
26/05/2025
Lo llamaron loco. Un farsante. Un showman.
Pero en realidad… estaba salvando vidas.
Mientras los médicos decían que era inútil intentar,
él cuidaba bebés prematuros en medio de algodones de azúcar y ruedas de la fortuna.
Su nombre era Martin Couney.
Y si naciste antes de tiempo, quizá estés vivo gracias a él.
A finales del siglo XIX, tener un bebé prematuro era casi una sentencia.
Los hospitales no los recibían.
La ciencia no tenía esperanza.
Y las incubadoras… se usaban en zoológicos, no en hospitales.
Pero Couney pensó diferente.
Si no podía entrar al sistema, crearía el suyo.
Montó una sala de incubadoras en Coney Island.
No era un hospital, era una feria.
Pero dentro, enfermeras entrenadas cuidaban bebés frágiles que nadie más quería atender.
El público pagaba por verlos.
Y con eso, Couney cubría los gastos.
Nunca cobró ni un centavo a las familias.
La medicina lo ridiculizaba.
Dudaban incluso de su título.
Pero él seguía.
Porque los resultados hablaban:
salvó más de 6,500 vidas.
Entre ellas, Lucille Horn, nacida en 1920.
Vivió hasta los 96.
Y siempre dijo: “Estoy viva gracias a un hombre que creía en incubadoras… y en mí.”
En 1943, los hospitales adoptaron por fin el método.
Ese día, Couney cerró su feria.
Su trabajo ya no era necesario.
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A veces, el cambio comienza con alguien que decide no rendirse.
Aunque lo llamen loco.
Aunque lo haga solo.
Nota al alma:
Muchos de los avances que hoy te salvan la vida, alguna vez fueron vistos como un espectáculo.
Pero alguien, un día… apostó por lo que nadie más quiso mirar.