18/11/2020
La energía que somos
16112020
Por Julieta Valadez
Rolbles Val
¿De qué estamos hechos y como integrar en nuestra concepción del Ser Humano, su materia y sus distintos planos de expresión? Algo tan profundo como cuestionarnos ¿Quién Soy?, ¿De dónde venimos?, ¿Qué o quién nos creó? Y ¿De qué sustancia estamos hechos? Son las dudas existenciales planteadas generación tras generación.
Somos energía, ya lo dijo Albert Einstein en su Teoría de la Relatividad “la materia se puede transformar en energía y la energía en materia”. Somos energía, pero además somos polvo de estrellas, y somos cuánticos, co-creadores del universo, capaces de transformar la realidad. Somos en absoluto puro potencial capaces de influir, crear y destruir infinitas posibilidades.
Entonces si eso somos, ¿Por qué nos enfermamos, nos deprimimos, fracasamos en nuestros proyectos, nos sentimos solos en el mundo, nos hacemos adictos, y llegamos incluso atentar nuestra propia existencia?
¿Qué nos hace llegar al punto de corromper nuestros diferentes cuerpos: mental, causal, espiritual, ¿el aura humana y desde luego el cuerpo físico?
¿Cómo se llega a la ruptura de la integración de nuestro SER- con relación a su imagen y semejanza, de ese todo que experimentamos gracias el traje biológico que nos permite conectar en este plano con la realidad?
Es el viaje del Humano, consciente de sí mismo, de sus cuerpos y de su conexión con el todo, elevándonos en un viaje de emociones y sensaciones, permitiendo así la identificación del individuo, con todos los que como él, participando además de los diferentes reinos de los cuales se sirve para su subsistencia -animal, vegetal, mineral- se impone como Ser supremo que lo gobierna todo, y aun así con toda su potestad, no comprende en su totalidad, la trascendencia de nuestro paso por el espacio tiempo.
Entonces, dado el desencuentro entre el Ser y el ser uno mismo, vienen las enfermedades, los conflictos, y entramos en espacios de franco deterioro que se convierten a nivel familia, comunidad, país, continente, e inclusive planeta, en la forma de vibración de la energía menos productiva y mucho menos luminosa.
No lo digo yo, es el número infinito de guerra, hambre, violencia y desigualdad, es la migración mundial ante la falta de garantías individuales, el hombre el enemigo del hombre, su depredador.
Son las plagas, son las fronteras, es el uso y abuso de los recursos naturales, es la sobre explotación, pero ¿Es la pérdida del Divino que nos habita?
¿En qué momento de la evolución del Ser, y su consiguiente iluminación, perdió la brújula hacia el potencial divino? Que sucede con este humano creador, abundante, robusto e inmenso que le han sido otorgadas las mismas características de lo que fue creado.
Somos energía, ¿Cómo la estamos experimentando?
Quiero platicarles una experiencia muy especial, crecí en una familia católica (aunque no lo crean) conservadora y costumbrista. Mis abuelas fueron Guadalupanas, y en casa, la oración y la devoción fueron parte de mi educación temprana.
Siendo libres pensadores, entre los libros de la biblioteca de mis abuelos – materno y paterno- siempre existieron libros con la palabra de Dios y fue bajo esos preceptos, bajo la ley de Dios y la creencia del temor a él como "padre omnipotente" que crecí - crecimos supongo, muchos millones de mexicanos -.
Participe de las liturgias y fui bautizada, fui al catecismo, hubo madrinas y padrinos, y bajo esa premisa, la santa tutela bajo la mirada de Cristo redentor. Recé durante toda mi vida y pedí por mí y por todos mis compañeros, incluso hice penitencias para el niñito Jesús. Esos rituales, esas creencias, esas tradiciones, esa forma de concebir la divinidad me acompaño un buen tramo de la vida, diría que casi 25 años de mi vida.
Por supuesto que bauticé a mi hija y la encomendé a la virgen como se me enseño, pidiendo su resguardo y potestad divina porque escapaba a mi capacidad y conciencia el ser madre del Ser que llevaba en brazos, “ahí te la encargo, es tuya Virgencita, te la regalo”
Cantamos las posadas, arrullamos al niño, lo vestimos, y lo llenamos de guirnaldas en su trono de madera. Cargué mis medallitas de la Virgen de San Juan de los Lagos, fui a bañarme a las aguas del Santo señor de Chalma y prendí mis cirios benditos cuando a los milagros tuve que acudir. Recé el rosario, cargué el escapulario, y hasta me puse de rodillas en misa, aunque no entendía por qué.
A la par de las prácticas y creencias religiosas que me mantenían cercana a la familia, como si creer en lo que se cree pudiera sostener lo que se es, así que puse toda mi fe en Dios y le pedí que se hiciera cargo. Le pedí que se hiciera cargo… le pedí que se hiciera cargo.
Les dije que fue a los 25 años que eso comenzó a cambiar, fue en esta misma región de la costa de Oaxaca que, comencé a experimentar fenómenos metafísicos, necesitaría un capitulo completo para hablar sobre lo vivido, sin embargo nuevas formas de concebir la realidad se abrieron ante mis ojos, mente, oídos, tacto, gusto. Dichas experiencias se tradujeron en una conexión con el entorno, con su comunidad, con su gente, con su memoria. Y fue el propio lugar quien me doto de su carga – idiosincrasia- y fueron sus personajes y seres -sincretismo religioso- los que nuevamente se hicieron cargo, nuevamente de mí y todos mis compañeros-.
Ya no era la iglesia el lugar para vivir la efervescencia y el éxtasis, se amplio el templo de adoración a los elementos naturales del entorno. Fueron el agua con sus ríos y mares, fue la tierra con sus montañas y playas, fue el viento con sus nubes, su lluvia y sus relámpagos, y fue su luz, con la intensidad de un sol y una luna como espejo, los que despertaron un nuevo nivel de mi conciencia del todo, evidentemente la conciencia de mí, también respecto al todo . eran las hierbas, las flores, los animalitos, el poder de ellos en toda su potencia, se convirtieron en sujetos de sanación, protección, guía y desarrolle nuevos lenguajes, nuevas oraciones, nuevos pedimentos.
La energía que durante años había entregado a una creencia superior, encarnada en un ser de personalidad crítica y paternalista, que me castigaba o premiaba a modo, y que era el depositario de mi energía creadora para que se hiciera cargo de todo, se transformó en una nueva visión.
Esta cosmovisión amplificada como cuando le metes más memoria a tu computador, me llamó para hacerme cargo de mí, de mis actos y de mis consecuencias, y fue contundente, la realidad se transformó.
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Después de décadas de mirar la vida, al universo y sus manifestaciones desde una visión unilateral, en donde la divinidad se encarnaba en guías masculinos inspirados por el patriarca divino y de que en esas historias, la mujer funcionaba meramente como un portal y no como dadora y creadora de vida, comenzó hacerme ruido. Fue cuando llegue a la Costa de Oaxaca que entendí de la importancia de la mujer en su trabajo moral, como cuidadora y guardiana de las raíces, como conexión entre el cielo y la tierra, y fue en sus semillas para hacer crecer la siembra, bajo sus pasos para recolectar leña y en sus cuentos, narrados en sus idiomas cantarines, que descubrí los secretos del universo,
¿Qué es lo que guardan sus entramados de bordados de grecas con sentido ritual?, ¿Qué es lo que sanan sus brebajes, sus remedios? y ¿Cuál es la relación entre ella y sus animalitos, que de tan sagrados se les honra para poderlos comer a pesar del hambre del cuerpo?
Es su visión de la vida, del universo, de las estrellas. Es su mirada respecto al hombre, y la unión de su fuerza con su sabiduría, es su contención con su capacidad de crear abundancia, son ellas que saben que unos sin los otros estamos condenados, a sucumbir, ya que si nos desconectamos, estamos desconectando el sentido de la universalidad, estamos dejando de vibrar en armonía, estamos dejando de amar.
Y aun así, saben que ellas son las de los hijos, las de la casa, las de la tierra y ellos son los de la semilla y los que se van. Y es en esa idea, en la aparente fractura que se modifica su energía, porque ellas saben que la nada también encierra magia y que en el todo, cae siempre la razón en su lugar. Son y han sido las mujeres chaman, las magas, las hechiceras.
Las mujeres de poder que ante la partida de su dualidad física, almacenan energía y la trasmutan y la regresan a la tierra, ellas han aprendida a mirarse en la totalidad, honrando al divino masculino que las habita, y al divino femenino que las exalta, ellas saben que el poder está dentro, no afuera, en la madre tierra y en el padre universo, ellas miran la creación y la honran, bendiciendo a sus ancestros y a sus descendientes porque ellas ya entendieron el misterio de la eternidad.
Entonces, ¿quiénes somos? ¿De qué estamos hechos y como integrar en nuestra concepción del Ser al humano, su materia y sus distintos planos de expresión? En que creer, ¿A quién conceder nuestro poder, nuestra capacidad creadora, nuestra materia que se expande y se transforma?
¿Cuándo comenzaremos a comprender que la unidad nos incluye a todos? ¿Cómo comprender que cada paso que damos nos influye, nos entrama, nos involucra y nos hace responsables y sujetos de una reacción que dicho sea de paso es en cadena?
La energía que somos, aquella que llamamos amor, la que genera la vida, aquella en la que la tierra vibra, y que somos los afortunados astronautas que aterrizaron en este planeta con un alma capaz de experimentarlo todo, gracias a nuestras características únicas en el universo. La energía que somos es una masita, que se amolda, se modifica, se trasforma, se adorna, y se degrada. Somos responsables de dicha energía, somos los usuarios de dicha fuente de posibilidad.
Alimentemos nuestra capacidad de comprensión, rompamos los paradigmas, no creamos en nada o en nadie que no sea nuestra propia experiencia del Ser, y cuando sintamos esa plenitud, ese éxtasis, y hagamos la catarsis de la integración, miremos con compasión porque apenas nos habremos asomado a la infancia de la humanidad**************************************