31/07/2025
Crónica: Los tlachiqueros de Topilejo
En los campos de Topilejo, hace no tantas décadas, era común ver a hombres y mujeres caminar al amanecer, con sus acocotes al hombro, rumbo a los magueyales. Eran los tlachiqueros, guardianes de una tradición ancestral: la extracción del aguamiel, líquido preciado que, al fermentar, se convertía en pulque.
Topilejo fue durante años un pueblo reconocido por la calidad de su pulque. La tierra fértil, combinada con las lluvias generosas, permitía el crecimiento de magueyes de gran tamaño, cuyas pencas se alzaban como brazos extendidos al cielo. En ese paisaje, la figura del tlachiquero se volvió parte de la identidad local.
Entre ellos destacó doña Toñita García, una de las últimas mujeres que, hasta hace pocos años, siguió realizando esta labor con gusto y orgullo. Con paso firme y manos curtidas, extraía el aguamiel como lo aprendió de generaciones anteriores.
El pulque no era solo bebida; era alimento, medicina y símbolo de resistencia. Los campesinos decían que, para aguantar las duras jornadas de trabajo, un buen jarro era indispensable. En los nacimientos, la comadrona ofrecía a la madre un poco de aguamiel, confiando en que estimularía la producción de leche.
En aquellos tiempos, el pulque formaba parte de la cotidianidad de Topilejo. Era común encontrarlo en las casas, en los festejos, en los descansos del campo. Más que una bebida, era un lazo entre la tierra, el trabajo y la comunidad.
Hoy, aunque quedan pocos magueyes y menos tlachiqueros, la memoria del pulque sigue viva en los relatos de los mayores y en los rincones donde aún se honra esta tradición.