16/09/2025
"Primer Beso"
Única parte:
Este Fanfic es Sad. 💔
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La primera vez que Yuuji besó a Gojo, supo que estaba robando algo que no le pertenecía. No era solo un beso, era un juramento, una afrenta a la inmutable jerarquía del mundo de la hechicería. Gojo Satoru era un dios, un ser de poder absoluto y soledad eterna. Yuuji Itadori, un mortal. El recipiente de una maldición milenaria, cuya vida era una cuenta regresiva hacia su propia aniquilación. Un amor entre ellos era un oxímoron, un acto de insensatez que solo podía terminar en dolor. Pero aún así, lo hicieron.
El beso fue dulce y salado, a la vez un bálsamo y una herida abierta. La piel de Gojo, habitualmente fresca y perfecta, se sentía febril bajo las yemas de los dedos de Yuuji. Sus labios, siempre con esa curva burlona, temblaban de una forma que a Yuuji le rompió el corazón. Las gafas negras cayeron al suelo con un suave tintineo, revelando los Ojos de los Seis, de un azul tan profundo que parecían contener la noche estrellada. En ese instante, Yuuji no vio a un dios, sino a un hombre desesperadamente solo.
"Esto no puede terminar bien", susurró Gojo, su voz apenas un hilo de sonido. "Soy un fantasma, Yuuji. Un error de la naturaleza. Y tú... tú eres un cometa que se extingue demasiado rápido."
Pero Yuuji no escuchaba. Sus manos se deslizaron por la espalda de Gojo, atrayéndolo más cerca. No había miedo en él, solo una feroz determinación. "Entonces arderemos juntos", respondió con una convicción que hizo que las lágrimas se acumularan en los ojos de Gojo.
Su relación se convirtió en un secreto, un refugio clandestino de afecto en un mundo que solo entendía el poder y la muerte. Se encontraban en la noche, en aulas vacías o en tejados barridos por el viento, donde los secretos se perdían en la inmensidad del cielo. Gojo se quitaba los ojos, dejando que su vulnerabilidad quedara expuesta. Se reclinaba en el regazo de Yuuji, sus dedos jugueteando con el cabello de este, mientras compartían historias tontas y sueños imposibles.
Yuuji aprendió la soledad de su amante. Gojo había vivido más de lo que la mayoría podría imaginar, viendo a amigos y estudiantes pasar y morir, mientras él permanecía inmutable. Su poder lo había convertido en un monumento, una estatua de perfección sin emociones. Yuuji, con su calidez sencilla y su risa fácil, se convirtió en el único ser que podía derretir ese frío. Le enseñó a Gojo el placer de lo efímero: el sabor de un pastel de fresa, la sensación de la lluvia fría en la piel, la suave calidez de una manta.
Pero la felicidad era un espejismo. Gojo, a pesar de su poder ilimitado, no podía salvar a Yuuji. El tiempo de este se agotaba, marcado por el eco de los latidos de Sukuna en su interior. Cada vez que Yuuji regresaba de una misión, magullado y herido, Gojo sentía que un tornillo se le soltaba en el alma. La herida más profunda no era física, sino la certeza de que, sin importar cuánto luchara, no podía reescribir el destino.
Una tarde, mientras la luz del sol teñía el horizonte de naranja y púrpura, encontraron a Yuuji sentado en una colina, con la mirada perdida en el infinito. Sus hombros estaban caídos, y la energía maldita de Sukuna se manifestaba en sutiles marcas bajo sus ojos. Gojo se sentó a su lado y deslizó un brazo alrededor de sus hombros.
"¿Qué ves, Yuuji?", preguntó con una suavidad inusual.
"Veo mi final, Gojo-sensei", respondió con una sonrisa triste. "Puedo sentirlo. Sukuna se está fortaleciendo. Pronto... pronto no quedará nada de mí."
Las palabras de Yuuji eran como cuchillos. Gojo apretó los dientes, sintiendo una ira helada subir por su garganta. ¿De qué servía ser el más fuerte si no podía salvar a la persona que más amaba? Su invulnerabilidad se sentía como una jaula.
La noche del último encuentro fue una tormenta silenciosa. Yuuji tenía la cara pálida y los ojos apagados, y el aura de Sukuna se había vuelto inconfundible. Estaban en el tejado de su apartamento, el mismo lugar donde se habían besado por primera vez. La lluvia caía suavemente, el sonido de las gotas contra el concreto era el único testigo de su dolor.
"Gojo-sensei", dijo Yuuji con la voz rota. "No me dejes convertirte en un fantasma. No puedo ser otra herida en tu alma que nunca sana."
Gojo sintió que el mundo se le venía abajo. Yuuji le estaba pidiendo que lo soltara, que lo dejara ir antes de que su inevitable final lo destrozara por completo. Pero, ¿cómo podía? El amor no era algo que se pudiera apagar como una vela. Era una llama que lo consumía, que le daba un propósito en su existencia sin fin.
Gojo, el todopoderoso, el imbatible, se quebró. Se arrodilló frente a Yuuji, sus Ojos de los Seis llenos de un dolor que el universo mismo no podría contener. Sus manos temblaban mientras sostenía el rostro de Yuuji, acariciando la piel que pronto sería solo un cascarón vacío.
"No puedo, Yuuji. No puedo", sollozó, la voz ahogada por la emoción.
Yuuji le sonrió, una sonrisa tan dulce y tan triste que Gojo tuvo que cerrar los ojos para no colapsar. "Entonces, sé mi fantasma, Gojo-sensei", susurró. "Guárdame en tu memoria. Recuérdame cuando el mundo ya no lo haga."
El beso final fue una despedida. No hubo calor ni pasión, solo el eco de un amor prohibido, un juramento a una memoria que aún no existía. Las lágrimas de Gojo se mezclaron con la lluvia. Cuando se separaron, Yuuji se desvaneció en las sombras, y Gojo supo que esa era la última vez que vería a su cometa.
El tiempo pasó, pero para Gojo, el mundo se detuvo en ese instante. Las misiones continuaron, los estudiantes llegaron y se fueron, pero él seguía sintiendo el eco de un toque, el murmullo de una risa. Su poder creció, su fama se solidificó, pero su corazón era una tierra baldía. La soledad que una vez aceptó se había vuelto una condena, una jaula de cristal que él mismo había construido alrededor de su alma.
No podía morir, no podía envejecer. Solo podía ver al mundo avanzar mientras él se quedaba quieto, un testigo de su propia inmortalidad y del recuerdo de un amor imposible que se extinguió demasiado rápido. Y en las noches, cuando las estrellas brillaban sobre Tokio, Gojo se sentaba en el tejado, mirando el vacío, preguntándose si el recuerdo de Yuuji era una bendición o una maldición más pesada que cualquier otra. Después de todo, era el fantasma que su amado le había pedido que fuera. Y en ese papel, estaba destinado a vivir para siempre, atrapado en una tristeza que nunca se disiparía.
Fin...
Cr3ditos Otakus del baño.
Créditos de imagen a quien corresponda.