
07/08/2025
La leyenda del Callejón del Diablo (Saltillo, Coahuila)
En el corazón antiguo de Saltillo, Coahuila, existe un estrecho y sombrío pasadizo conocido como el Callejón del Diablo. Aunque hoy en día puede parecer solo un rincón más entre las construcciones coloniales, por generaciones ha sido motivo de misterio, miedo y susurros entre los habitantes de la ciudad.
Cuenta la leyenda que hace muchos años, cuando la ciudad apenas crecía entre caminos empedrados y casas de adobe, ese callejón era un sitio de paso para quienes querían atajar por entre las sombras. Pero no todos salían de él... o al menos, no ilesos.
Se dice que, en ciertas noches —especialmente cuando había luna llena—, el silencio del callejón era interrumpido por un escalofriante sonido: cascos golpeando las piedras y una risa profunda, casi demoníaca, que retumbaba en los muros. Muchos afirmaban haber visto una figura alta, de ojos rojos y cuernos en la frente: el mismísimo Diablo.
Un relato popular habla de un joven arrogante y mujeriego que, al salir de una cantina, decidió atravesar el callejón para llegar más rápido a casa. Reía solo, mofándose de todas las advertencias que había oído desde niño. Pero al dar el primer paso dentro del callejón, el aire cambió. Se volvió helado, pesado. Entonces, escuchó un susurro detrás de él:
—¿No sabes con quién te estás metiendo?
El joven volteó, pero no había nadie. Aceleró el paso, pero la sombra de una figura con pezuñas y capa negra se formó delante de él. El joven cayó de rodillas, rezando con desesperación. Cuando por fin logró salir del callejón, sus cabellos se habían vuelto blancos del susto, y desde entonces jamás volvió a hablar de lo que vio ahí dentro.
Otras versiones dicen que el Diablo no aparece para dañar a cualquiera, sino para castigar a los mentirosos, a los infieles o a quienes han hecho algún mal. El callejón, según estas historias, es su dominio, su trampa para almas perdidas.
Hoy, el Callejón del Diablo sigue ahí, silencioso, empedrado y angosto. Muchos lo evitan al anochecer. Otros, más valientes o incrédulos, lo cruzan solo por el gusto de desafiar la leyenda. Pero todos coinciden en algo: el aire cambia al entrar, y aunque no veas nada, siempre sentirás que algo... o alguien, te observa.