoritarismo administrativo.

Y no se trata solo de formas.
Desde la perspectiva jurídica —como habría señalado Narciso Bassols—, la acción del gobernador contraviene el espíritu del artículo 49 constitucional, que prohíbe la concentración de funciones y obliga a cada poder a respetar la esfera competencial del otro.

El Congreso jalisciense, nos guste o no su composición, tiene facultades plenas para dictaminar y votar la reforma judicial.
El Ejecutivo, en cambio, tuvo su momento procesal: presentar su iniciativa y defenderla en tiempo y forma.
No lo hizo.
Y hoy, con la reforma en la cancha del Legislativo, Lemus pretende ser árbitro, jugador y comentarista a la vez.

El espejismo naranja

Movimiento Ciudadano, fiel a su estilo, reaccionó no con autocrítica, sino con soberbia.
Mientras sus coordinadores intentaban justificar el descalabro legislativo culpando al “madruguete opositor”, sus cuadros más visibles —incluido el propio José Luis Tostado— se exhibían en las Fiestas de Octubre, como si la política fuese un intermedio entre canción y tequila.

Esa frivolidad es la que explica el descontrol.
El partido que presume ser el nuevo rostro del cambio repite, sin pudor, los vicios del priismo tardío: controlar, condicionar y corregir a los otros poderes desde los reflectores de Palacio.

Y cuando el control se escapa, buscan reponer la autoridad con cartas y convocatorias públicas.

El Congreso, la dignidad y la hora del ciudadano

La respuesta de las seis fracciones parlamentarias fue tan sobria como simbólica:

“Si el gobernador quiere dialogar, que venga al Congreso”.

Ese gesto encierra una lección de Estado: los poderes se respetan desde su casa, no desde la cortesía política.
Y hoy, el Legislativo jalisciense parece haber recordado que su función no es rendir pleitesía, sino ejercer soberanía.

Los ciudadanos, por su parte, deberían mirar más allá de la espuma mediática.
Lo que está en juego no es una reforma técnica, sino el equilibrio mismo entre poderes.
Cuando un gobernador busca corregir la ley con una carta, es porque no sabe o no quiere gobernar con respeto institucional.

Carlos Sanchez Guzman ,habría descrito esta escena con ironía: un político que se cree estadista porque escribe cartas; un partido que confunde la arrogancia con liderazgo; y un Congreso que, por fin, se mira al espejo y decide no doblar la cabeza.

Y Roberto Moncada habría rematado, con su habitual severidad:

“La ley no se discute en tertulias, ni la soberanía se negocia con cafés”.

Si algo debe aprender Jalisco de este episodio es que la república no se salva con gestos tardíos, sino con respeto a los tiempos, los límites y la verdad.
Porque cuando el poder quiere disfrazar su omisión con palabras dulces, lo que busca no es diálogo, sino indulgencia.

Y la indulgencia, en política, es la madre del abuso.

La justicia madrugó primeroPor Amaury Sánchez G.Hay madrugadas que no sorprenden a nadie, y hay otras que, cuando suenan...
07/10/2025

La justicia madrugó primero

Por Amaury Sánchez G.

Hay madrugadas que no sorprenden a nadie, y hay otras que, cuando suenan los teléfonos en los cuartos de prensa, parecen despertar a quienes juraban estar despiertos. Esta fue de las segundas. Al inicio de semana, cuando el aire político aún olía a lunes y a café sin azúcar, los representantes de las bancadas de Morena, PRI, PT, Hagamos y el diputado independiente Alejandro Puerto salieron juntos a anunciar la votación que aprobó la Reforma Judicial del Estado, una de esas decisiones que dividen opiniones, pero marcan historia.

Mientras en los pasillos algunos aún calibraban los rumores, Miguel de la Rosa, presidente de la bancada morenista, ya había hecho lo más difícil: tejer el acuerdo. Un acuerdo real, no de palabra hueca, entre fuerzas políticas que pocas veces coinciden, pero que esta vez entendieron que la justicia no debía seguir siendo propiedad de una élite togada ni de un puñado de padrinos judiciales.

Los de Movimiento Ciudadano, fieles a su estilo, ni se asomaron. No hubo silla ni presencia ni voto. Solo el eco de su ausencia y, al rato, el viejo recurso del agravio público: gritar “madruguete” desde el cómodo refugio de las redes.
La verdad es otra: se les ganó porque estaban distraídos, más atentos a lo que su jefe pudiera necesitar para el mundial de fútbol que a lo que el pueblo exige en materia de justicia.

Y como buen perdedor que busca la jugada en el bar y no en la cancha, MC, fiel a su estilo de “¡Ay Jalisco, no te rajes!”, echó a andar a todos sus medios afines para intentar armar el drama. Buscan con lupa, entre comunicados y declaraciones, el más mínimo detalle para decir que “no se vale”. Pero detrás del berrinche está la verdad incómoda: les ganaron limpiamente en un tema de los más valiosos para el estado.
Y claro, duele. Porque perder el control del Poder Judicial significa decir adiós a las cuotas, a los compromisos, a las designaciones de compadres y a la red de favores que por años funcionó mejor que cualquier ley.

El amanecer de la reforma

El dictamen aprobado no fue una ocurrencia nocturna ni un capricho de partido. Fue la culminación de un proceso que venía gestándose desde hace meses, empujado por quienes creen que la justicia debe pasar por el filtro del voto popular. La reforma, en esencia, rompe con la vieja costumbre de que los magistrados y jueces fueran designados entre guiños, cabildeos y cenas discretas.

De la Rosa, con la serenidad de quien entiende el pulso del poder, logró reunir a los aliados necesarios para que la reforma pasara sin estridencias y con legitimidad. En política, a veces el mayor ruido lo hacen los que llegan tarde.

La tómbola, los fantasmas y los gritos

Entre los detalles más comentados está el tema de la insaculación —o la famosa “tómbola”—, mecanismo que solo se aplicará en caso de empate o cuando sea necesario garantizar la paridad de género. Pero bastó mencionarlo para que algunos imaginaran una feria judicial, con magistrados saliendo de un sombrero de mago. Lo irónico es que, durante décadas, la justicia ya había sido una tómbola disfrazada de meritocracia, solo que el boleto ganador siempre lo sacaban los mismos.

Y entonces, como era de esperarse, Movimiento Ciudadano despertó tarde y ofendido. Calificaron la aprobación de “madruguete”, palabra que, si tuviera memoria, les sabría amarga. Fueron ellos quienes durante el sexenio de Alfaro aprobaron de madrugada reformas, nombramientos y endeudamientos sin el menor sonrojo. Hoy, el problema no es la hora, sino que otros decidieron madrugar primero.

El arte de la política sin aspavientos

A diferencia de los políticos de reflejo corto, Miguel de la Rosa no improvisó ni buscó reflectores. Su papel fue el de un estratega silencioso, más ajedrecista que tribuno. Mientras otros alzaban la voz para salir en la foto, él contaba los votos en silencio, midiendo el momento exacto para el movimiento final.

Su liderazgo no necesitó de discursos encendidos ni de titulares; se manifestó en la simple y contundente aritmética del consenso. Convencer a priistas, petistas, hagamistas e independientes en un mismo sentido no es tarea menor en un Congreso tan fragmentado. Pero lo hizo. Y lo hizo sin amenazas ni escándalos: solo con oficio político.

La memoria corta del poder

Resulta curioso que ahora los naranjas se digan sorprendidos. Durante el sexenio anterior, cuando ellos mandaban, la madrugada era su aliada predilecta. Aprobaban paquetes fiscales, créditos multimillonarios y nombramientos clave mientras la ciudad dormía. Entonces no hablaban de madruguetes, sino de “eficiencia legislativa”.

Pero el reloj del poder gira, y esta vez la campanada los encontró del otro lado de la puerta. Los que antes despertaban al alba para imponer su voluntad, hoy bostezan de indignación. Tal vez el fútbol distrae más que la democracia.

La justicia como terreno de lo público

El hecho de que los jueces y magistrados sean electos por voto popular no es menor. Representa un giro profundo en la concepción de la justicia: pasar de un modelo cerrado, vertical, a uno donde la ciudadanía tiene la palabra. Es, por primera vez, una justicia que se atreve a mirarse al espejo del pueblo.

Habrá quien diga que elegir jueces es peligroso, que la gente no entiende de leyes. Pero esos argumentos suenan sospechosamente a los mismos que se usaron cuando el voto femenino era “peligroso” o cuando la democracia era “demasiado compleja para el pueblo”. En realidad, el temor no es al error ciudadano, sino a la pérdida del control de los de siempre.

Entre la madrugada y el amanecer

Aquella mañana de inicio de semana, el Congreso amaneció distinto. Afuera, el ruido de los “madrugados” se mezclaba con los primeros rayos del sol que entraban por las ventanas del recinto legislativo. Adentro, Miguel de la Rosa permanecía sereno, sin gestos triunfales, sabiendo que en política las victorias verdaderas no se gritan: se consolidan.

Porque esta vez, el verdadero madruguete no fue del poder que se impone en la oscuridad, sino de la justicia que despertó antes que todos.

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Epílogo:
Jalisco cambió de ritmo sin pedir permiso. Y aunque a algunos les incomode, las madrugadas políticas tienen un nuevo significado: ya no son sinónimo de imposición, sino de transformación. Esta vez, la justicia madrugó primero, y en su amanecer apareció un hombre de mirada firme y paso medido: Miguel de la Rosa, el diputado que entendió que madrugar, cuando es por el bien común, no es trampa… es visión.

El gusano que roe la carne del paísPor  G. “Escribo estas líneas desde uno de los ranchos de los Altos de Jalisco, donde...
07/10/2025

El gusano que roe la carne del país
Por G.
“Escribo estas líneas desde uno de los ranchos de los Altos de Jalisco, donde el olor del estiércol se mezcla con el murmullo de los establos y donde la campaña contra el gusano barrenador deja de ser boletín y se convierte en realidad”.
afondojalisco.com/el-gusano-que-…

Hay plagas que se ven y otras que se esconden entre la carne viva. El gusano barrenador pertenece a esa estirpe de males que no necesitan propaganda: basta un animal herido para que la mosca deposite su huevo, para que la larva se hunda en la herida y devore la carne hasta la putrefacción. Y el cam...

https://concienciapublica.com.mx/wp-content/uploads/2025/10/Edicion-810.pdf
07/10/2025

https://concienciapublica.com.mx/wp-content/uploads/2025/10/Edicion-810.pdf

06/10/2025
“La gripita de la dignidad”Por Amaury Sánchez G. ¿Y si lo de la “enfermada” fue el pretexto para no ir al Zócalo, despué...
05/10/2025

“La gripita de la dignidad”

Por Amaury Sánchez G.

¿Y si lo de la “enfermada” fue el pretexto para no ir al Zócalo, después del abucheo dominguero?
Ténganlo por seguro que así es…

Hay males que no se detectan en los laboratorios, pero que los médicos del poder conocen bien. Son afecciones súbitas, diplomáticas, selectivas y muy convenientes. Uno de esos males atacó —según el parte oficial— al gobernador de Jalisco, Pablo Lemus, justo cuando tenía que asistir al primer informe de la presidenta Claudia Sheinbaum en el Zócalo capitalino.

Pobre hombre, lo que son las coincidencias: una semana bien de salud, mucha gira, muchas fotos, mucho aplauso; pero llega el informe presidencial, y ¡pum!, aparece la enfermedad. No una cualquiera: una de esas que te tumban la voluntad, no el cuerpo. Una “gripita de la dignidad”, diría algún médico honesto si no temiera perder su consultorio político.

Porque hay abucheos que curan y otros que enferman. Y el del domingo pasado —dicen los oídos indiscretos del gremio— fue de esos que dejan secuelas. No físicas, claro, sino de orgullo inflamado. Al parecer, el mandatario jalisciense escuchó su propio nombre entre los coros poco amables de la multitud capitalina y se le bajó la presión de popularidad. No hay paracetamol que lo cure.

Lemus, hombre de imagen cuidada, sonrisa de spot y discursos de boutique, debió pensar: ¿Para qué ir al Zócalo a recibir otro trago de abucheo cuando puedo quedarme en casa con un caldito y mi ego en reposo?
Y así fue. Se declaró enfermo y, según el boletín, no pudo asistir “por recomendación médica”. Los médicos de la política son sabios: siempre recomiendan no exponerse a los virus del rechazo público.

Pero el timing fue tan perfecto que ni un escritor de comedia política lo hubiera hecho mejor. El rumor se expandió: que si el gobernador se sintió menospreciado, que si temía más chiflidos, que si su cuerpo simplemente reaccionó a la cercanía con la 4T como algunos reaccionan al polen. Las alergias ideológicas también existen.

En el fondo, el asunto es simple: Pablo Lemus no quería repetir la escena. Los reflectores del Zócalo son traicioneros, y los micrófonos no perdonan. En los eventos federales, los abucheos se reproducen más rápido que los contagios de gripe, y la inmunidad política no se consigue ni con refuerzo.

Claro, también hay quien defiende al gobernador. Que no, que realmente estaba mal, que tenía temperatura. Y uno, por respeto a la ciencia, quisiera creerlo. Pero resulta difícil cuando la fiebre se presenta justo el día que la presidenta rinde informe, y justo después de un episodio de silbidos tan públicos como una bronca de estadio.
La historia reciente nos ha enseñado que en política los termómetros se calibran con encuestas y no con mercurio.

Por otro lado, los analistas de café —que son legión— ya especulan con gusto: Lemus quiso marcar distancia de la nueva presidenta; no se quería ver como un aliado; necesitaba curarse en salud (literal y figuradamente). En tiempos de polarización, hasta la temperatura corporal puede interpretarse como declaración política.

Mientras tanto, en el Zócalo, la fiesta siguió sin él. Claudia Sheinbaum habló de unidad, transformación y proyectos nacionales. A su alrededor, gobernadores, secretarios y dirigentes levantaban la mano como en misa dominical. Solo faltó el ausente, que seguramente desde su cama veía las transmisiones con un pañuelo en la mano... no se sabe si para sonarse o para saludar desde lejos.

Hay que decirlo: Lemus no es el primero ni será el último político en padecer la “enfermedad oportuna”. En México, la política tiene su propia botica: hay males para evitar reuniones incómodas, para justificar ausencias, para ganar tiempo o para escapar de compromisos. Algunos le llaman estrategia, otros diplomacia, y los más francos le dicen cobardía con receta.

Y no, esto no es una crítica cruel, es apenas una observación de campo. Porque en el fondo, todos los que han jugado en la arena pública saben que el miedo al abucheo es el verdadero virus que recorre los pasillos del poder. Nadie quiere ser el siguiente en la lista de los pitados.
El aplauso alimenta, pero el abucheo descompone el estómago. Y algunos, como Lemus, prefieren guardar cama antes que digestión.

Al final del día, el gobernador saldrá a decir que ya se siente mejor, que fue solo una infección leve, y que pronto volverá a sus actividades. Lo más seguro es que, en sus círculos más cercanos, juren y perjuren que todo fue real. Pero la opinión pública —esa que no necesita recetas para oler el cuento— ya sacó sus propias conclusiones.

Porque en política, los síntomas se leen, pero las causas se sospechan. Y en este caso, la sospecha es más fuerte que la fiebre.

Así que salud para el gobernador, y que se recupere pronto.
No vaya siendo que el próximo evento presidencial le dé un ataque de tos patriótica o le suba la presión protocolaria.
Ya lo dijo un viejo cronista de Palacio:
—“En México, cuando un político se enferma, no busques al doctor: busca la agenda”.

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