20/09/2025
"La prisión invisible del miedo"
Hay prisiones que no tienen barrotes de hierro ni candados. Son silenciosas, casi imperceptibles, pero igual de asfixiantes. Son las que nosotros mismos construimos cuando dejamos que el miedo decida por nosotros. Esa es, quizá, la cárcel más común y la más difícil de escapar.
Muchas personas nacen con talentos extraordinarios: la capacidad de crear, de enseñar, de sanar, de liderar. Sin embargo, a lo largo del camino van escuchando voces que siembran dudas: “Eso es muy difícil”, “No estás preparado”, “¿Y si fracasas?”. Esas palabras, repetidas una y otra vez, se convierten en cadenas invisibles que atan las alas del alma.
El miedo al qué dirán, el temor al rechazo o a equivocarse se vuelve un guardia que vigila cada paso. Así, los días pasan, las ideas se quedan en la mente y los sueños en el cajón. La persona vive, pero no vuela. Respira, pero no se expande. Y mientras tanto, el tiempo, implacable, sigue avanzando.
Salir de esa prisión requiere valentía. No basta con tener talento o inteligencia; hace falta el coraje de dar el primer paso aun con las piernas temblando. El valor no significa ausencia de miedo, sino la decisión de actuar a pesar de él. Es mirar la puerta abierta y atreverse a cruzarla.
Cada vez que elegimos el riesgo de intentar, debilitamos las cadenas. Cada vez que damos un pequeño paso hacia lo que amamos, demostramos que somos más grandes que nuestras dudas. Y cuando finalmente nos damos cuenta de que el miedo solo era una sombra alimentada por nuestra mente, descubrimos la libertad.
La peor prisión no está fuera, sino dentro de nosotros. Romperla no es un acto de un día, sino una elección constante: elegir confiar en la propia fuerza, en los sueños que laten, en la vida que espera más allá de los barrotes invisibles. Porque el verdadero fracaso no es caer, sino jamás intentar.
Hoy es el momento de soltar las cuerdas que te atan, de desplegar las alas. No hay rejas capaces de detener a quien decide vivir con valentía.