14/09/2025
La vieja sombra sobre la Universidad de Guadalajara
Por Amaury Sánchez G.
En las avenidas de Guadalajara, bajo el sol implacable de septiembre, los estudiantes volvieron a recordarle a la ciudad que la Universidad no es un edificio de piedra ni un recinto burocrático, sino un territorio en disputa. Esta vez, los jóvenes se congregaron frente a la Rectoría General de la UdeG para exigir lo impensable: la cancelación inmediata del proceso electoral del Consejo General Universitario (CGU) y el desconocimiento de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), ese organismo que, según ellos, ha dejado de representar a la comunidad estudiantil.
Las acusaciones no son menores: se acusa a la FEU de apropiarse de las movilizaciones, de censurar a las voces críticas y de convertirse en un aparato de control político que responde más a la cúpula universitaria que al alumnado. En esa lectura amarga de la realidad, la FEU ya no es un gremio, sino una sombra que oprime. Los manifestantes piden democratizar la Universidad desde sus entrañas: una Asamblea Estudiantil General que sea abierta, plural, horizontal. Nada de siglas, nada de intermediarios.
La historia, sin embargo, tiene larga memoria. Antes de la FEU existió la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG). Su nombre todavía provoca escalofríos en algunos pasillos. Nació con la bandera del idealismo, con jóvenes que querían abrir ventanas en una Universidad enclaustrada, pero pronto fue devorada por la política partidista de su tiempo. Una parte de aquella FEG se convirtió en la correa de transmisión del PRI en Jalisco: caciquismo, clientelas, violencia. Otra parte, la menos recordada, estaba formada por estudiantes que de veras soñaban con una educación pública transformadora. Entre unos y otros, la institución quedó marcada por esa dualidad: el idealismo derrotado y el oportunismo encumbrado.
Cuando la FEG se extinguió, surgió la FEU como heredera. Se presentó como la renovación, como la posibilidad de enterrar las viejas prácticas. Pero pronto mostró la misma paradoja: representación estudiantil capturada, discursos juveniles puestos al servicio de los intereses universitarios de siempre. Hoy, los jóvenes que protestan parecen reclamar no sólo contra el presente, sino contra una larga tradición de manipulación que se repite como eco.
La vieja sombra de la FEG, diría alguien con razón, aún pesa sobre la UdeG. La clase estudiantil, lejos de ser independiente, ha sido históricamente manipulada por los grupos en el poder. En los sesenta, setenta y ochenta, el PRI necesitaba controlar las calles; hoy, las autoridades universitarias requieren domesticar las aulas. En ambos casos, los gremios estudiantiles se han convertido en engranajes del sistema.
Ahí entra otro actor que conviene no olvidar: el Frente Estudiantil Socialista de Occidente (FESO). Su experiencia recuerda que todo organismo estudiantil, incluso aquellos nacidos con banderas de cambio, corre el riesgo de caer en las redes del poder. La lección es amarga: mientras los estudiantes no construyan movimientos independientes, ajenos a las conveniencias gubernamentales o universitarias, seguirán atrapados en un juego que no escribieron ellos, sino otros.
Las universidades públicas deberían ser refugios de libertad, talleres de ideas, espacios donde cada estudiante decida sus propias prioridades, impulse proyectos colectivos y apueste por un futuro que mejore la vida de las mayorías. Pero, en cambio, se ven atrapadas en estructuras verticales que disfrazan la democracia y perpetúan intereses.
Y sin embargo, algo distinto parecía flotar en el aire aquel día, cuando los jóvenes tomaron la Rectoría. No había miedo, ni resignación, ni el eco cansado de viejas consignas. Había, más bien, la terquedad luminosa de una generación que se niega a heredar las cadenas de sus antecesores. Quizá por primera vez en décadas, los estudiantes de la Universidad de Guadalajara no sólo estaban denunciando la sombra que los persigue, sino que intentaban caminar fuera de ella.
Si lo logran, la UdeG dejará de ser un feudo de poder y volverá a ser lo que siempre debió ser: un espacio donde la juventud construya, libre y sin ataduras, su propio destino.
Porque al final, las sombras no se disipan solas: alguien tiene que encender la luz. Y esta vez, esa luz parece estar en manos de los estudiantes.