20/09/2025
“La semilla de la gracia debe crecer hasta la eternidad”
XXIV Sábado del T.O., ciclo C
(Tim 6,13-16; Sal 99; Lc 8,4-15)
1. Pablo, llegado al final de este mensaje pastoral, en la primera lectura exhorta con máxima vehemencia a Timoteo, conjurándolo prácticamente a una perfección en su servicio. Las palabras son elocuentes por sí mismas: “fiel e irreprochable”. No debemos tomar estas palabras como una exigencia sobrehumana o como un encargo imposible para seres normales. Indica más bien el inmenso aprecio que cada ministro de Cristo ha de tener y la completa disponibilidad de su ser para la obra que Dios quiere hacer en él y a través de él. Más que una misión para unos pocos héroes es una proclamación serena pero firmísima de los alcances que visiblemente tiene la obra de la gracia en este mundo.
2. Hay que tener bien presente el mundo de la gracia, porque sin ésta es imposible dar un paso de santidad. Nos dice el catecismo de la Iglesia que nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna. La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’ puede ahora llamar ‘Padre’ a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia. Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura. La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación. Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo.
3. La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo, según las palabras del Señor: ‘Por sus frutos los conoceréis’, la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza: Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: ‘Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: «si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella»’. La gracia es la semilla evangélica que debe crecer siempre.