09/12/2025
La camioneta del triunfo… y del trancazo
Después de tantos años de ahorrar, juntar pesito por pesito, vender tamales los domingos y hasta rifar una licuadora, por fin por fin llegó el gran día: María compró su tan soñada camioneta. Era su lujo, su premio, su capricho y su motivación para cada desvelada.
Cuando se la entregaron, casi lloró de la emoción… casi, porque el vendedor todavía no terminaba de darle las llaves cuando ¡pácatelas! ya le estaba tomando fotos para presumirla.
María subió orgullosa, acomodó el asiento, abrió las ventanas, puso música, se sintió protagonista de película… lo único que no hizo fue acordarse de cómo se manejaba una camioneta.
Prendió el motor, respiró profundo y dijo:
De aquí… ¡al infinito!
Y sí, al infinito no llegó, pero cn un poste de la agencia, directo y sin escalas.
El golpe sonó como si hubiera chocado su ilusión contra la realidad. El vendedor salió corriendo, los clientes se quedaron con la boca abierta, y María, toda roja como jitomate, solo alcanzó a decir:
Es que… es que… ¡se me resbaló la emoción!
La buena noticia: la camioneta sí era suya.
La mala: el primer rayón también.
Desde ese día, cada que pasa frente a la agencia, la reconocen y la saludan:
Ahí va la que estrenó camioneta… y barda!
Y ella, muy orgullosa, responde:
Ni modo, primero se aprende a manejar… después a estrenar.