20/08/2025
VALORA TU MATRIMONIO
Un hombre, al regresar del trabajo, encontró a su esposa en la cocina preparando la cena. Lleno de cariño por haberla extrañado, se acercó y le dio un beso, luego otro y otro más, hasta que ambos sonrieron felices.
Mientras cenaban, sonó el celular de la mujer: era un mensaje de un amigo que le deseaba buenas noches. El marido lo leyó y, molesto, se levantó de la mesa sin decir palabra y se fue directo a la cama, sin probar bocado.
Ella lo miró y pensó: “No, no tiene sentido que se enoje por algo tan simple. No voy a ir detrás de él, no es un niño”. Así que terminó su cena y luego se fue a dormir. Esa noche, los dos se acostaron de espaldas, enojados.
A medianoche, la esposa comenzó a sentirse mal, tenía fiebre y apenas podía respirar. Débil, trató de tocar la espalda de su esposo buscando ayuda, pero él, sin voltearse y aún con rencor, apartó su mano. Momentos después, ella murió de un infarto.
Por la mañana, el hombre se levantó como si nada. Se alistó para el trabajo, se bañó, se vistió y, al ver a su mujer aún en la cama, pensó que seguía molesta. “No voy a hablarle hasta que ella lo haga primero”, se dijo. Y salió.
Más tarde, al volver, pasó por una tienda y vio un reloj precioso. Decidió comprarlo para regalárselo a su esposa, como muestra de lo mucho que la amaba y para reconciliarse con ella.
Llegó emocionado a casa, listo para sorprenderla con la cena y el regalo. Al entrar, notó que el desayuno seguía en la mesa. “Seguro sigue enojada conmigo”, pensó con tristeza. Subió a la habitación y allí, al verla aún en la misma posición, sintió un presentimiento. Se acercó y comprendió la verdad: su esposa había mu**to.
El hombre rompió en llanto, desesperado, arrepentido de no haber dejado a un lado su orgullo.
Reflexión:
No permitas que el orgullo entre a tu cama ni a tu relación. La vida es demasiado corta para perderla en discusiones sin sentido. Abraza, besa, cuida y demuestra tu amor todos los días. No existen personas perfectas, pero sí amores verdaderos que saben sacrificarse por la felicidad del otro.
Dios nos invita a amarnos como Cristo amó a la Iglesia: con paciencia, entrega y perdón.