31/10/2025
🔴✍️E L B O C Ó N O P I N A ✍️🔴
🚧 MÉXICO, EL PAÍS DONDE LAS CARRETERAS SE CONVIRTIERON EN MESAS DE NEGOCIACIÓN
BOCÓN
Por estos días, México volvió a detenerse.
No por un feriado, ni por un huracán, sino porque campesinos, transportistas y piperos decidieron que la única forma de ser escuchados era cerrando el paso.
Las casetas se transformaron en trincheras, las autopistas en foros improvisados, y el asfalto en un campo de batalla donde se disputa algo más que un precio justo: se pelea por la atención de un Estado que, entre el desgaste político y la sordera burocrática, responde tarde y mal.
En Hidalgo, el epicentro del enojo fue el Arco Norte, especialmente en la caseta Tula 1, donde campesinos del Valle del Mezquital, hartos de promesas vacías, bloquearon durante días el tránsito.
Exigen lo que a simple vista parece razonable: un precio de garantía que cubra los costos de producción del maíz. Pero detrás de esa cifra —7,200 o 7,500 pesos por tonelada— hay décadas de abandono institucional, intermediarios que exprimen al productor y políticas agrícolas diseñadas más para la estadística que para el campo.
A su lado, transportistas y piperos también encendieron motores (o más bien, los apagaron).
Se unieron al descontento por los altos costos operativos, los cobros en casetas y la inseguridad en carretera.
En la Ciudad de México, la Fuerza Amplia de Transportistas (FAT) amagó con un megabloqueo que amenazaba con colapsar los accesos al Valle de México.
El paro fue pospuesto, sí, pero no cancelado: quedó flotando en el aire como una advertencia de que el caos puede regresar en cualquier momento.
Lo preocupante es que ya normalizamos el cierre de carreteras como método de presión.
La protesta legítima se convirtió en el lenguaje obligado ante un gobierno que solo reacciona cuando las ruedas dejan de girar.
Cada grupo con una demanda aprendió la lección: bloquear una autopista es más eficaz que entregar un oficio.
¿Y quién paga el costo? El ciudadano común, el trabajador que no llega a tiempo, el transportista que ve pudrirse su carga, la empresa que pierde un embarque, la ambulancia que busca un desvío.
En Hidalgo, los efectos son palpables.
El cierre del Arco Norte afectó rutas logísticas nacionales, suspendió corridas de autobuses y alteró el suministro de alimentos e insumos industriales.
Los daños económicos son incuantificables, pero el desgaste social es evidente: el hartazgo crece en todos los frentes, incluso entre quienes simpatizan con las causas campesinas o de transporte.
Y sin embargo, el origen del problema no son ellos.
Es un Estado que improvisa en lugar de planear, que ofrece diálogo sin soluciones concretas, que firma acuerdos para ganar tiempo.
Las dependencias del ramo —Agricultura, Comunicaciones, Economía— parecen más ocupadas en administrar la crisis que en resolverla.
Los funcionarios llegan, prometen, se toman la foto y se van, mientras los bloqueos siguen y la rabia se acumula.
El país se ha vuelto un tablero de carreteras cerradas y casetas tomadas.
En Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Querétaro y Sinaloa, la historia se repite con distintos protagonistas pero el mismo guion: desesperación, bloqueo, atención mediática, promesa de diálogo y olvido.
Todo mientras la vida económica del país se arrastra entre filas interminables de tráileres detenidos.
Lo más grave no es que los campesinos protesten ni que los transportistas se organicen; lo verdaderamente alarmante es que ya no confían en las instituciones.
Saben que si no paralizan al país, nadie los escucha.
Y eso debería encender todas las alarmas: un gobierno que solo escucha bajo presión deja de gobernar, y un país que solo se comunica cerrando caminos se dirige directo al estancamiento.
Hidalgo es hoy el espejo del México rural y productivo: cansado, marginado y dispuesto a todo por hacerse visible.
Pero si el diálogo no se traduce en acciones reales, volveremos a ver las mismas escenas una y otra vez: casetas tomadas, carreteras cerradas y funcionarios prometiendo soluciones mientras el país entero se queda varado.
Porque cuando las carreteras se convierten en mesas de negociación, significa que las instituciones ya abandonaron el camino.
Y lo peor es que ni siquiera se disculpan por el tráfico.
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