10/11/2024
Que buen mensaje 🥹
Dios alivie su corazón.
La Maestra de mi hija me envió esta historia, mi hija me dijo que cuando platicara con mis amigas de nuevo se las leyera 😱 al principio me hizo enojar pero después entendí 😞 entonces quise compartirla para ver si ustedes logran comprender el mensaje.
🤍El poder de nuestras palabras frente a los niños.
Desde pequeña, Rosita fue la joya de la familia. Creció rodeada del amor más puro que un niño puede recibir. Sus padres, siempre atentos, la cuidaban con devoción. Sus hermanos, cariñosos y protectores, jugaban con ella sin descanso. Y sus abuelos, con una sonrisa llena de sabiduría, le contaban historias de tiempos pasados, enseñándole que la vida no es solo lo que se ve, sino lo que se lleva en el corazón.
Rosita era esa niña que siempre tenía una sonrisa para todos. Educada, estudiosa, con maneras impecables, nunca desentonaba. Siempre fue un reflejo del amor y los principios que le inculcaron en casa. Su familia le enseñó a ser respetuosa, a valorar la honestidad, y sobre todo, a nunca dejar que las adversidades la doblegaran.
Pero el destino, a veces, tiene sus propios planes. Cuando Rosita empezó a enamorarse, las cosas cambiaron. El joven que capturó su corazón la miraba con ternura, y ella veía en él un futuro lleno de sueños compartidos. Sin embargo, en el país donde vivía, un lugar donde las mujeres solteras muchas veces llevan el peso de las críticas, Rosita se convirtió en el blanco de los murmullos. La gente empezó a hablar de ella, a juzgarla sin conocerla, a señalarla como la causa de lo que no entendían. "¿Cómo una niña tan buena, tan querida, terminó en esta situación?", se preguntaban, pero lo decían con un tono que no era de compasión, sino de reproche.
Las críticas llegaron de todas partes. Algunas mujeres, que vivían con el dolor de una separación, la miraban con ojos llenos de resentimiento. Otros, sin entender su historia ni su corazón, la tachaban de la culpable, la señalaban como la razón por la que otros hombres decidían irse. Pero nadie sabía lo que había detrás de sus ojos. Nadie entendía lo que vivía en su interior.
Rosita, con su educación, su amor por la familia y su naturaleza amable, nunca permitió que las críticas la definieran. Se enfrentó a ellas con la dignidad que sus padres le enseñaron. A pesar del dolor de los murmullos y las miradas acusadoras, nunca dejó que la oscuridad del juicio ajeno empañara la luz de su alma.
Porque al final, Rosita no era responsable de las decisiones ajenas, solo de las suyas. Y su vida, llena de amor, valores y sueños, no merecía ser empañada por las palabras vacías de aquellos que no conocían su corazón.
Rosita seguía siendo la niña que fue. La misma niña con principios, con amor en su corazón, y con una vida que se construía cada día con la certeza de que nadie podía juzgarla sin conocer su historia. Porque, al final, nadie tiene derecho a arrebatarle a una persona la dignidad de ser quien es, por el simple hecho de que otros no entienden sus caminos.
•Y así, como todos los niños que han sido amados profundamente, Rosita sigue siendo una niña que lo tuvo todo: amor, valores y la libertad de ser quien es.
Las palabras tienen un poder inmenso, especialmente cuando las usamos frente a los más pequeños. Los niños, con su inocencia y pureza, absorben todo lo que escuchan, ya sea bueno o malo. Lo que para nosotros puede parecer una conversación trivial o una expresión pasajera, para ellos puede convertirse en una huella profunda en su corazón y su mente.
Es importante recordar que los niños no tienen filtros, no comprenden los matices de la adultez ni las complejidades de las situaciones. Cuando utilizamos un vocabulario negativo, hiriente o lleno de malas influencias delante de ellos, no solo los estamos exponiendo a palabras que pueden lastimar su sensibilidad, sino que también los estamos enseñando a normalizar ese tipo de lenguaje. Lo que hoy puede parecer inofensivo, mañana podría estar presente en sus propios pensamientos y acciones.
Y lo que es aún más importante: los niños, con su confianza inocente, van y lo cuentan todo. No lo hacen con mala intención, simplemente porque su mundo es transparente. Y es ahí donde, sin darnos cuenta, podemos estar causando daños a su desarrollo emocional y social.
Por eso, invito a todas las mujeres, a todas las madres, tías, hermanas, y abuelas, a que elijamos con sabiduría nuestras palabras. A que seamos conscientes de la influencia tan grande que tenemos sobre los niños que nos rodean. No se trata de ser perfectas, pero sí de ser responsables con el lenguaje que usamos. Que nuestras palabras reflejen respeto, amor, empatía y valores que queremos ver crecer en las generaciones futuras.
Hoy más que nunca, es importante recordar que la inocencia de los niños es frágil y que nuestra misión es cuidarla, no solo con abrazos y caricias, sino también con las palabras que les damos. Cuidemos su mundo, porque sus corazones y mentes son el futuro.
By DM*
