20/08/2025
Una taxista embarazada recogió a un extraño... Y al día siguiente, ¡sucedió lo impensable! ...😲😲😲... La carretera brillaba bajo la neblina de la mañana, extendiéndose interminablemente como un cintillo de plata entre la nada y un lugar que no importaba. Era el tipo de carretera donde las cosas se perdían: coches, personas, recuerdos. Y a veces… el destino.
Amara entrecerró los ojos a través del parabrisas de su viejo taxi, una mano descansando sobre su barriga redondeada, la otra agarrando el volante. Ocho meses de embarazo y aún trabajando turnos de doce horas—porque la vida no se detenía cuando te dolía la espalda o se te hinchaban los tobillos. No estaba conduciendo por diversión. Esto era supervivencia.
El estático crujía por la radio, pero a ella no le importaba el silencio. Era pacífico a su manera extraña. Hasta que lo vio.
Una figura en el hombro. Sola. Cojeando. Su ropa desgastada, manchada con algo demasiado oscuro para ser tierra. Parecía que ya no pertenecía al mundo—como si lo hubiera escupido y olvidado enterrar el cuerpo.
Ella aflojó el acelerador.
"No te detengas," susurró una voz en su mente. "No lo conoces." Tienes un bebé que proteger.
Pero su pie ya estaba en el freno.
A medida que el coche disminuía la velocidad, la figura se giró—lentamente, como si le doliera—y levantó una mano. Sus ojos se encontraron con los de ella a través del parabrisas. Había algo en ellos que no encajaba con el resto de él. No miedo. No locura. Algo tranquilo. Resignado.
Bajó la ventanilla un poco.
¿Necesitas ayuda?
No respondió al principio. Simplemente miró más allá de ella, hacia el horizonte. Luego: "Hospital."
Eso fue todo. Una palabra. Áspero. Roto. Como si se lo hubieran arrancado de la garganta.
Amara dudó. Cada instinto gritaba para seguir adelante. Pero algo más profundo—algo que no entendía—la mantenía allí.
"Sube," dijo, con la voz firme aunque su corazón latía con fuerza.
Se deslizó al asiento trasero con una mueca, y cuando ella volvió a incorporarse a la carretera, el silencio regresó. Pero ya no era pacífico. Zumbaba, como las líneas eléctricas justo antes de una tormenta.
Ella lo miró por el espejo retrovisor. Estaba pálido. Sus manos temblaban. Una herida costrosa en su costado estaba filtrándose a través de su camisa.
"Lo vas a lograr," dijo, más para sí misma que para él.
No respondió.
El hospital no estaba lejos, pero los minutos se estiraban como horas. Cada bache en el camino se sentía más agudo. Cada milla más pesada.
Ella no sabía entonces que para la mañana siguiente, todo cambiaría. Que la gente llamaría a su puerta. Que su nombre se susurrara en lugares donde nunca había estado. Que alguien, en algún lugar, había estado buscando a ese hombre—no para ayudarlo, sino para silenciarlo.
Y al detenerse... había elegido un bando en una historia mucho más grande que la suya.
Pero por ahora, solo condujo.
¿Y el extraño? Cerró los ojos en el asiento trasero.
Y sonrió...😱😱😱
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