10/10/2025
Hace 5,000 años, cuando las pirámides apenas comenzaban a elevarse hacia el cielo, ya existía un vínculo entre humanos y perros tan profundo que algunos canes recibieron funerales dignos de la realeza.
En el antiguo Egipto no eran solo mascotas. Eran los Tesem.
Imagina por un momento el año 2589 a.C. El faraón Khufu, constructor de la Gran Pirámide, tenía un compañero llamado Akbaru. Cuando el rey murió, este perro no fue olvidado. Fue enterrado con él, en la tumba real, para que pudiera acompañarlo en su viaje al más allá.
Pero la historia más conmovedora es la de Abuwtiyuw, un perro guardia durante la Sexta Dinastía. Cuando murió, el faraón ordenó algo extraordinario: "Que sea enterrado ceremonialmente, que se le dé un ataúd del tesoro real, lino fino en gran cantidad e incienso. Su Majestad también dio ungüento perfumado y ordenó que se construyera una tumba para él."
Los Tesem no eran como los perros que conocemos hoy. Con sus cuerpos esbeltos, patas largas como zancos, orejas puntiagudas siempre alertas y esa cola característica enroscada sobre su espalda, eran la imagen misma de la elegancia. Cazaban gacelas en el desierto, protegían los graneros reales y dormían junto a sus dueños en las tiendas para protegerse del calor abrasador del día y el frío cortante de la noche.
Los antiguos egipcios los pintaron en las paredes de sus tumbas con collares decorados, algunos incluso grabados con el nombre de su dueño. No los veían como simples animales. Eran familia, protectores, compañeros de eternidad.
Hoy, cuando miras a tu perro a los ojos, estás continuando una tradición milenaria. El vínculo que compartimos con ellos no comenzó ayer. Comenzó cuando la humanidad apenas aprendía a escribir su propia historia.