07/11/2025
"EL ULTIMO AMANECER DE UN AMOR"
💔💚💔💚💔💚💔💚💔💚💔💚💔
Este Fanfic es para las Suscriptoras del canal.
Gracias por Suscribir.
💔💚💔💚💔💚💔💚💔💚💔💚
Este es un Fanfic de una sola parte:
La luz se filtraba tenue y cobarde por las rendijas de lo que alguna vez fue un techo, ahora un esqueleto de vigas rotas y polvo. En el suelo frío y áspero, Sanji yacía. Su cabello rubio, usualmente tan vibrante y rebelde, estaba pegado a su frente con sudor y sangre. Su camisa azul, desgarrada, dejaba al descubierto vendas manchadas que no ocultaban el daño, solo lo intentaban. Sus ojos azules, tan llenos de vida y pasión, ahora miraban al vacío, como si buscaran algo que ya no estaba o que nunca llegaría.
A su lado, arrodillado, estaba Zoro. La oscuridad de su ropa y su bandana contrastaba con la palidez de Sanji. Sus tres katanas, la extensión de su alma, estaban enfundadas a su costado, testigas silenciosas de la tragedia. La mano de Zoro se extendía, rozando el cabello de Sanji, una caricia desesperada, como si con ese toque pudiera infundirle vida de nuevo, o tal vez, retener el último aliento que se escapaba. Su rostro, generalmente una máscara de estoicismo, estaba contorsionado por un dolor que rivalizaba con el propio in****no. Las cicatrices de batallas pasadas palidecían ante la herida abierta que se gestaba en su alma.
El silencio no era un vacío; era un grito. Un grito ahogado por el polvo, por los escombros de la civilización y, sobre todo, por el peso de la pérdida.
Sanji había estado bromeando, como siempre. “Marimo, ¿has vuelto a perderte buscando la nevera?” Su voz, un irritante pero familiar canto para Zoro, había resonado en la cubierta del Sunny. Zoro solo había resoplado, haciendo su rutina de pesas, el sudor brillando en su piel bronceada. La dinámica entre ellos era una danza eterna de insultos y camaradería, una fricción que, de alguna manera, mantenía el equilibrio en la caótica familia de los Sombrero de Paja.
Nadie entendía la profundidad de su conexión, ni siquiera ellos mismos, del todo. Era algo que se había tejido en las incontables batallas, en los silencios compartidos en la proa del barco, en las miradas furtivas cuando el otro no miraba. Era el instinto de proteger al otro, de cubrir su espalda en el fragor de la lucha, una necesidad primordial que superaba cualquier riña.
Había sido en Water Seven, en medio del caos y la desesperación, cuando Zoro había visto algo más en los ojos de Sanji. No era la arrogancia de un chef o la picardía de un ligón, sino una vulnerabilidad cruda, un miedo apenas disimulado por sus amigos. Y fue entonces, al ver a Sanji herido y exhausto, cuando una punzada extraña había atravesado el pecho del espadachín. Un sentimiento que no podía nombrar, pero que reconocía como esencial.
Desde entonces, esas punzadas se habían vuelto más frecuentes, más intensas. Cada vez que Sanji se lanzaba imprudentemente a la batalla, cada vez que una de sus patadas voladoras lo dejaba expuesto, Zoro sentía una opresión en el pecho. Era el miedo, un miedo irracional a perderlo.
El amor no había sido una epifanía, sino una lenta erosión, como el mar puliendo una roca. Cada insulto, cada discusión, cada vez que Sanji le preparaba su sake favorito sin pedírselo, o Zoro se quedaba en la cocina solo para molestar, o para estar cerca, el amor se cimentaba un poco más. No hablaban de ello. Los hombres como ellos no lo hacían. Lo demostraban en la forma en que sus espaldas se cubrían, en la silenciosa comprensión de sus miradas, en la forma en que sus presencias se buscaban en medio del pandemonio.
La primera vez que sus labios se encontraron fue en un momento de pura desesperación, después de una batalla brutal en una isla desierta. Sanji estaba herido, delirando por la fiebre, y Zoro, con el cuerpo magullado y el alma cansada, lo cuidaba. En un momento de debilidad, Sanji había murmurado el nombre de Zoro, una súplica inaudible. Zoro se había inclinado, la frente contra la de Sanji, sintiendo el calor febril. Y luego, sin pensarlo, sin planearlo, sus labios se habían unido. Fue un beso salado, a sangre y sudor, pero con una ternura infinita. Cuando Sanji se recuperó, ninguno de los dos lo mencionó. Pero el aire entre ellos había cambiado, cargado de una electricidad silenciosa, una promesa no dicha.
El día que todo se rompió, el cielo era de un azul brillante, irónico en su crueldad. Habían llegado a una isla que prometía ser el hogar de un Poneglyph, pero que resultó ser una trampa. El enemigo era poderoso, sá**co, y estaba bien preparado.
La tripulación se había dispersado, luchando por sus vidas. Zoro había visto a Sanji, una silueta elegante de furia en medio del caos, sus piernas girando como torbellinos. Y de repente, un destello. Un ataque furtivo, un arma que nadie había previsto, había atravesado el pecho de Sanji, por la espalda.
El mundo de Zoro se había detenido.
“¡COCINERO!” Su grito había rasgado el aire, un sonido crudo y gutural que rara vez salía de él.
Sanji se desplomó, la sangre tiñendo su camisa de un rojo oscuro que se extendía demasiado rápido. Zoro había masacrado a los enemigos que se interpusieron en su camino, un demonio desatado de espadas y furia, hasta llegar al lado de Sanji.
Lo había sostenido, el cuerpo de Sanji tan liviano en sus brazos, tan frágil. Chopper, con los ojos llenos de lágrimas, había hecho lo que pudo, pero la herida era demasiado grave. La isla estaba colapsando a su alrededor, una tormenta de polvo y escombros. Tenían que moverse.
Zoro había cargado a Sanji, sin importarle sus propias heridas, la adrenalina y el pánico impulsándolo. Habían encontrado un pequeño refugio improvisado en las ruinas, un lugar donde el polvo era un poco menos denso, donde la luz se atrevía a entrar tímidamente
Versión Completa Aqui 👇
Solo por Suscribision.
https://www.facebook.com/share/p/1Gkpt2t6CK/