12/07/2025
Los cerros del semidesierto, puntos de devoción
En la región del semidesierto formada por una amplia franja del territorio del estado de Querétaro, se encuentran localizados los municipios de Tolimán, Cadereyta, Colón y Ezequiel Montes, los cuales están formados por múltiples comunidades indígenas que participan año con año, en dos peregrinaciones étnicas muy importantes para toda la región.
Una de ellas sale de la comunidad de San Pablo y se dirige a la cima del cerro del Frontón (Frontó) en el municipio de Cadereyta, la otra sale del poblado de Maguey Manso y llega al cerro del Zamorano (Xont´e) en el municipio de Colón y los límites del estado de Guanajuato.
En ambas movilizaciones podemos localizar características compartidas que expresan la inclusión activa de los distintos niveles de pertenencia chichimeca otomí que van del individuo y la parentela, hasta la comunidad y la región, los cuales están articulados mediante un calendario festivo, en el que converge de forma cíclica una gran cantidad de poblaciones indígenas que mutuamente se van implicando.
Gran parte del sistema de creencias, ideas y valores que caracterizan a esta región indígena, se encuentra condensada en la práctica de las peregrinaciones, y son los cerros sagrados el espacio donde convergen los rituales tradicionales de los chichimeca otomíes.
Estos espacios aparecen dentro de la cartografía cosmogónica, como lugares de encuentro entre lo humano y las fuerzas divinas, son el punto de convocatoria donde ritos y conjuras se mezclan para pedirle a la entidad sagrada una posible intersección.
Los dos cerros (Zamorano y Frontón) son considerados por la población indígena de esta región como espacios propios de culto y de visita obligada dentro de su ciclo de vida, Particularmente, el Cerro del Zamorano es considerado un lugar sagrado para los pueblos originarios, especialmente los otomíes, quienes lo habitan y lo utilizan para rituales relacionados con la petición de lluvia, la fertilidad y la protección. Es decir, era utilizado como centro ceremonial en tiempos prehispánicos, donde se realizaban rituales para pedir a los dioses por las cosechas, la salud y la protección espiritual.
El concepto que los chichimeca otomíes tienen respecto a estos cerros se sustenta en la creencia de que en estos lugares se condensan las esencias que conforman su referente grupal. El ejercicio de los rituales que se practican en estos lugares despliega una amplia gama de actividades y símbolos muy particulares para los indígenas.
A estos sitios llevan sus cruces de ánimas, se hacen velaciones, y también el ritual de los cuatro vientos, todos estos actos, señalados como importantes dentro de su vida ritual. La etnoteoría del peregrino tiende a asumir a los cerros como sus cuidadores o protectores, mencionan que ellos velan por el bien del pueblo y dicen que gracias a sus favores la gente tiene trabajo y buena cosecha.
Es importante resaltar que también al interior de estos cerros, los indígenas conservan diversos cultos ancestrales articulados a deidades como el monte o cerro que es relacionado con la prosperidad agrícola y el control del temporal.
Dentro de la memoria colectiva no sólo se tienen estos antecedentes, los ancianos de Maguey Manso recuerdan que cuando había grandes temporadas de sequía, a estos lugares asistían rezanderos a pedir a los patrones del cerro por el buen temporal y la buena lluvia, se acudía con veladoras, con flores y ofrendas de maíz y pulque… antes solo subía la gente que sabía rezar ya después subió toda la gente…El carácter bondadoso de los cerros es asimilado también con una relación de parentesco, en el cerro del Zamorano existen unas piedras a las cuales los peregrinos identifican con el vocablo, xitá, que en otomí, significa abuelos.
Estas piedras contienen en su esencia una carga mítica ya que son consideradas como ancestros de los indígenas de esta región. Esta creencia se articula con una más, la cual mencionan los indígenas que estas piedras están asociadas con las representaciones de sus abuelos, los cuales tienen alusión a los chichimecas que habitaban estos lugares agrestes antes de la llegada otomí.
El acto de peregrinar implica mucho más que recorrer una ruta a un lugar significativo, es un asunto complejo que establece un cambio radical en las actividades que los creyentes realizan en su vida cotidiana, es la separación del espacio que brinda la seguridad de la rutina y la vida diaria.