19/07/2025
Eran las 5 o 6 de la mañana, cuando desperté con ese tipo de inquietud que no nace del cuerpo, sino del recuerdo. Una melodía vaga me rondaba la cabeza, como si la radio imaginaria de mi memoria hubiese decidido sintonizar el año 2002.
La canción tenía ese sonido característico: una mezcla entre rock crudo y alma tapatía. Un bajo poderoso, guitarras con filo y una voz que no cantaba para gustar, sino para decir algo. En cuanto logré reconocerla, sonreí. Era Pito Perez , una de las bandas que, sin quererlo del todo, definieron una época para quienes crecimos en Guadalajara a principios de los 2000.
El trío conformado por Abraham Bustos, Miguel Méndez y Jorge Chávez era más que una banda de rock. Eran un símbolo de lo que la música independiente podía lograr cuando se hacía con pasión y barrio. Surgieron cuando aún había espacio en la radio, cuando los discos se compraban y las canciones se memorizaban porque decían algo que nos pasaba a todos.
Su primer álbum explotó con canciones como “Mi Lupita” y “Globo”, himnos urbanos que se colaron en fiestas, camiones, bares y corazones. Guadalajara encontró en ellos un eco de su propia voz
En 2004, sorprendieron con “Tal y Cual”, un disco más maduro, con un sonido distinto, más explorado, menos explosivo, pero igual de honesto. No fue fácil para todos aceptarlo, pero la comunidad tapatía los abrazó, porque sabíamos que Pito Pérez no era moda: era familia, era calle, era nuestra historia hecha canción.
A la fecha, “Mi Lupita” sigue siendo parte del repertorio obligatorio en cada banda de covers que se respete en Guadalajara. Su estribillo se ha vuelto eterno. Y eso dice mucho. Porque no todas las canciones envejecen con dignidad. Algunas, como esta, se convierten en ritual colectivo, ! Mi lupita, no me dejes jaaamas!
Pito Pérez no solo fue una banda. Fue un espejo. Y a veces, todo lo que uno necesita para comenzar el día, es recordar quién era cuando esas canciones sonaban bien podemos decir
“ Todo lo que soy es lo que puedo hacer por ti “