
20/09/2025
Hace como tres años me pasó algo que no olvido. Mi esposo trabajaba de noche y, para que no me quedara sola con mis niños pequeños, le pidió a mi mamá que se quedara a dormir en la casa. Recuerdo que era el mes de octubre y antes de irse, él me dijo que había tumbado dos láminas de la persiana y que se quebraron; quedó un huequito por donde entraba la luz de la luna llena.
Yo colgué una sábana para taparlo, pero no alcanzaba la parte alta de la ventana. En la madrugada me despertó una sensación de desesperación. Estaba acostada, pero plenamente despierta. Afuera del cuarto se veía claro por la luz de la luna. Tomé el celular y vi que eran las 2:30 a. m. Revisé a mis niños y a mi mamá; todos dormían bien.
Me quedé mirando hacia afuera, justo por ese hueco, cuando vi pasar un gato muy grande y negro por la barda trasera. Iba de derecha a izquierda. Pasó y no habían pasado cinco minutos cuando volvió a cruzar, agazapado. Y entonces ocurrió lo que me dejó helada pues aquel "gato" empezó a hacerse más y más grande; se irguió sobre las patas traseras y, al llegar a la esquina de la barda, ya caminaba como una mujer.
Tenía el pelaje negro y brilloso, una cola larga y orejas puntiagudas, pero su movimiento (su forma de andar) era humano. La vi seguir por la barda, ahora hacia la orilla derecha, por el lado de la casa de atrás. Miré el celular otra vez y eran las 3:00 a. m. Ya no pude conciliar el sueño sino hasta casi las cinco.
Pasó mucho tiempo. Un día, viendo imágenes en internet, me topé con una ilustración que me dejó inquieta, no por los rasgos de la cara, pero sí por el tipo de pelo, las orejas y la forma del cuerpo. Era, casi exacta, la silueta de lo que vi aquella noche.