15/07/2025
Hoy me llegó una noticia como un golpe seco en el pecho.
Uno de los nuestros… un compañero paramédico de Cruz Roja, fue arrancado del mundo como una página que nadie tuvo derecho a arrancar.
Lo "levantaron", como si su vida fuera algo que se pudiera cargar y tirar.
Y poco después… lo encontraron sin vida.
Dicen que era un chico tranquilo.
Un alma que no hacía ruido, pero que ayudaba como un faro en la tormenta.
De esos que no buscan aplausos, solo servir.
Yo no lo conocí, pero algo en mí se quebró.
Como si una cuerda invisible que nos une a todos los que usamos este uniforme,
se hubiera roto de golpe.
Porque él también salía con el corazón en las manos, y regresó envuelto en silencio.
Y eso… eso me aterra.
Me rompe saber que incluso los que portamos un uniforme manchado de entrega,
podemos ser blanco de balas sin nombre.
¿En qué mundo vivimos,
donde dar ayuda te convierte en objetivo?
¿Dónde la vocación, la bondad,
la voluntad de salvar… no te salvan?
Es como caminar con una vela encendida en un huracán.
Como curar heridas mientras alguien te apunta.
Como sembrar vida en una tierra que a veces solo devuelve muerte.
Hoy tengo miedo.
Miedo de no volver a casa.
Miedo de dejar una silla vacía en la mesa,
una madre con los ojos enrojecidos,
una historia a medio contar.
Todo, por una bala que nunca merecí.
Y sin embargo, seguimos.
Seguimos, aunque tiemblen las piernas.
Porque en Cruz Roja no solo llevamos una cruz en el pecho,
cargamos la esperanza a cuestas.
Y aunque el mundo se deshaga a pedazos,
nosotros tratamos de unirlo con vendas y valor.
A ese compañero, no lo conocí, pero lo siento hermano.
No podemos dejar que su historia se apague
como una sirena que ya no suena.
Debe quedarse viva. En la memoria. En la rabia. En el amor.
Porque ser parte de esto no es solo atender emergencias.
Es caminar por un campo minado con el corazón expuesto.
Es curar al mundo,
incluso cuando el mundo se olvida de cuidar a quienes lo curan.