29/09/2025
“ANTES DE QUE SE VUELVA TARDE”
—Una historia para quienes han vivido cosas fuertes—
—¿Abuela? ¿Por qué guardas tantas cajas en el armario si casi no las usas?
Marina miró a su nieta desde el sofá, con una sonrisa suave y triste a la vez. Tenía el cabello blanco recogido en una trenza, y las manos quietas sobre una manta que cubría sus piernas.
—Porque cada caja tiene un recuerdo. Y no es que no las use… Es que algunas duelen demasiado cuando se abren.
La niña, Valeria, de apenas doce años, ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Como cuáles?
—Como una carta que nunca respondí. Un vestido que nunca usé. O una foto de alguien que no volvió.
Valeria se sentó a su lado, esperando más.
La abuela suspiró, profundo.
—¿Sabes qué aprendí después de perder a tu abuelo, a mi hermana, y a mi mejor amiga?
—¿Qué?
—Que nos pasamos la vida esperando que pase algo.
Y lo único que pasa… es la vida.
Valeria frunció el ceño.
—¿Entonces hay que vivir rápido?
—No, corazón. Hay que vivir presente.
Hay que abrazar más, decir lo que sentimos, pedir perdón cuando toca y dejar de guardar los “te quieros” para después.
—¿Y si alguien te hace daño?
—Entonces perdonas… pero sigues tu camino. Porque si te quedas atrapada en lo que te duele, te pierdes lo que te espera.
Valeria bajó la mirada.
—Mi amiga Clara ya no me habla desde que me cambié de grupo. Me dolió mucho… pero no sé si hablarle o no.
La abuela le acarició la mejilla.
—Haz lo que quieras hacer antes de que se convierta en lo que te hubiera gustado hacer.
No hagas de tu vida un borrador, Valeria… tal vez no tengas tiempo de pasarlo en limpio.
La niña guardó silencio un instante. Luego preguntó:
—¿Y tú qué cosas no hiciste?
Marina miró al ventanal. Afuera, las hojas del otoño caían con la lentitud de quien ya entendió el ritmo del tiempo.
—No fui a París cuando tu abuelo quiso.
No escribí un libro cuando tenía las palabras.
No dije “lo siento” cuando mi hermana se fue llorando de casa.
Y no abracé lo suficiente a mi madre, porque pensaba que estaría siempre.
Valeria se acurrucó a su lado.
—Yo no quiero olvidarme de vivir.
—Entonces guarda esto —dijo la abuela, entregándole una caja pequeña de madera—. Ábrela cada vez que sientas que la vida se te escapa entre los dedos.
Valeria la abrió. Dentro había una nota, escrita con caligrafía temblorosa:
“Conserva lo que tienes.
Olvida lo que duele.
Lucha por lo que quieres.
Valora lo que posees.
Perdona lo que hiere.
Y disfruta a quienes te aman.”
—Es precioso, abuela…
—Es verdad, hija. Es simple… y es todo.
Años después, Valeria tuvo una hija. Y en un día gris, cuando la pequeña lloraba por algo que no entendía, Valeria le entregó esa misma caja.
Y así, la vida —que tantas veces duele— se volvía más llevadera con palabras que venían del alma.
Todos tenemos una caja así.
La pregunta es: ¿cuándo la abriremos?
¿Antes de que sea tarde… o cuando ya no haya a quién contarle lo que guardamos?