16/07/2025
La trampa de la tribu
Este fin de semana fui invitado a compartir mi palabra en uno de los eventos de chamanismo intercultural más grandes de Europa.
Allí, en el corazón de Italia, nos reunimos curanderas y taitas no sólo de América, sino de todo el mundo.
Porque sí… aunque a veces se olvida, el chamanismo no es exclusivo de la Amazonía ni de los Andes. Está vivo en las tundras de Siberia, en las sabanas africanas, en las montañas de Japón, en las raíces del viejo continente.
Y lo más bello no ocurrió sobre el escenario. Fue en un momento íntimo, sin público, cuando crucé la mirada con un taita del Brasil. No hablamos. No nos contamos nuestras biografías ni mostramos nuestras credenciales. Solo nos miramos y nos reconocimos. No por las plumas ni los collares. Sino porque el alma sabe cuándo tiene delante a alguien que camina el mismo sendero invisible.
En una de mis conferencias traté este tema que te quiero compartir hoy, hay una trampa sutil, y muy peligrosa, es la trampa de la tribu. Y con lleno total el auditorio empecé ha hablar así.
La trampa de la tribu, de la aldea, es ese pensamiento infantil, territorial, que cree que su forma cultural es la única verdadera. Que su taita es el último descendiente del jaguar. Que su ceremonia es la más pura. Que su linaje es el original. Es ese niño enojado que quiere imponer en su jardín escolar a toda costa que su mamá sea la más hermosa y su papá el más fuerte del mundo.
Y no nace de maldad, es un proceso natural del chamanismo: sentir que tu taita es el único sabio, es cariño sí pero también encierra. Aísla. Nos convierte en una secta de una pureza ficticia.
He leído, más veces de las que quisiera, noticias como:
"Ha mu**to el último shaman de la Amazonía."
¿Cuántas veces más vamos a matar al mismo anciano?
Lo digo riendo, pero también con claridad: esa necesidad de tener “al último”, “al auténtico”, “al verdadero”, es un síntoma del miedo e ignorancia. El miedo de descubrir que la sabiduría no termina y no tiene pasaporte específico.
La Interculturalidad es el alma madura de los pueblos. Salir de la aldea no significa traicionar la raíz. Significa abrirte al mundo. Cuando dejamos de pelear por “quién tiene la verdad”, y empezamos a escuchar el alma del otro sin sentirnos amenazados… ocurre el milagro de la interculturalidad.
La interculturalidad no es someterse a la cultura ajena como si fuera un museo. Es dejarse tocar por ella. Aprender de ella. Descubrir que no vinimos a competir con linajes, sino a custodiar un fuego común.
No se trata de que todas las culturas digan lo mismo. Se trata de que cada una canta su canción al gran poema del misterio. Y cuando las culturas maduras se encuentran, no hay conflicto, hay retroalimentación, escucha y música.
Todos los días veo publicaciones virales de mensajes que, en nombre de la protección cultural, hieren. Gente que grita “Aho” el fin de semana, y lanza veneno en sus redes sociales el lunes a quienes no son de su tribu. Palabras disfrazadas de sabiduría que en realidad solo vomitan resentimiento.
¿Dónde está la medicina, entonces?
Mi abuelo Demetrio decía:
“La palabra tiene que ser flor, medicina o silencio.”
Lo demás es violencia con disfraz de tradición.
No me interesa convertirme en juez de caminos ajenos ni custodio de verdades prestadas.
No vine a señalar quién merece o no estar en un altar, ni a repartir diplomas invisibles de autenticidad.
Por eso no vigilo lo que otros hacen con las plantas.
Me vigilo a mí.
Porque las plantas no me fueron dadas para que opine sobre otros, sino para que no me olvide de mí mismo.
Me vigilo para no intoxicar la medicina con mis propias sombras no reconocidas.
Para que cuando cante al espíritu de la selva, no lo haga desde el resentimiento.
Para que cuando hable de interculturalidad, no sea el dolor disfrazado de discurso sagrado.
Porque uno no se vuelve medicina por hablar de medicina.
La medicina no se predica. Se encarna.
Y cuando está viva en ti, no necesita imponerse, se siente.
Se vuelve presencia. Se vuelve acto. Se vuelve coherencia entre lo que dices, haces, piensas y callas.
La belleza de tu palabra revela el lugar desde donde la dices.
Y eso, ningún collar, ningún linaje, ningún viaje a la selva puede fingirlo.
Si hablas desde el miedo, se escucha miedo.
Si hablas desde la herida, aunque uses palabras bellas, se huele el dolor.
Y si te enfocas en tu camino, tu proceso personal desde lo vivido, desde el misterio que te ha rendido una y otra vez… entonces, incluso el silencio habla.
Cuando te atreves a mirar más allá de tu aldea, uno se descubre un poco menos colombiano, italiano o brasilero y se convierte en un ser humano, sin fronteras, habitante de la madre tierra.
Palabras más o menos, así hablé en mi ponencia.
Y al final del encuentro, entre tantas conferencias, tambores y cantos, sucedió.
No fue durante un discurso, ni en medio de una ceremonia.
Fue en el momento más simple, más humano, más real.
Nos vimos. Yo venía caminando por el sendero, él desde el otro lado.
No hablábamos el mismo idioma. Nunca habíamos compartido palabras. Pero eso no es necesario para los curanderos.
Nos miramos.
Sonreímos. Nos abrazamos
Nos reconocimos.
No por las plumas, ni los collares, ni los cantos.
Nos reconocimos porque ambos hemos caminado descalzos por la noche oscura del alma.
Porque ambos escuchamos a ayahuasca cuando enseña que no hay una sola forma de honrar la vida, y que el otro no es una amenaza, sino una posibilidad.
En ese gesto sin palabras, comprendí de nuevo que la verdadera sabiduría no necesita traducción. Que cuando la medicina es real, vibra en el cuerpo, danza en el espíritu y se reconoce en la mirada del otro.
Y en ese instante, en esa sonrisa compartida con el taita del Brasil, sin idioma en común, recordé esta frase que te quiero dejar hoy: el chamanismo es un acto de memoria y que estamos recordando que más allá de las banderas, los nombres, las tradiciones y los acentos, los pueblos medicina nos estamos reencontrando.
No para uniformarnos.
Sino para unirnos en la belleza de caminar juntos fuera de la zona de nuestra aldea.
Con una tribu más grande
Taita Alejandro
Enviado por Soy Shaman
Luis Martinez • Baños de agua Santa, Tungurahua • 180250