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Escribas Escribas "Desde las tierras de Pakal" es una revista dedicada a la cultura, el turismo y la ecología

https://revistaescribas.com.mx/ En la edición de mayo 2025 de Revista Escribas; "El Arboreto de Cholul. Al rescate de lo...
21/05/2025

https://revistaescribas.com.mx/ En la edición de mayo 2025 de Revista Escribas; "El Arboreto de Cholul. Al rescate de los Frutales Mayas olvidados" por la periodista Elvira García

El Arboreto de Cholul. Al rescate de los Frutales Mayas olvidados Elvira García: Periodista de radio, televisión y diari...
21/05/2025

El Arboreto de Cholul. Al rescate de los Frutales Mayas olvidados

Elvira García: Periodista de radio, televisión y diarios.
Dirigió cinco documentales sobre periodistas mexicanos.
Tiene seis libros publicados. Creó y condujo diez
series radiofónicas. Desde 1975, ha publicado en
más de seis diarios nacionales y 25 revistas, entre
ellas Revista de Revistas,Proceso, Pauta, Este País y
Revista de la Universidad. Ha ganado 10 premios,
el más reciente e importante en 2019: el Nacional
de Periodismo que otorga un Consejo Ciudadano.
Hoy escribe en varios medios y es titular del Taller
de Entrevista. *Fotografías de: Isadora Cuéllar
y Juz Escalante
*****
El libro: Arboreto Cholul; rescate de los frutales mayas olvidados, es una bella y rara joya que todo México -y sus universidades- debieran conocer. El volumen anima al rescate de los huertos que existieron en los solares familiares de todas las regiones del país. Los cordinadores y autores son: John Ehrenberg Enríquez Perla Elisa Coll Pastorini. Pero detrás de esa obra hay todo un esfuerzo de más de tres décadas -por parte de John y Perla- en la paciente y tenaz búsqueda de aquellos árboles frutales prehispánicos y en vías de extinción, en Yucatán. Esta conversación en dos partes, versa sobre eso, y la necesidad que nuestro planeta -y México específicamente- tienen de recuperar su biodiversidad y sus frutales originarios.
*****
En noviembre de 2024 estuve en Mérida y me acerqué a Cholul, una Comisaría muy cercana a Mérida, Yucatán. Días antes, la gran escultora Gerda Gruber -en cuya hermosa, artística y apacible casa me quedé unos días- puso en mis manos el libro: Arboreto Cholul, rescate de los frutales mayas olvidados. Es bellísimo. Me cautivó. En tan sólo 75 páginas, ricamente ilustradas, ese libro me llevó a conocer sesenta y dos frutales yucatecos; pero no cualquier fruto, sino algunos de esos que están por desaparecer, y son de origen prehispánico; los comían los mayas, al igual que los comerciaban hacia las Antillas y otras regiones, en sus viajes sobre aguas del Golfo de México, el mar Caribe y más allá. De esas travesías, los mayas trajeron algunos frutos que se producían por aquellos lares. Y los sembraron en sus tierras, durante muchos años antes de la llegada de los españoles al Mayab.
A la llegada de los cítricos y otros productos europeos y asiáticos durante la Conquista española, los frutales de la región, por primera vez encontraron competencia. Sin embargo, esos limones, naranjas y ciruelos traídos de allende el mar, convivieron bien en los huertos de los mayas originarios. A la vuelta de los siglos, cuando México firmó el Tratado de Libre Comercio con Canadá y los Estados Unidos, arribaron frutales norteamericanos que, lenta y silenciosamente desplazaron los frutos prehispánicos que se comían en las mesas mayas y se sembraban todavía en los solares de esas familias. Con el tiempo, el dulzor de la uvas norteamericanas, de las rozagantes manzanas de California, cargadas de químicos para hacerlas resistentes, y de otros más, se impusieron en el frutero del comedor yucateco y los manjares prehispánicos como la guanábana, la anona, el saramuyo, el zapote negro, o el chicozapote, empezaron a ser más desplazados.
Hoy, esos frutos originarios han casi desaparecido de la dieta de las familias originarias; en muchos casos, los solares donde los sembraban se convirtieron en casas para los hijos; por tanto, los árboles frutales estorbaban para ese cometido. Así, los hogares mayas perdieron esos tesoros, y los mercados poco a poco los sustituyeron por frutos que se consumen en todos los lugares de México, pero no siempre son los originarios de nuestras tierras.
Ante esa triste situación, un día con otro, un médico en cuya casa en Cholul hay un enorme y fascinante huerto-jardín en el cual crecen todos esos frutales casi desaparecidos, tuvo la idea de reproducir lo que había allí, y llevarlo al espacio público comunitario. Ese médico que trabajó casi toda su vida para la Organización Mundial de la Salud y se jubiló hace tiempo, hoy es el promotor de esos huertos de frutales prehispánicos mayas.
Pero, ¿cómo fue el inicio de esa historia? Ese médico se llama John Ehrenberg Enríquez y, al lado de su esposa, la ambientalista y psicóloga argentina Perla Elisa Coll Pastorini, acostumbraban “pueblear” desde que llegaron a asentarse en Cholul, hace treinta y ocho años. Así, de los frutos que iban conociendo y probando en cada pueblo, guardaban las semillas y luego las sembraban en su enorme jardín. Con los años, esas semillas fueron árboles frondosos y enormes que alimentaban a la familia de John y también a los múltiples pájaros y otras aves que hicieron sus casas entre las ramas. Un día, Perla y John decidieron que podían detener el curso casi inevitable de la pérdida de identidad a través de los frutales que se comían en Yucatán. Con el apoyo de setenta ciudadanos de la comunidad, lucharon por crear un espacio público donde pudiese sembrar una colección de 25 especies de frutales originarios. Lo consiguió en 2018, con el apoyo de la Comisaría de Cholul y las autoridades municipales y religiosas.
Tuve la suerte de que Gerda Gruber me presentara con John Ehrenberg Enríquez, quien nos llevó a conocer el parque en el que florece su hijo, el arboreto de Cholul. Está en un cuadrángulo de aproximadamente 800 metros en el que hay cerca los veinticinco árboles de frutos prehispánicos yucatecos; frondosos, sanos, altos, conviven con la gente, que se sienta en unas coloridas bancas de cemento que la autoridad de Cholul mandó construir. En un rincón, una chica imparte el catecismo a algunos niños. El frescor de los árboles les ayuda a llevar bien el calor de este rincón yucateco. Mientras paseamos alrededor del arboreto, me contaba John que “hay frutales como el caimito que, al ya no comerlo la gente, se dejó de sembrar”. Me indicó que hace 35 años, él y Perla fueron a Oxkutzcab, el vivero frutícola del estado de Yucatán; adquirieron varias matas y las sembraron en el gran terreno que adquirieron y en el que también construyeron su hermosa casa, el paraíso familiar.
-¿Fue fácil conseguir estos árboles?
-Para conseguir esta colección fue un poco difícil. Nosotros compramos esos árboles y los sembramos. Tuvimos la suerte de encontrar todavía huertos prehispánicos; de ahí salieron una buena parte de los frutales que hay en el arboreto; otros los fuimos consiguiendo al recorrer todo el estado. Los nuestros no son todos los frutales de Yucatán, hay más. Estos bonetes ( y señala un árbol frondoso) se da en regiones en que la gente todavía se come hasta las semillas. Aquí a unas cuadras hay un bonete muy alto. En la época de la sequía, los mayas le hacían un hoyo y extraían un líquido de la pulpa del árbol, pero sin matarlo. Con esa pulpa hacían una bebida.
Me explica Ehrenberg que en esta misma calle hay otro bonete, que ya es muy antiguo y, pese a que la gente lo ha tratado de matar, sigue vivo. Apunta que más adelante, existe otro más, pero cree que lo tirarán pronto, “porque están quitando todos los frutales para hacer casas”.
Durante el recorrido, John señala un zapote; dice que es una suerte de ciruela, cruzada con otras frutas, es dulce, muy lechoso. Luego me muestra un árbol de chicozapote café. Mientras paseamos por el área del arboreto, John se confiesa satisfecho de que la población se acerque a sentarse un rato y a comer los frutos. “Muchos niños -dice John- no saben que algunos de estos árboles estaban en las casas de sus abuelos. De pronto, un canto de un pájaro me endulza el oído.
-Y ¿cómo consiguieron el espacio aquí en Cholul?
-Nos lo donaron, y está abierto al público.
Luego, descubre un árbol de zapote amarillo y otro de zapote blanco, que también se llama chochi. La fruta la toma y come la gente que llega aquí. Ehrenberg muestra otro fruto que se produce todo el año, y se puede usar todavía para el puchero caliente, en forma de sopa, o como postre cocido. Luego nos topamos con un árbol de pimienta gorda, que es para el recaudo. Me acerca a la nariz una hoja verde, con delicioso aroma. Me cuenta que Gerda Gruber, amiga suya y vecina, hizo una escultura con un tronco de de pimienta gorda, ya mu**to, y cuya madera es blanca. Me hace ver que muchas de esas maderas son excelentes para muebles y pisos, por su belleza y resistencia. Señala un árbol de nanche amarillo; dice que hay cuatro variedades de nanche. También vemos un árbol de achiote. Me comparte una receta de cocina: “cortas unas hojas de achiote, las pones sobre aceite caliente, que se tornará rojo; sacas las hojas, y el aceite puedes usarlo para freír el arroz, u otro guiso”. Como música de fondo, la voz de la catequista pregunta a los niños: “¿Qué nos regaló Dios?”
A la vez, John va hacia un “palo” de guayaba blanca, y luego hacia un árbol de poolvox, que es una anona anaranjada, parecida a la guanábana pero más suculenta, dice. Poolvox quiere decir cabeza de negro, en maya. Me muestra luego un cítrico, y comenta que todos los cítricos llegaron en la Colonia. A unos pasos más, aparece otro que da un fruto con sabor a mandarina, y que la gente lo usaba para los recaudos. La naranjita de ese cítrico es pequeñita y ovalada, y con ella se hacen deliciosas mermeladas, y yo recuerdo que tuve una en otra casa.
Me cuenta que sobre unos árboles que no le permitieron retirar, y que no son frutales, él y sus colaboradores sembraron orquídeas yucatecas, y hoy se reproducen tres tipos de ellas. “Los vamos a llenar de orquídeas para que sea el primer orquideario en un espacio público”, expresa. Me muestra un árbol de caimito, y hace la observación que sus hojas son muy bellas; ya le sugirió al Ayuntamiento que haga una calzada sólo de caimitos. El saramuyo es otro árbol prehispánico de Yucatán, parecido a la chirimoya. Informa que en algunos espacios están empezando a sembrar las palmas autóctonas. Luego me lleva a conocer un árbol de guanábana.
Me cuenta que mantener limpio ese arboreto es una tarea que hacen él y el grupo de los setenta entusiastas. Cuenta que han intentado hacer parques similares en otras zonas de Mérida: “poco a poquito les hemos donado los frutales, les decimos cómo cuidarlos y cuando se les echan a perder, les reponemos los árboles”. También han ido a escuelas públicas para sensibilizar a los muchachos, pero dice que para él lo ideal es el espacio abierto, para educarlos, y para que, cuando paseen por ahí con sus abuelos, ellos les muestren lo que tenían en sus patios. Al final del recorrido, John Ehrenberg señala los ciruelos de hueso gordo. También nos mostró un capulín que no es el español, sino el prehispánico. Para cerrar el paseo, señala el árbol de la uva de mar; indica que se dá en racimo, es dulce y también prehispánica.

El paraíso de donde surgió la idea del arboreto
Al concluir la visita al parque, John nos invita a conocer su casa. Está cerca de ahí. Sólo franquear la puerta nos sitúa en un vergel, un paraíso privado que Perla y John diseñaron, sembraron, regaron, hicieron crecer con todas las flores y los frutos de la región; con las orquídeas más extravagantes y coloridas; con los árboles más altos y llenos de pájaros que se alimentan de todos los frutos que nacen en el jardín de un Edén privado; un sitio amplio, para caminar, meditar y soñar. Finalmente, nos sentamos en su amplio comedor. -¿Cómo empiezan el proyecto del arboreto con frutales en peligro de extinción?
-Íbamos mucho a Oxkutzcab, que es el frutero de la península de Yucatán, ahí preguntamos quién estaba sembrando esos árboles, y los encontramos. Así empezamos a plantarlos en nuestro jardín. Los primeros siete años vivimos aquí y armamos nuestra colección de frutales. Luego nos fuimos casi dos décadas, por cuestiones de trabajo, al extranjero. Y cuando volvimos nos dimos cuenta que los árboles ya eran grandes y estaban dando frutos, pero que en muchas partes de Cholul y de otras regiones yucatecas, ya no existían esos árboles, ni en los mercados estaban a la venta sus frutos. Entonces, volvimos al vivero original de Oxkutzcab, y el dueño nos dijo que ya no los tenía porque ya no se los pedían, entonces dijimos, ¡esto no puede ser! Y empezamos a hacer nuestro semilleros; en ocasiones le compramos frutales al señor Romero que vive aquí cerca. Luego hablamos con las autoridades y planteamos la idea de hacer un huerto para evitar la extinción de esas plantas.
Cuando regresamos del extranjero, los padres que conocimos ya eran abuelos y sus nietos ya no conocían esos frutales prehispánicos que teníamos en el jardín de casa. Así pasó en muchos lugares, no sólo en Mérida. A la par de eso, el TLC trajo mangos, jitomates, aguacates que eran distintos, congelados y venían de zonas frías. La gente se acostumbró a comer todo eso.; querían más uvas, peras importadas, y dejaron de comer, anonas, garambuyos, y otros frutos. Se fueron al olvido esos frutales.
-¿Tienes un catálogo o lista de los frutales que ya no se producen?
-De los frutales que están en el libro, diría que el 50% de ellos ya casi no se ven ni venden, y los otros se ven pero ya no se consumen. A veces hay en la calle una mata de chochi, de cincuenta años de edad; se caen sus frutos: ya nadie los recoge para comerlos.
-Cuando iban a poner el arboreto, ¿platicaste con personas mayas muy antiguas que conocieron esos árboles?
-Sí tenemos una vecina de casi cien años ya, que nos platicaba anécdotas de los frutales; una está plasmada en el libro; es un poema al chochi, el zapote blanco, en maya. Todos esos árboles tienen propiedades en la medicina tradicional y extractos bioquímicos. Están desapareciendo los viejos que los cultivaban y con ellos sus historias.
-Es la enfermedad del olvido, ¿no crees?
-Así es. El olvido no sólo es gastronómico, es cultural, antropológico y medicinal; se están perdiendo esas dimensiones de los frutales mayas, no digo que sólo existían acá, también estaban en zonas purépechas y otras regiones. Me pregunto cómo es que las instituciones académicas, la UNAM, la UAM, el jardín botánico de la UNAM no se dieron a la tarea de hacer huertos no sólo medicinales -que es la parte más conocida- sino de los frutos que consumían los zapotecas, los aztecas, los mixtecos, los purépechas. El jardín etnobotánico de Oaxaca, que es precioso, no tiene los productos prehispánicos que se consumían en este estado. Hay un aspecto antropológico muy interesante; recordemos que todos los pueblos prehispánicos comerciaban entre sí; los aztecas con los mayas y éstos tenían rutas marinas que subían y bajaban por el Golfo. Existe la probabilidad de que algunos frutales llegaran de las Antillas, antes que los españoles, por vía marítima maya; este aspecto se debe estudiar. El proyecto tiene vetas para hacer investigación.
-¿Qué quisieran ustedes?
-Que las universidades tomaran nuestro proyecto. Nosotros no somos biólogos, estamos en otras áreas. Yo soy médico, y trabajé en enfermedades infecciosas para la Organización Mundial de la Salud, en distintos países; Perla Coll es ambientalista y psicóloga. Pero nosotros hicimos este proyecto al nos percatarnos que se perdía un recurso valioso del cual ni el sector público ni el académico se daban cuenta. Y pasó desaparcibido, hasta hoy, por todos los botánicos de México, de América, de Sudamérica y de Estados Unidos.
El libro. Arboreto de Cholul, además de un bello objeto, tiene una excelente factura y documentación puntual de cada especie frutal. Cuenta con la relación de la amplia fuente bibliográfica consultada y con una introducción escrita por María Dolores Barrientos, representante en México y Punto Focal para Guatemala y Colombia, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. (PNUMA). En su texto, dice: “…el proyecto constribuye a conseguir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), entre ellos, combate a la pobreza, hambre cero, salud y bienestar, ciudades y comunidades sostenibles, acción por el clima, vida de ecosistemas terrestres y alianzas para lograr los objetivos. Finalmente, el Arboreto de Cholul demuestra que tenemos la capacidad de transformar nuestro impacto en el planeta a través de soluciones sencillas basadas en la naturaleza…”
-¿Y cuál es la meta? ¿Crecer más? Hacer más huertos?
-Perla y yo tenemos 72 y 64 años de edad, respectivamente, y nos damos de santos que se hizo este arboreto, como piloto; y sabemos que se podría hacer en otros lados, del país y del mundo. Hay una versión digital del libro que está circulando por el planeta. Nuestra finalidad es despertar el interés del sector agropecuario y académico para hacer este tipo de explotación. Porque estos frutos tienen gran potencial: sus pulpas son muy buenas para helados. Una de las maneras para comercializarlos sería fabricando helados de exportación. La Michoacana ha explotado los helados de muchas frutas, pero no de éstas en particular, porque no se conocen lo suficiente. Es un proceso que debe conocerse, para poder industrializarse, y crear toda una tecnología para ello.
-¿Sería costoso?
-Se tiene que incluir a distintos sectores. Junto con otro autor suizo, yo escribí un artículo, que circula por Instagram y Facebook. Ahí hablamos de los extractos químicos y bioquímicos de esos frutos, así como sus propiedades en la medicina alopática y en la industria farmacéutica. Sabemos que hay muchos productos medicinales que han nacido de la herbolaria, así que creemos que en estos frutos mayas hay mucho potencial económico. Está documentada la parte médica, porque yo soy médico.
-Aquí en Mérida, ¿cuánto ha permeado en la población su proyecto?
-Hemos dado pláticas en las escuelas secundarias de Mérida; en otros barrios han empezado a hacer sus propios huertos, y ya hay algunas de las instituciones locales interesadas en el tema.
-Pero ¿te gustaría que la UNAM se interesara?
-Me encantaría que la UNAM se pusiera las antenas y dijera: ¿por qué se nos pasó esto, si tenemos un jardín botánico maravilloso? Porque nosotros aquí apenas agarramos un pequeño eslabón.
El guajolote de patio, también en vías de extinción
Luego de recorrer el paraíso en que Perla Elisa Coll y John Ehrenberg viven y en el que hay hasta colmenas de miel melipona, con el atardecer bebemos una deliciosa agua de frutas. El proyecto del rescate de árboles originarios también lo lleva a cabo, desde hace más de veinte años, el Cuerpo Académico de Manejo y Conservación de Recursos Naturales Tropicales, de la Universidad Autónoma de Yucatán. Así pues, el trabajo de Coll y Ehrenberg se une a este esfuerzo.
-¿Y qué otro proyecto tienen tú y Perla en mente?
-El del guajolote de patio es otra historia que iniciamos años antes que el proyecto de los frutales prehispánicos. Ese guajolote es un ave mexicana que fue domesticada en Mesoamérica y que tuvo un lugar muy importante entre los mayas en su intercambio de mercancías con otras culturas y pueblos que no poseían ese animal. Gracias a ese comercio ancestral, hoy el pavo de patio existe en Honduras, Guatemala y El Salvador. Pero en parte también se está perdiendo. El proyecto tiene cinco dimensiones, una de ellas, la genética; ese pavo de patio se mantuvo en condiciones semi silvestres tanto aquí como en poblaciones rurales de los Altos de Oaxaca y Chiapas; allá, los pavos se iban hacia en el monte durante el día y regresaban por la noche a la casa de sus dueños, pero ese pavo se ha ido acabando; todavía en la sierra existe; en las ciudades se ha perdido.
-¿Qué ocurrió?
-Entró el pavo de granja, que luego deriva hacia el pavo doble pechuga, que ya es otro animal. Originalmente el guajalote de patio fue llevado por los conquistadores a la Corte de España; de ahí, en el curso de los siglos llegó a las de Francia e Inglaterra. De Inglaterra fue a Estados Unidos, durante la colonización de ese territorio. Ahí, ese pavo que originalmente fue el guajolote mexicano, se mezcló con cinco o seis especies distintas, fue evolucionando y llegó también a Canadá, donde se combinó con una especie de pavo silvestre. Después de muchos años, se desarrolló el pavo de granja doble pechuga, actual. Ese pavo de granja es tan pesado que no puede pisar a la pava, y la inseminan artificalmente. Así pues, el pavo de patio original ya se perdió.
-Y cuáles son las consecuencias?
-Significa que se pierde el gualojote original de Mesoamérica y quedarían solamente los pavos de doble pechuga que están degenerados y no tienen inmunidad, pues es un animal que sobrevive a base de antibióticos. Pero el que sí tiene la resistencia natural es el pavo de patio mexicano, que es capaz de restaurar la genética de aquellos otros pavos. Si este guajolote originario desaparece, ya no tendrán de dónde proveerse los grandes avicultores para contrarrestar los problemas que están teniendo. Ese tema lo plantee desde hace cinco años a distintas universidades, al gobierno del estado, a la Secretaría de Agricultura, pero no les interesó. Mi principal objetivo es que la UNAM tome el proyecto del pavo de patio como el del arboreto.
-Y ¿la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY)?
-La UADY no lo tomó en cuenta, pues tiene otros temas a los que le ve más potencial, hicieron una investigación sobre arboretos hace unos años, pero incompleta. Yo veo el tema del arboreto como un modelo de desarrollo que no es de arriba para abajo, ni de abajo para arriba sino de en medio para arriba y abajo. Logramos sensibilizar a los dos sectores, el gobierno y la comunidad, y nosotros estamos en medio. Y eso nos permitió hacer el arboreto, que sí demoró siete años para llegar al punto que conociste en el parque: que la gente y la parroquia lo aprecia, lo cuida y lo acepta.
-Y, ¿lo llevarías a otro lado?
- Sería muy fácil transpolarlo a cualquier punto de México, pero sí tendría que haber alguien que se dedique a hacer la investigación que hicimos nosotros, de los frutos de cada lugar, es un tema que puede tomar uno o varios académicos. Nosotros tuvimos asesoría del biólogo y etnobotánico Salvador Flores, de la UADY. Fue él quien hace treinta y cinco años empezó a platicarnos de esos árboles, no solo fueron las comunidades donde compramos los frutos, sino que él mismo nos transmitió su inquietud, así como el joven Luis Balam, de Campeche que nos llevó a ver el huerto de su abuela allá; también doña Adelaida, una mujer que tiene cien años, y es nuestra vecina, nos orientó mucho. Y así el tema nos enamoró. Y por eso dejamos el proyecto del guajolote de patio en pausa.
-Tienen planeado hacer otros huertos en Mérida?
-Sí, se están haciendo ya. Hay uno en la colonia las Américas; en otros barrios ya están empezando; existe uno más en Conkal que es privado; los otros dos están en parques públicos. Hay otro en una escuela en Cholul, y uno nuevo en una secundaria. Nosotros apoyamos; por ejemplo, si los interesados son gente con poder adquisitvo, les vendemos los frutales. Pero no tenemos dinero, ni personalidad jurídica; no somos una sociedad civil. Somos una agrupación de voluntarios, nada más. Tenemos una caja chica para pagar lo necesario. A las escuelas les donamos los frutales. Ya hay varios huertos particulares. Lo que no tenemos es conocimiento de que se esté haciendo en ningún otro lado fuera de Mérida. Acabamos de entrar en contacto con la escuela de Cultura Campesina en Maní, con el sacerdote Atilano, quien puso a andar hace muchos años esa escuela, donde están rescatando los solares tradicionales en las comunidades rurales; entramos en contacto con él; le dimos el libro y vino con varios ciudadanos del pueblo; él tiene financiamiento de una fundación de Alemania, y así harán el arboreto en Maní. Esas son las ramificaciones que tiene. En Campeche ya lo tomó el Instituto Tecnológico, pero a nivel nacional, no veo interés de las grandes universidades nacionales.
-¿Qué crees que pasa ahí?
-Yo fui académico muchos años y estás muy metido en tu tema y no ves otros. También hay una cuestión de territorialismo mal entendido. Le escribí a la representante de la FAO en México y nunca me contestó. La FAO debiera ser la más interesada, es la primera instancia agropecuaria y forestal de Naciones Unidas. Les estoy poniendo el platillo en bandeja de plata y con cuchara de oro, y no lo toman.
-Y sensibilizar a los jóvenes?
-Sí, estaría bien, pero acuérdate que lo que nos falta a nosotros son manos. Somos setenta en el grupo, y nada más cinco o diez los que mueven todo.
Un tanto apesadumbrada por la falta de eco para multiplicar el proyecto del arboreto a nivel nacional, me despido de este hombre entusiasta que, antes de emprender estas aventuras ecológicas, trabajó como médico para la Organización Panamericana de la Salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Banco Interamericano de Desarrollo; laboró en Suecia para la organización para Save the Children, así como para otras agencias internacionales del sector salud. Una vez jubilado de la OMS, en Asia, decidió retornar a su patria; dio pláticas y escribió los proyectos ya mencionados.
Así, John volvió con su esposa al idílico jardín. A partir de ese momento, y dentro de su paraíso particular en Cholul, dieron vida al proyecto de los frutales olvidados y al libro: Arboreto Cholul, en el que también participaron: Patricia Irene Montañez Escalante, María del Rocío Ruenes Morales, Araceli María Fátima Negrete Morales y María Camila Hurtado Torres.

-La idea tuya es multiplicar el arboreto…
-Así es. El huerto que viste es museo; hoy es parte de la red de museos de Yucatán, y ya tiene personalidad legal. Eso lo dio el Ayuntamiento. Ya está ya el bebé encarrerado, ahora queremos que nos copien en Oaxaca, en Chiapas y en otros lados.
- ¿Te sientes decepcionado?
-No, para nada. Estamos muy contentos, porque es un modelo único, yo trabajé para el BID, pero este para mí es un proyecto que se sostuvo por muchos años con un hilito y ahora lo veo que crece para un lado y el otro. A ver qué dicen la autoridad y el sector académico; ojalá busquen filones médicos, agropecuarios y otros, sobre todo en el contexto del cambio climático sería de gran ayuda replicar un proyecto como el nuestro. A los cítricos si no lo rocías de pesticidas mueren; en cambio, los árboles prehispánicos son resistentes, y pueden ayudar al planeta.

21/05/2025

Centenario del Natalicio de Rosario Castellanos Figueroa

🗓 Viernes 23 de mayo

Inauguración del mural "2025, Año de Rosario Castellanos Figueroa"

📍Bajos del Palacio Municipal de Palenque
⏰️09:00 horas

Recital Literario de la Obra Poética de Rosario Castellanos Figueroa

📍Bajos del Palacio Municipal de Palenque
⏰️10:00 horas

🗓Sabado 24 de mayo
⏰️10:00 horas

Recital Literario de Rosario Castellanos Figueroa
con alumnos del Diplomado Ch'ol

📍Sala Audiovisual del Palacio Municipal de Palenque

20/03/2025


Puntos importantes que debes visitar en tu próxima aventura con nosotros. 🙆🏻🙌

🔶-CATVI: Área de taquillas, estacionamiento, servicios sanitarios, gastronómicos, venta de artesanías, transporte, etcétera.

🔶-Museo de Sitio: Exhibe 190 piezas recuperadas en el sitio, testimonios de esta ciudad antigua, una de las más poderosas del periodo Clásico (250-900 d.C.)

🔶- Zona arqueológica: Ciudad deslumbrante, oculta en la selva durante muchos siglos, fue sede de una poderosa dinastía a la que perteneció el rey Pakal. Alberga portentosos templos, palacios, plazas, tumbas, esculturas, inscripciones jeroglíficas con la historia del lugar. Patrimonio de la Humanidad desde 1987.

¡Tes esperamos!✨🙌

19/03/2025

CUMBRE PAKAL

Gran muestra gastronomíca, platillos representativos de Palenque 🍽

🗓 Viernes 21 de marzo
⏰️ 05:00 p.m
📍 Parque Central

Dirección

Palenque

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