02/06/2024
A los dieciséis años, John Brown, de Haddington, sorprendió al dependiente de una librería, al pedir una copia del Nuevo Testamento en griego. Estaba descalzo y vestido con harapos. Era un pastorcillo de ovejas de las colinas de Escocia. “¿Qué harías con ese libro?”, preguntó despectivamente un profesor. “Intentaré leerlo”, respondió el muchacho, y procedió a leer un pasaje del Evangelio de Juan.
Luego, se fue triunfante con el preciado premio, pero la historia se extendió de que era un hechicero y que había aprendido griego por arte de magia. De hecho, fue acusado de brujería, pero en 1746, los ancianos y diáconos de Abernethy le dieron un voto de absolución, aunque el ministro no lo firmó. Su carta de defensa, según Sir W. Robertson Nicoll (The British Weekly, 3 de octubre de 1918), “merece ser considerada entre las cartas memorables del mundo”.
John Brown se convirtió en estudiante de divinidad y finalmente en profesor de divinidad. En la capilla de Mansfield College, Oxford, la figura de Brown se suma a las de Doddridge, Fry, Chalmers, Vinet y Schleiermacher. Se había enseñado griego mientras cuidaba sus ovejas, y lo hizo sin una gramática. Seguramente el joven John Brown de Haddington debería avergonzar para siempre a aquellos estudiantes de teología y pastores ocupados que descuidan el Nuevo Testamento griego, aunque tengan a su disposición maestro, gramática y léxico.
A. T. Robertson, A Grammar of the Greek New Testament in the Light of Historical Research, 4ta ed. (Nashville, TN: Broadman Press, 1934) XIX.