
03/05/2024
LOS ALBAÑILES
Mi padre fue un humilde obrero que cada día se levantaba para sudar el jornal y llevar el pan a la casa, con el aprendí las labores de la construcción desde los ocho años, edad en la que caminé junto a él en los trabajos de aquellos tiempos.
El aprendió a leer con un exiliado español que formo una escuelita a donde asistían campesinos y obreros después de concluir sus labores, ahí acudió mi abuelo y mi padre para aprender las letras, PATRICIO REDONDO que era el nombre de aquel exiliado español, no se esmeró en que tuvieran buena letra al escribir, se esmeró en que pudieran leer bien y hacer todo tipo de cálculos, para aplicarlos en la construcción de un arco, una bóveda o la cantidad de material que requerían en una obra.
La gran mayoría de los obreros de la década de los treinta tenían en la memoria a aquel benefactor que los alejo de la oscuridad del analfabetismo.
Los obreros de la construcción tenían presente cada año el día de la Santa Cruz, fecha de agradecimiento de tener un trabajo para llevar el sustento al hogar, de no haber tenido ningún accidente en el trabajo y de iniciar una nueva etapa como obreros.
Este día todos llegaban temprano al trabajo y desde las seis de la mañana se empezaban a soltar cohetes de arranque, anunciando el festejo, ellos se organizaban y lo que les pudiera regalar el patrón, era ganancia.
Al medio día se paraban las labores y se repartían enchiladas y champurrado, en ocasiones la generosidad de los patrones les permitía escuchar una marimba, o un trío para amenizar la fiesta, disfrutando al máximo de aquel sublime acto.
Tomado del perfil: Mtro. Andrés Moreno Nájera.