
06/08/2025
"La herencia de mi padre: El oscuro legado que nadie me advirtió
Mi padre murió un jueves. Un día frío, helado, como aquellos inviernos interminables de nuestro pueblo. Había pasado mucho tiempo desde que nos hablamos, pero no por rencor… sino por esa distancia sorda que se forma entre dos personas que se pierden sin darse cuenta. Cuando me llamaron para informarme sobre su muerte, no sentí tristeza. Sentí incomodidad. Como si su desaparición abriera una puerta que siempre había sido mejor dejar cerrada.
Volví al pueblo para resolver los trámites. Su casa, solitaria y a medio derruir, se mantenía erguida al borde del campo, como si desafiara el paso del tiempo. Me dijeron que me había dejado todo: la casa, el terreno... y algo más.
""Tu padre era un tipo raro"", me dijo un vecino mientras firmábamos papeles en la escribanía. ""Hablaba mucho sobre 'la promesa'. Nadie sabía qué era eso...""
Yo tampoco sabía a qué se refería. O eso pensaba.
Cuando entré a la casa, el aire rancio y húmedo me golpeó como un golpe al estómago. El reloj de péndulo estaba detenido, los muebles cubiertos de polvo y las ventanas selladas. Todo igual que antes. Pero había algo diferente. En la mesa del comedor, un cuaderno abierto me esperaba, con mi nombre escrito en la primera página: “Para vos, hijo. Antes de que sea tarde.”
La letra de mi padre, firme pero más temblorosa que en otras épocas, hablaba de algo extraño. Decía que había hecho un trato, uno que no se pagaba con dinero, y que yo debía ""continuar la custodia"", de lo contrario, la casa no aguantaría la carga.
Lo cerré, pensando que eran solo delirios de anciano. Pero al final de la última página, algo me hizo detenerme: una frase subrayada con fuerza: ""No entres al sótano después de las 7.""
El sótano… había olvidado por completo que la casa tenía uno. Un acceso pequeño y cubierto por una alfombra, al final del pasillo. Nunca quise saber qué guardaba allí mi padre.
Esa noche, el sonido comenzó antes de las dos de la mañana. Golpes suaves, casi imperceptibles. Como si alguien caminara descalzo en el piso inferior. Mi corazón latía en mi garganta. Me acerqué al pasillo y vi la trampilla del sótano entreabierta.
""No entres después de las 7.""
Volví a mi habitación, trancé la puerta con una silla, y me quedé despierto toda la noche. Al día siguiente, decidí bajar al sótano. Con una linterna temblorosa en la mano, recorrí el espacio.
Nada extraño, solo estanterías viejas, herramientas oxidadas y un espejo cubierto por una tela negra. Me acerqué, temblando, y lo destapé. Lo que vi me quitó el aliento.
No era mi reflejo. Era mi padre. Parado detrás de mí.
Me giré rápidamente. No había nadie.
Tapé el espejo, salí corriendo del sótano y cerré la trampilla con dos sillas encima. Pensé en irme, en huir de esa casa, pero algo me lo impedía. Era como si la casa respirara, esperando algo de mí.
Pasaron dos días. Cada noche los golpes fueron más intensos. La tercera noche, desperté con un llanto. Venía del sótano. Una voz idéntica a la de mi padre, susurrando mi nombre.
—Hijo… por favor…
Volví a leer el cuaderno. Esta vez encontré más páginas de las que recordaba. Hablaba de ""la entidad"". De una presencia atrapada en el espejo por mi abuelo. Algo que debía ser alimentado no con carne, sino con atención, con compañía. Si se le ignoraba, empezaba a buscar. A copiar.
Entonces comprendí: el espejo no reflejaba. Mostraba lo que estaba esperando salir.
Mi padre había hecho un pacto para contenerla. Ahora, tras su muerte, me tocaba a mí.
La última noche fue la peor.
Me desperté con el sonido de pasos subiendo desde el sótano. No era un sueño. Los escuché claramente. Eran pesados, lentos. La trampilla se abrió por sí sola, y desde mi cama vi la figura acercándose. Se paró frente a mi puerta.
Golpeó.
No grité. No me moví. Solo escuché su respiración. Igual que la mía.
Golpeó de nuevo.
Y entonces, con mi propia voz, dijo:
—Abrí, hijo. Soy yo.
Me quedé paralizado.
—Quiero mostrarte lo que realmente eres.
No abrí. No pude.
Se fue al amanecer.
Cuando bajé al sótano, el espejo estaba agrietado. Y una nueva nota había aparecido en la mesa: “Ahora te conoce. "