03/09/2025
El perro de mi tío
Cuando mi tío se suic1d0, nadie entendió nada. No dejó nota, no había señales previas, y lo más perturbador fue cómo lo encontraron: sentado en su sillón, la mirada fija hacia una esquina oscura de la sala, como si hubiese estado viendo algo… o alguien.
Después del entierro, mi madre me pidió que me quedara con su perro, Toby. Nunca me llevé muy bien con los animales, pero acepté por compromiso.
Desde el primer día supe que Toby no era un perro normal. No ladraba, ni jugaba, ni pedía comida con entusiasmo. Caminaba por la casa en silencio, como midiendo cada paso, observando. Había algo en sus ojos, algo demasiado… consciente. Me incomodaba sentir que, cuando me miraba, no era un perro el que me observaba, sino algo más.
Las noches se volvieron peores. Empecé a soñar con un rostro completamente negro, sin rasgos definidos, salvo por dos ojos rojos brillando en la oscuridad. Siempre me miraba fijamente. Lo extraño era que, al despertar, tenía la sensación de que ese rostro me resultaba familiar, pero no lograba recordar de dónde.
Con el paso de los días, Toby comenzó a cambiar mis rutinas. Se sentaba frente a mi cuarto hasta altas horas de la madrugada, sin moverse, sin hacer ruido. Cuando yo despertaba sobresaltado por alguna pesadilla, él ya estaba ahí, mirándome como si supiera exactamente lo que había soñado.
Una noche me levanté a beber agua. Eran las tres de la mañana. Mientras pasaba por la sala, sentí un escalofrío: la ventana estaba abierta. Me acerqué… y lo vi.
Toby estaba afuera, de pie sobre sus dos patas traseras. Quieto. Erguido, como un hombre. Su silueta se recortaba contra la luna. Lo que me heló la sangre no fue verlo así, sino lo que noté en su rostro.
Lo reconocí. Era el mismo rostro de mis sueños. El mismo que me observaba cada noche con ojos rojos brillantes.
Y entonces entendí por qué me resultaba tan familiar.
Era el mismo gesto con el que encontraron muert0 a mi tío.