
06/05/2025
El juego de Ajedrez, el juego de la Vida
Había una vez un anciano que vivía solo en la cima de una colina. Nadie sabía mucho de él, salvo que pasaba las tardes frente a un ajedrez de madera gastada, como si esperara a un contrincante que nunca llegaba.
Un día, un niño curioso subió la colina y se atrevió a preguntar:
—Señor, ¿por qué juega ajedrez si no hay nadie con quien jugar?
El anciano sonrió, sin apartar la vista del tablero.
—¿Y quién dijo que juego contra alguien? Este tablero es la vida misma, muchacho.
—¿La vida? —preguntó el niño, frunciendo el ceño.
—Sí. La vida es como el ajedrez. Hay casillas blancas y negras. A veces estás en una blanca, todo es claro y fácil. Pero otras veces… —tocó con su dedo una casilla negra— todo se oscurece, y sientes que no puedes avanzar. Pero ¿sabes qué? Siempre, *siempre*, después de una negra, viene una blanca. Y así seguimos.
—¿Y se juega solo? —insistió el niño.
—Se juega en silencio —dijo el anciano, acariciando la reina de marfil—. Igual que la vida. No hay relojes ni árbitros, solo decisiones. Antes de cada movimiento, debes pensar, meditar, escuchar. A veces ganas terreno, otras veces pierdes una torre por no mirar bien.
—¿Y qué pasa si uno se equivoca mucho?
—Ah —el anciano sonrió con cierta melancolía—. Entonces pierdes. Pero no es el fin. La vida, como este tablero, no termina con una derrota. Tomas las piezas, las ordenas… y juegas de nuevo.
—¿Y si pierdo cien veces?
—Entonces jugarás ciento una. Y cada vez perderás de forma distinta. Porque con cada error, aprenderás una nueva estrategia. Una nueva defensa. Un nuevo truco. No te convertirás en el que nunca pierde… sino en un gran jugador. *Un maestro de ti mismo.*
El niño se quedó callado, observando el tablero. Ya no parecía solo un juego.
—¿Y quién gana este juego?
El anciano alzó la vista, y por primera vez lo miró a los ojos.
—Gana la vida. Siempre gana ella. Pero lo importante no es ganarle… es aprender a jugar con ella. Y no rendirte nunca.
Desde ese día, el niño volvió cada tarde a jugar con el anciano. Y aunque muchas veces perdió, aprendió que las derrotas no eran el final, sino el comienzo de una nueva partida.
Porque en el ajedrez de la vida, solo pierde quien deja de mover sus piezas.