24/03/2025
Opinión sobre el Rancho Izaguirre y el impacto de la música
Hoy he querido usar este espacio dónde la música es el corazón de este proyecto, por ello quiero expresarme sobre algo que me toca muy de cerca, no solo como mexicano, sino como alguien que ama la música y cree en su poder para transformar la realidad; la música siempre ha sido una forma de conexión y resistencia, es un lenguaje universal. Pero también tiene una responsabilidad enorme, porque las canciones que cantamos reflejan —y muchas veces moldean— la sociedad en la que vivimos.
Rancho Izaguirre en Jalisco se ha convertido en un símbolo del horror que vivimos en este país. Se encontró ahí un campo de exterminio, un sitio donde muchas personas fueron forzadas a vivir situaciones horrendas y al final convertidos en sicarios, moldeados para matar y ser parte de una maquinaria de violencia que parece no tener fin. Es la prueba más brutal de cómo el crimen organizado ha penetrado hasta el núcleo de nuestra sociedad, aprovechándose de la pobreza y la falta de oportunidades que se viven aqui en México.
Pero hay algo más que me preocupa y que pocas veces queremos reconocer: LA MÚSICA también está jugando un papel en esta tragedia. No podemos ignorar el hecho de que los narcocorridos se han vuelto una parte central de nuestra cultura popular. Canciones que glorifican la vida del narco, que celebran el poder de las armas y el dinero fácil, que hacen del "patrón" y del "sicario" figuras casi heroicas.
No sé si el narcocorrido deba desaparecer o que se censure, lo que si sé es que a música es expresión y cada género tiene su espacio. Pero sí creo que necesitamos reflexionar sobre el mensaje que estamos enviando y que estamos enseñando a nuestros pequeños.
Si normalizamos la vida del sicario, si hacemos del narcotráfico un símbolo de estatus y respeto, ¿cómo esperamos que los jóvenes elijan un camino diferente? Si lo que más suena en la radio es una oda a las "trocas blindadas".
No soy punk de cresta ni de chaqueta de cuero, pero sí creo en la idea de cuestionar lo establecido, de desafiar el sistema y de buscar una realidad mejor para quienes vienen detrás de nosotros. Tengo dos hijos, y me duele imaginar que crezcan en un país donde la música de fondo sea el sonido de las balas. No quiero que piensen que la única manera de ser respetado es con un arma en la mano o con kilos de polvo en la cajuela de una camioneta.
La música tiene el poder de inspirar o destruir. Y en México, en este momento, está haciendo ambas cosas. La música popular está reflejando nuestra realidad, pero también la está perpetuando. Si las canciones solo hablan de muerte, violencia y poder, eso es lo que vamos a seguir cosechando. Pero también tenemos la oportunidad de cambiar el guion.
Si podemos cantar sobre el lujo y el poder del patrón, también podemos cantar sobre las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. Si podemos hacer un corrido sobre un fusil, también podemos hacer uno sobre la paz y la dignidad.
Este no es un llamado a la censura, es un llamado a la conciencia. La música no solo es entretenimiento; es una herramienta de transformación social. Si seguimos normalizando el narco y la violencia en nuestras canciones y sobre todo en nuestra cultura, estamos resignándonos a que esta sea la historia de nuestro país. Pero si empezamos a usar la música para contar otras historias, las historias de quienes resisten, de quienes buscan justicia, de quienes todavía creen en un México diferente, entonces tal vez podamos cambiar el rumbo.
Porque al final, lo que cantamos hoy define el México que vamos a dejarle a nuestros hijos. Y yo, sinceramente, quiero que mis hijos crezcan en un país donde la música celebre la vida, no la muerte.