28/11/2025
LAS VÍBORAS…
LA CANICA QUE NOS CAMBIÓ
(Continuación de la columna) Hoy fue el día. Después de echada nuestra suerte, la “bola azul” —ese canica que decidió nuestro destino—, rompimos filas y nos encaminamos a tomar un “tejuino” para cerrar el día. El sabor dulce y ácido me quedó en la boca mientras pensaba en lo que venía: no más tardes en la plaza, no más llamada de amigos para salir. Ese tejuino fue el último trago de la vida que conocía.
RUMBO A LA JUNTA
Después acudimos con el funcionario, Miguel Ángel Linke Wurley, rumbo a la junta de reclutamiento. Él nos entregó la cartilla con el sello rojo que parecía quemar las manos. “Primer sábado de enero, XII Zona Naval Militar”, nos dijo con voz grave. Todo un camino por recorrer, toda una odisea para cumplir con el deber. Guardé la cartilla en el bolsillo como si fuera un tesoro —o una maldición, no lo sabía aún.
EL VICEALMIRANTE CORRELÓN
Llegamos a la zona naval temprano. Enfundados en nuestro uniforme azul y blanco —que me sentaba de peor a peor—, más unos shorts que teníamos que llevar por fuerza para las prácticas de deporte. El ritual es siempre el mismo: cada fin de jornada sale un viejito a correr, y nosotros tenemos que seguirle el paso.
TENÍA MÁS CONDICIÓN QUE YO
Hoy lo vi por primera vez. Ese viejito tiene más condición que cada uno de nosotros. Resulta que es el Vicealmirante de la XII Zona Naval, y solo nos dejamos ir cuando él termine. Todos terminamos bofeados, con las piernas temblando. Mi amigo Everardo Padilla le aguantó el paso, claro: él está acostumbrado al trabajo recio en la tierra. Yo no. Me mandaron a la pista del comandante para hacer ejercicios extra —flexiones, sentadillas, vueltas y vueltas. Créanme, era bastante pesado. Salí a las 6 de la tarde, cuatro horas después de los demás. Mi cuerpo dolía de todo, pero en el corazón sentí algo: un poco de orgullo de no haber rendido el brazo.
LA CARTILLA, LO ÚNICO QUE VALE
Ya llevamos dos meses aquí. Aprendí que la “cartilla liberada” es lo único que importa. Por aquellos años, es indispensable para todo: sacar pasaporte, licencia, trabajar, incluso casarte. Así que por fuerza teníamos que ir a marchar, no importa cuánto duela correr con el Vicealmirante o cuánto extrañe a mi familia. Ese papel es la llave de mi futuro.
POR ORDEN DEL MANDO SUPERIOR
Hoy leí la noticia: este año van a marchar el 90 por ciento de los conscriptos del país —hombres y mujeres. “Por disposición del mando superior”, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. Me detuve a pensar en mis días en la zona naval, en los shorts incómodos, en la pista del comandante, en el sabor del tejuino antes de todo.
PONERLOS A MARCHAR
Ponerlos a marchar es una manera de que se quiten del teléfono celular, de que se hagan hombres y mujeres al servicio de la patria. Van a jalar parejo, sea quien sea. Yo creo que la cartilla seguirá siendo necesaria para muchas cosas, más allá de lo que ya conocemos. Los jóvenes de hoy vivirán lo que yo viví —serán los nuevos “víboras”, con miedo pero con valor. Espero que les sirva como me sirvió a mí.