02/09/2025
Hablar de Creedence Clearwater Revival es hablar de una banda que, sin pretender ser “los Beatles americanos”, se convirtió en la otra cara de la moneda en pleno final de los 60. Mientras el mundo estaba atrapado en la psicodelia de San Francisco, ellos llegaron con un sonido directo, crudo y terrenal: rock sureño, blues, country y una voz desgarradora que se volvió inconfundible.
John Fogerty y compañía entendieron algo que muy pocos grupos logran: menos es más. No necesitaban trajes psicodélicos ni discursos eternos. Sus canciones eran pura carretera, puro polvo, puro pantano. “Proud Mary”, “Bad Moon Rising”, “Fortunate Son”, “Have You Ever Seen the Rain”… himnos que sonaban igual en un bar de Texas, en un barrio de California, en la frontera mexicana o en la radio de cualquier ciudad del mundo.
Después de los Beatles, Creedence fue la banda que más sonó en la radio. No hay exageración: llegaron a tener tres discos editados en un solo año (1969) y todos reventaron las listas. Era música que no necesitaba explicación: te hacía mover la cabeza, tararear el coro y sentir nostalgia aunque nunca hubieras vivido lo que cantaban.
En México se escuchaban en la misma intensidad que en Estados Unidos. Mientras muchos descubrían a The Doors con su oscuridad poética, Creedence era la otra gran entrada: más rústicos, más terrenales, más bailables. Esa fue la magia… que tanto un campesino en Sonora como un chavo en Los Ángeles podían escuchar la misma rola y sentir que hablaba de su vida.
Su historia es corta pero intensa: en apenas cinco años dejaron un legado eterno y una herida abierta por las peleas internas, los pleitos legales y la separación prematura. John Fogerty terminó solo contra el mundo, pero su voz y esas guitarras siguen siendo eternas.
Creedence no necesitó décadas para entrar al Olimpo del rock. Les bastaron unos cuantos años para demostrar que la música auténtica, sin adornos, puede conquistar el planeta. Y lo hizo.
Lo demás… es historia.