04/07/2025
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Ulises había sobrevivido a lo inimaginable: la guerra de Troya, la furia de los dioses, las sirenas, cíclopes y tormentas. Pero el regreso a Ítaca, su hogar, sería el desafío más íntimo. Después de veinte años, el héroe regresó disfrazado de mendigo, irreconocible para todo, excepto para uno.
Argos, su perro.
Ciego, envejecido y cubierto de polvo, Argos no había olvidado el olor de su amo. Había esperado cada día, sin comprender la guerra, ni los dioses, solo fiel a una promesa que nadie le pidió. Al ver a Ulises, no ladró, ni corrió. Solo movió la cola una sola vez. Había cumplido su misión. Y entonces, murió.
Ulises no pudo abrazarlo, ni pronunciar su nombre. Pero sus lágrimas lo dijeron todo.
Argos no murió de viejo. Murió de amor.
Porque el corazón de un perro no entiende de años ni de guerras. Solo sabe esperar.