
16/07/2025
Había una vez un pequeño colibrí que volaba entre los árboles de un bosque sereno.
Era ligero, rápido, y su corazón latía con la esperanza de cada nueva mañana.
Pero un día, una tormenta inesperada lo alcanzó.
Los vientos lo arrojaron al suelo, y una de sus alas quedó lastimada.
Durante días, no pudo volar.
Se escondió entre las ramas, sintiéndose roto, inútil… olvidado.
—¿De qué sirve un colibrí que no vuela? —pensó.
Los demás animales pasaban cerca sin notar su dolor.
Hasta que un árbol viejo, de raíces profundas, le habló con suavidad:
—No has sido olvidado. Estás en pausa… no en abandono.
—Pero ya no puedo volar —respondió el colibrí, con el corazón hecho trizas.
El árbol, sabio y paciente, le dijo:
—¿Sabías que los colibríes también polinizan flores aún sin volar?
Tu presencia, aunque quieta, sigue dejando vida.
Tu latido sigue contando.
Sanar no es quedarte como antes.
Es descubrir que incluso roto… sigues siendo sagrado.
El colibrí guardó silencio.
Pasaron los días, las nubes se despejaron…
Y cuando volvió a volar, no lo hizo como antes:
lo hizo más despacio, más consciente, más agradecido.
Y con cada aleteo, tocaba flores que antes pasaba por alto.
Desde entonces, cada que alguien le decía: “¡Qué fuerte eres por haber sanado!”
él respondía:
—No sané para volar como antes.
Sané para volar con más alma.
Todos hemos sido ese colibrí alguna vez.
Sanar no es volver a ser los de antes…
es volver con más verdad, más fe, y más suavidad por dentro.
🫶🏻Aunque te sientas en pausa, Dios sigue obrando en ti.✨