Se Fue

Se Fue # # # Antes, mucho antes, cuando nosotros aún éramos niños y la ciudad era distinta y eras vaquero o fresa. En ese antes, nuestro antes, todo sucedió.

Antes, mucho antes, en momentos de los años 90 cuando todo empezó, cuando la ciudad hervía en espacios para una juventud que recién descubría sus posibilidades y que nació el barrio antiguo en su idea de espacio para la diversión juvenil. Antes, mucho antes, en un Monterrey que nos tocó conocer y que ahora los más jóvenes desconocen y poco a poco dejan al olvido. Antes, al principio de nuestro sig

lo y nuestra era, en la primera década del 2000. En ese antes, existió un sitio que abrió un universo de posibilidades para los jóvenes de las clases y grupos sociales alternativos. En el mundo había una moda, lo mismo era Madrid que Buenos Aires, Caracas que la Ciudad de México; en todos sus espacios para el esparcimiento juvenil, sonaban las mismas canciones, se bailaban los mismos ritmos, los mismos temas. En ese lugar, nuestro lugar, se escribieron un millón de historias. El Antrópolis (la ciudad antro) donde la cerveza siempre cuesta diez pesos y nunca pero nunca hay cover, llegó al barrio antiguo y como la oveja negra de la familia fue mal visto e inicio su historia. Con su mala facha y su poco prestigio, el Antrópolis comenzó su vida dando pequeños pasos siendo sólo un pasillo. Sin embargo, su fama y su capacidad llegaron a ser impresionantes a grado tal de convertirlo en el lugar de esparcimiento juvenil más grande de la zona e incluso de la ciudad. Cerveza para los muchachos, alegría para sus corazones hinchados de hinchar por su club, noches largas e interminables, el último metro para llegar y el primero para volver a casa, besos con sabor a tabaco, sudor y cerveza. Así se pasaron diez años, los diez años que vivió el Antrópolis, el espacio, el sitio, nuestro sitio; el lugar para los chicos como nosotros. El Antrópolis permitió que los jóvenes de la clase popular y la clase media baja, además de los jóvenes que no querían pertenecer a un estilo juvenil común de aquellos tiempos, pudieran acceder a un mundo que antes sólo estaba reservado para las clases altas. El barrio antiguo se comenzó a llenar de muchachos con cabello largo, tenis sucios, mezclilla, camisetas de fútbol. El ska sonaba y una fila interminable a lo largo de la calle Diego de Montemayor aguardaba su momento para entrar. Jóvenes con afiches desalineados para el barrio antiguo fueron poco a poco convirtiéndose en algo común en aquellas calles. El Antrópolis marcó la pauta de un nuevo estilo juvenil en la ciudad al que he decidido llamar los sud americanizados y que puede confundirse con los barra bravas. Ambos grupos son sumamente parecidos, pero se distinguen por una característica fundamental, la pertenencia a una barra brava (grupo de apoyo para un club de fútbol). Así una invasión de ideas, palabras, actitudes y ritmos nos llegó desde la parte sur del continente. ¿Cómo hay tanto de Argentina en una ciudad tan al norte? ¿Cómo hay tanta similitud entre un chico de Buenos Aires y uno de Monterrey? ¿Cómo llegó el sur al norte? ¿Cómo fue que pasó todo? Una cascada de interrogantes se me venía a la mente cuando destapaba la primera cerveza y me sentaba en el patio del Antrópolis. La jerga y la juerga juvenil aumentaron y ahora era parte del léxico y de la parranda joven palabras y formas de ser como cancha, awante, cagón, gallina, amargo, negro, barra brava, pecho frio. Todas aquellas frases y actitudes fueron expropiadas o adaptadas a un contexto futbolístico. Entonces surgió un fenómeno transcultural y en el antro se hablaba de igual de forma de vatos amargos pecho frio, morritas barra brava, pisto en cartón y otras tantas y tan variadas mezclas de léxicos de ambas culturas. No sólo en el habla se dio un fenómeno transcultural, la forma de vestir con camisas antiguas de equipos de Sudamérica, principalmente de la Argentina o equipos de la localidad fue parte de la imagen de los sud americanizados. Se volvió algo común el hecho de seguir a dos equipos. Un equipo en la liga mexicana y otro en Sudamérica, principalmente de la liga argentina. Llegó a ser normal el hecho de relacionar a la gente de un equipo de México siguiendo específicamente a un equipo de Argentina. Fue común la idea de asociación entre seguidores de distintos equipos de la liga mexicana. La música fue la que sufrió mayor influencia de Sudamérica. De pronto Auténticos Decadentes, Fabulosos Cadillacs, Pericos, Ataque 77, Dos minutos entre otros, se convirtieron en la música que se tomó como estandarte. El fenómeno más interesante se dio con las llamadas cumbias villeras que en un principio se confundían con las cumbias colombianas, y siempre llevaron en sí mismas un desprestigio de clase incluso entre la misma clase baja. Cuando las cumbias villeras fueron poco a poco ganando terreno y los oídos de los asistentes al Antrópolis se percataron que las cumbias eran distintas a las otras cumbias que ya existían en la ciudad, la explosión fue indescriptible. No me parece aventurado decir que en Monterrey nacieron para México las cumbias villeras. La explosión fue impresionante y de repente en cualquier sitio de esparcimiento juvenil no era extraño escuchar un tema de los más famosos de este género. También en Monterrey se acabaron las cumbias villeras y así como de repente llegaron se fueron quedando olvidadas en discos, memorias y sobre todo en recuerdos. Sin querer, quizá, el Antrópolis modifico el estilo de bebida de los jóvenes. La cerveza (bebida común que se consume en la ciudad) estaba relegada a un sitio inferior dentro de los espacios de esparcimiento juvenil. La cerveza Indio, antes confinada sólo al consumo de los adultos en ocasiones especiales o a los ancianos de las clases altas con frecuencia, se transformó a grado tal que se tornó en un símbolo o sinónimo de juventud. Entonces la cerveza antes olvidada transformó su publicidad, si es que una vez existió, enfocándola a los jóvenes. El Antrópolis se convirtió en el sitio donde se gestaron y existieron todos estos fenómenos culturales. Además de gestarse amistades infinitas o pasajeras, amores que llegaron a matrimonios y otros que sólo fueron besos de una noche, y desde luego interminables borracheras, el Antrópolis marcó un capítulo de la historia de muchos jóvenes en la ciudad. El Antrópolis dejó una huella en la historia de Monterrey y quedó como evidencia de globalización y/o transculturación. El Antrópolis fue para muchos de nosotros el lugar más feliz del mundo, el mundo de los chicos que sólo queríamos llenarnos de alegría. Así bajo las ideas–si es que podemos llamarlas de tal forma–del fútbol, la música, la cerveza y, en nuestro sitio el Antrópolis, se pasaron los días de aquella nuestra juventud. Antes, en nuestro antes, se escribió esta historia. Aguante el Antrópolis

By Bruno Ponce

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