25/10/2025
“Me dejó por gorda… hoy me pidió trabajo en mi empresa de ropa para talles reales.”
Cuando vi su nombre en la lista de candidatos para el puesto de gerente de marketing, sentí que el universo tenía un sentido del humor perverso. Martín Solares. Cinco años sin verlo, sin saber de él, y ahora estaba ahí, en la sala de espera de **mi** empresa, esperando que **yo** decidiera su futuro laboral.
—Señorita Vargas, el candidato de las 11 ya llegó —me avisó Lucía por el intercomunicador.
—Hazlo pasar en cinco minutos —respondí, necesitaba ese tiempo para respirar.
Me levanté y me miré en el espejo de mi oficina. El vestido color vino que había diseñado yo misma me quedaba perfecto. Talla 46, corte imperio, elegante y poderoso. Mi cabello caía en ondas sobre mis hombros. Maquillaje impecable. Ya no era la chica de 23 años que lloraba en el baño después de que él dijera aquellas palabras.
*"Mira, Paula, eres increíble, pero... necesito estar con alguien que se cuide más. Alguien con quien pueda ir al gimnasio, que no se avergüence de usar bikini. Esto no va a funcionar."*
La puerta se abrió y entró. Seguía siendo atractivo, aunque ahora tenía algunas canas prematuras y había perdido esa sonrisa arrogante que tanto lo caracterizaba. Se veía... cansado. Tal vez desesperado.
—¿Paula? —Su rostro palideció cuando me vio detrás del escritorio ejecutivo—. No sabía que tú...
—Siéntate, Martín —dije con una voz que ni yo misma reconocía. Fría, profesional, poderosa.
Se sentó torpemente, sus manos temblaban ligeramente mientras dejaba su portafolio sobre sus rodillas.
—Tu CV es... interesante —comencé, hojeando los papeles aunque ya lo había memorizado—. Veo que estuviste en tres empresas en los últimos cinco años. Ninguna por más de dieciocho meses.
—Sí, bueno, el mercado ha estado complicado y...
—Y fuiste despedido de las últimas dos por bajo rendimiento —lo interrumpí, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Por qué deberíamos contratarte en Cuerpos Reales?
Tragó saliva. Reconocí ese gesto. Lo hacía cuando estaba nervioso.
—Paula, sé que nuestra historia es... complicada. Pero soy bueno en lo que hago. Solo he tenido mala suerte. Necesito esta oportunidad.
—¿Mala suerte? —Dejé los papeles sobre el escritorio—. Eso es interesante viniendo de alguien que siempre decía que el éxito era solo cuestión de disciplina y esfuerzo. ¿No era eso lo que me decías? Que si yo me "esforzara más" podría ser diferente.
Bajó la mirada.
—Fui un id**ta.
—Fuiste más que eso, Martín. Fuiste cruel.
El silencio llenó la habitación. Podía escuchar el tic-tac del reloj de pared, cada segundo una pequeña victoria.
—Escucha —dijo finalmente, su voz quebrada—. Sé que no tengo derecho a pedirte nada. Pero necesito este trabajo. Mi esposa está embarazada, tenemos deudas, y... mira, he tocado muchas puertas. Tú eres mi última opción.
—¿Tu esposa? —pregunté con genuina curiosidad—. ¿La modelo de Instagram con la que empezaste a salir dos semanas después de terminar conmigo?
—Nos divorciamos hace un año —murmuró—. Resulta que tener un cuerpo perfecto no la hacía una buena persona. O una persona fiel.
Casi me dan ganas de reír. Casi.
—¿Sabes qué es lo más irónico de todo esto, Martín? Que creaste Cuerpos Reales pensando en personas como yo. En todas las mujeres a las que les hiciste sentir que no eran suficientes.
—Paula, yo...
—Déjame terminar —mi voz sonó más firme—. Cuando me dejaste, pasé meses odiándome. Haciendo dietas locas, yendo al gimnasio hasta desmayarme, llorando frente al espejo. Perdí peso, sí. Mucho peso. Y ¿sabes qué? Seguía siendo miserable porque lo hacía por las razones equivocadas.
Me puse de pie y caminé hacia la ventana que daba a la ciudad.
—Entonces un día, diseñé un vestido. Uno que me quedara bien a mí, no a un maniquí. Uno que me hiciera sentir hermosa tal como era. Lo subí a redes sociales y se volvió viral. Mujeres de todas partes querían uno. Así nació Cuerpos Reales.
Me volteé para mirarlo.
—Ahora tengo doce tiendas en el país, un equipo de 150 personas, y el mes pasado Forbes me puso en su lista de empresarias menores de 30. No bajé de peso para gustarte, Martín. Crecí para que no me vuelvas a alcanzar.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo siento mucho, Paula. No sabes cuánto lo siento.
—Lo sé. Y créeme que la parte vengativa de mí quiere echarte de aquí, humillarte como tú me humillaste.
Vi la esperanza morir en sus ojos.
—Pero —continué—, resulta que construí esta empresa sobre la idea de que todas las personas merecen dignidad, respeto y segundas oportunidades. Y aunque seas la última persona que merece mi compasión, no voy a traicionar mis valores por ti.
Volví a sentarme.
—Vas a empezar como asistente de marketing, no como gerente. Con un salario estándar y un período de prueba de seis meses. Reportarás directamente a Daniela, mi directora de marketing, quien casualmente usa talla 52 y es la persona más brillante que conozco. Aprenderás de ella, la respetarás, y si escucho un solo comentario inapropiado sobre el cuerpo de cualquier persona en esta empresa, estarás en la calle. ¿Entendido?
—Sí —dijo rápidamente—. Sí, totalmente. Gracias, Paula. No sabes lo que esto significa...
—Una última cosa, Martín —lo interrumpí mientras se levantaba—. En esta empresa, cada persona que trabaja aquí tiene que modelar una de nuestras piezas para el catálogo interno. Tú también. Porque aquí todos somos cuerpos reales. Todos somos suficientes. Y es hora de que tú también lo aprendas.
Se quedó paralizado un momento, procesando lo que acababa de decir, y luego asintió.
—Es justo.
—Lucía te dará los papeles de contratación. Bienvenido a Cuerpos Reales, Martín. No me decepciones.
Cuando salió de mi oficina, me permití sonreír. No era la venganza explosiva que había imaginado en esas noches oscuras de hace cinco años. Era algo mejor. Era justicia con gracia. Era demostrarle que su crueldad no me había destruido, me había forjado.
Tomé mi teléfono y le mandé un mensaje a mi mejor amiga:
*"¿Recuerdas a Martín? Acaba de empezar a trabajar para mí. La vida da muchas vueltas."*
Su respuesta llegó inmediata: *"Eres una reina. Cena hoy para celebrar?"*
Sonreí y miré por la ventana hacia la ciudad que ahora conquistaba con mi trabajo y mi talento.
*"Por supuesto. Pero esta vez, es mi victoria la que celebramos."*
Y así fue. Porque la mejor venganza no es hacerles daño. Es ser tan increíblemente feliz y exitosa que su opinión deje de importar. Es convertir el dolor en propósito, y las cicatrices en armadura.
Yo no bajé de peso para gustarle a nadie. Crecí para que nadie pudiera volver a hacerme sentir pequeña.
Y esa, definitivamente, era la victoria más dulce de todas.