27/10/2025
El 27 de octubre, muchos creen que las almas de las mascotas regresan a visitarnos. Es un pensamiento tierno, cargado de amor y nostalgia; sin embargo, como católicos, estamos llamados a mirar más allá del sentimiento y a sostenernos en la verdad que Dios nos revela.
Los animales son parte de la creación de Dios y nos acompañan como reflejo de su ternura y su bondad, pero su alma no es como la del ser humano. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, con un alma espiritual y eterna llamada a la comunión con Él. Las criaturas, en cambio, tienen una vida que pertenece al orden natural: hermosa, digna, pero temporal.
Por eso, cuando escuchamos que “las almas de los animales regresan”, debemos tener cuidado de no mezclar afecto con creencias que se alejan de la fe. No porque sea pecado amar, sino porque el amor auténtico también sabe reconocer los límites de la verdad. Dios no nos pide que olvidemos a nuestras mascotas, sino que las recordemos con gratitud, sabiendo que fueron un regalo pasajero en nuestro camino hacia la eternidad.
Nuestro consuelo no está en imaginar su espíritu vagando por la tierra, sino en confiar en la infinita misericordia de Dios, que no desperdicia nada bueno de su creación. Si esos lazos nos llenaron de ternura, podemos creer que, de alguna forma que solo Dios conoce, ese amor no se pierde. Pero nuestra mirada debe elevarse siempre hacia el Creador, no hacia la criatura.
Defender la verdad no significa apagar el cariño, sino purificarlo. Porque la fe no mata el amor: lo ordena, lo eleva y lo vuelve fecundo. Y hoy, más que pensar en que las almas de los animales regresan, pensemos en agradecer a Dios por el amor que nos permitieron vivir.