21/10/2025
Hoy por la tarde me dispuse a ir al panteón, a limpiar las tumbas de mis padres.
Mientras quitaba las hojas y el polvo del tiempo, algunos curiosos que pasaban me preguntaban por qué le lloraba a Telésforo Sánchez.
Me causó una sonrisa triste, porque pensé que quizá ya pocos lo recordaban… o que su nombre se había ido borrando, como las letras viejas de una lápida bajo la lluvia.
Tele, así lo conocíamos todos.
Fue, sin duda, un ícono ixhuateco, un personaje que llenó de vida las calles y las fiestas del pueblo.
Nunca supe quiénes fueron sus padres ni de dónde venía exactamente; sólo recuerdo que llegó a Ixhuatán en los años ochenta, procedente de Reforma.
Lo conocí un domingo de chundi, entre risas y música de marimba.
Siempre lo veía con su morraleta al hombro, caminando despacio por las calles, saludando a cada persona que encontraba.
Salía a hacer mandados para las señoras del pueblo o acompañando a alguna solterona, siempre alegre, siempre libre, viviendo sin prisa, sin preocuparse por nada más que el momento.
En los tiempos de chundi, Tele era el alma de la fiesta.
Se vestía con un traje zoque: vestido floreado, blusa blanca con encaje y una flor de tulipán prendida en la oreja.
Las mejillas, pintadas con achiote; los labios, rojos como herida recién abierta.
Así bailaba por las calles, sin más compañía que su morraleta y la música —ya fuera la banda, la marimba, o una vieja grabadora al hombro de alguien—.
Terminaba siempre en el Barrio La Libertad, bailando chundi hasta que la noche se rendía ante el amanecer.
Recuerdo una anécdota que contaba mi primo Arbey Velasco:
“Un día estábamos en casa de mis papás, y el buen Tele quería bailar chundi.
Como mi papá lo consentía, me pidió a mí y a mis hermanos que le tocáramos con la marimba…
y ahí lo tienes, feliz, bailando solo, como si el alma se le escapara por los pies.”